MALAS COMPAÑÍAS, Juan R. Barat
Me ha gustado mucho este libro de poemas de Juan Ramón Barat, que recibió en 2005 el XVII Premio de Poesía “Blas de Otero”, organizado por el Ayuntamiento de Majadahonda. Lo compré en una librería de lance, mientras paseaba con mi hijo por las sombreadas calles del centro de la bella Murcia. De regreso, en el tren me puse a leerlo, y me reafirmé en lo que ya sabía: que este polifacético y prolífico escritor acierta en todos los géneros. Puedo dar fe del éxito que tiene no solo como escritor de novelas juveniles, autor teatral o escritor de novelas históricas, sino también como poeta, pues muchos de sus libros han obtenido importantes premios y muchos de sus poemas gozan de mi sincera admiración.
Malas compañías contiene un ramillete frondoso de buenos poemas. Son versos que sobresalen, unas veces por su concisión expresiva, por el acierto del tono, por su variedad temática muy cercana a su autobiografía (“Las gafas”, un buen ejemplo de poema narrativo pleno de emoción), y otras por una acertada selección de asuntos cotidianos que reflexionan sobre la fugacidad de la vida y la evocación de la niñez (“Pavana para un infante difunto”), entre otros asuntos. Llama mi atención la brevedad de algunos poemas muy hermosos, con títulos originales (“Dirección asistida”, “Agua sin gas”), que expresan muy bien las emociones humanas. Un emotivo poemario.
MALAS COMPAÑÍAS
Cuando la muerte escupe
contra el rostro de alguien a quien amas,
algo de su veneno acaba salpicando
para siempre tu vida.
Desde ese instante el mundo se convierte
en una irrepetible extravagancia,
el tiempo en un expolio,
en un perverso fraude la existencia.
MEDIANOCHE
Acabo de apagar
las luces de la casa.
He cerrado la puerta
y la llave del gas.
He tapado a los niños
con el cálido embozo y tiernamente
he besado su frente candorosa.
Mi mujer se ha dormido
sin apagar el flexo
con el libro entreabierto entre las sábanas.
Un espeso silencio se ha posado
como sombra sutil sobre la casa.
Feliz y desvelado
me he asomado al balcón
a contemplar la noche.
Puedo escuchar la música
lejana de la lluvia,
el murmullo del parque
con hojas amarillas en los charcos.
En el cielo otoñal
resplandece la nieve
redonda de la luna.
La transparente brisa
de la noche me trae
el ingrávido olor de los jazmines.
Me dejo penetrar
hasta la misma médula del alma.
La hermosa plenitud de este momento
que nunca más habrá de repetirse
me sorprende llorando
frente a la luz azul de las estrellas.
LA PALOMA
Al pie de los rosales,
en medio del jardín
encontré la paloma desangrándose.
Era blanca y tenía
atrapada en sus ojos
la luz del horizonte.
La tomé entre mis manos con ternura
y sentí que el latido
de su cálido pecho
lentamente escapaba.
Tibio temblor la vida
que mis dedos heló la muerte oscura.
Con la inútil pregunta
en su retina helada,
sus ojos se quedaron para siempre
clavados en los míos.
PAVANA PARA UN INFANTE DIFUNTO
Era un niño. Murió
una tarde lejana
de la que nada guardo
en mis evocaciones.
Recuerdo que tenía una expresión
permanente de júbilo y los ojos
anegados de luz.
Era un niño dichoso por los cuatro
costados cardinales de su alma.
Yo no pude salvarlo.
Lo maté administrándole
pequeñas dosis cotidianas
de sentido común.
Hoy de nada me sirve
dedicarle estos versos.
Ni las lágrimas tontas que he vertido
sobre la lápida que cubre su memoria.
Sé que nunca mi vida
ha de estar a la altura de su muerte.