BACH:
concerto in d minor, bwv 974 – 2, adagio,
Víkingur Ólafsson
EL MUERTO, José Hierro
Aquel
que ha sentido una vez en sus manos temblar la alegría
no
podrá morir nunca.
Yo
lo veo muy claro en mi noche completa.
Me
costó muchos siglos de muerte poder comprenderlo,
muchos
siglos de olvido y de sombra constante,
muchos
siglos de darle mi cuerpo extinguido
a
la yerba que encima de mí balancea su fresca verdura.
Ahora
el aire, allá arriba, más alto que el suelo que pisan los vivos]
será
azul. Temblará estremecido, rompiéndose,
desgarrado
su vidrio oloroso por claras campanas,
por
el curvo volar de gorriones,
por
las flores doradas y blancas de esencias frutales.
(Yo
una vez hice un ramo con ellas.
Puede
ser que después arrojara las flores al agua,
puede
ser que le diera las flores a un niño pequeño,
que
llenara de flores alguna cabeza que ya no recuerdo,
que
a mi madre llevara las flores;
yo
querría poner primavera en sus manos).
¡Será
ya primavera allá arriba!
Pero
yo que he sentido una vez en mis manos temblar la alegría]
no
podré morir nunca.
Pero
yo que he tocado una vez las agudas agujas del pino
no
podré morir nunca.
Morirán
los que nunca jamás sorprendieron
aquel
vago pasar de la loca alegría.
Pero
yo que he tenido su tibia hermosura en mis manos
no
podré morir nunca.
Aunque
muera mi cuerpo, y no quede memoria de mí.
De
Alegría, 1947.
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