EL CONTADOR DE GOTAS,
Francisco Javier
Irazoki
He
aquí un libro de poemas diferente, que me ha mantenido expectante durante unas
horas. Son poemas en prosa que siguen de cerca la escasa tradición inaugurada
con Espacio (Juan Ramón Jiménez) y Ocnos (Luis Cernuda). Recorre unas
constantes temáticas (el paso del tiempo, el conflicto del hombre con el medio
social, el desprecio del diferente que se ha vivido en Euskadi, el ejemplo de
algunos hombres buenos Blas de Otero…). Y lo hace con una escritura sin apenas apoyaturas
espacio-temporales concretas y con frecuentes menciones al mundo íntimo del
autor, un espacio lleno de habitaciones donde existen afectos y pensamientos.
Al parecer El contador de gotas cierra una trilogía de la que forman parte
también otros dos títulos ya publicados: Los
hombres intermitentes y Orquesta de
desaparecidos. En “Barrio Jaén” alude a la difícil integración de muchos
hombres que llegaron a Euskadi (“Su lucha contra la pobreza incluía nuestra
prosperidad”), algunos de los cuales se quedaron en la cuneta, en el olvido,
sin futuro: “Uno de los jóvenes inmigrantes no pudo defenderse de la
intolerancia que transmitíamos” (p. 41). Muy crítico con los nuevos
totalitarismos que abanderan los colocados en el pensamiento único y en los
sueldos de bonanza de las instituciones. Rinde homenaje a Maite Pagazaurtundúa,
a quien reconoce como un ejemplo de dignidad y defensa de la libertad, esa que
durante mucho tiempo algunos han querido limitar: ”En pleno siglo XXI, aún
existe una cárcel que sigue de moda: la identidad colectiva. Ha aglutinado
mucha tacañería espiritual” (p. 93).
Sobresale una prosa concisa, no exenta
de originales metáforas, con un ritmo logrado, donde nada sobra ni falta.
Insisto, no sé si me ha gustado este
libro. Es diferente, humano, valiente, y nos deja un regusto de amarga emoción.
PASAJEROS
TODOS
LOS INQUILINOS que habitan en mi cuerpo preparar su despedida.
Durante más de seis décadas han pagado
el alquiler con sus monedas de júbilo, expectativa, sufrimiento, pasiones.
Intuyo a mis habitantes tendidos en el
suelo. Han caído con una brecha de culpa o desánimo. Otros, con su espalda
contra la pared de un pensamiento, se incorporan ensimismados.
Varios de mis huéspedes abandonan
mercancías viejas que fueron amistad, diálogo, goces. Los fuertes, con sus
bolsas de dolencias, arrancan brotes de tristeza.
Levanto el hatillo de transeúnte y mi
mente empieza a dirigir a dirigir el último viaje del grupo.
Nos encaminamos hacia la nada. La
gratitud es nuestro escudo contra el dolor.
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