jueves, 30 de julio de 2020

EL CONTADOR DE GOTAS,
Francisco Javier Irazoki





He aquí un libro de poemas diferente, que me ha mantenido expectante durante unas horas. Son poemas en prosa que siguen de cerca la escasa tradición inaugurada con Espacio (Juan Ramón Jiménez) y Ocnos (Luis Cernuda). Recorre unas constantes temáticas (el paso del tiempo, el conflicto del hombre con el medio social, el desprecio del diferente que se ha vivido en Euskadi, el ejemplo de algunos hombres buenos Blas de Otero…). Y lo hace con una escritura sin apenas apoyaturas espacio-temporales concretas y con frecuentes menciones al mundo íntimo del autor, un espacio lleno de habitaciones donde existen afectos y pensamientos.
         Al parecer El contador de gotas cierra una trilogía de la que forman parte también otros dos títulos ya publicados: Los hombres intermitentes y Orquesta de desaparecidos. En “Barrio Jaén” alude a la difícil integración de muchos hombres que llegaron a Euskadi (“Su lucha contra la pobreza incluía nuestra prosperidad”), algunos de los cuales se quedaron en la cuneta, en el olvido, sin futuro: “Uno de los jóvenes inmigrantes no pudo defenderse de la intolerancia que transmitíamos” (p. 41). Muy crítico con los nuevos totalitarismos que abanderan los colocados en el pensamiento único y en los sueldos de bonanza de las instituciones. Rinde homenaje a Maite Pagazaurtundúa, a quien reconoce como un ejemplo de dignidad y defensa de la libertad, esa que durante mucho tiempo algunos han querido limitar: ”En pleno siglo XXI, aún existe una cárcel que sigue de moda: la identidad colectiva. Ha aglutinado mucha tacañería espiritual” (p. 93).
         Sobresale una prosa concisa, no exenta de originales metáforas, con un ritmo logrado, donde nada sobra ni falta.
         Insisto, no sé si me ha gustado este libro. Es diferente, humano, valiente, y nos deja un regusto de amarga emoción.

PASAJEROS

TODOS LOS INQUILINOS que habitan en mi cuerpo preparar su despedida.
         Durante más de seis décadas han pagado el alquiler con sus monedas de júbilo, expectativa, sufrimiento, pasiones.
         Intuyo a mis habitantes tendidos en el suelo. Han caído con una brecha de culpa o desánimo. Otros, con su espalda contra la pared de un pensamiento, se incorporan ensimismados.
         Varios de mis huéspedes abandonan mercancías viejas que fueron amistad, diálogo, goces. Los fuertes, con sus bolsas de dolencias, arrancan brotes de tristeza.
         Levanto el hatillo de transeúnte y mi mente empieza a dirigir a dirigir el último viaje del grupo.
         Nos encaminamos hacia la nada. La gratitud es nuestro escudo contra el dolor.

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