PÁJARO TRISTE, F. Mompou
VIAJE EN AUTOBÚS, Josep Pla
Esta obra de Josep Pla, publicada en
1942, es un ejemplo de una manera peculiar de escribir: un narrador omnisciente
–el propio autor– cuenta su vida, contempla, reflexiona y escribe. No estamos
ante una novela que crea mundos autónomos de ficción o recrea ambientes
realistas, sino ante una obra memorialista, organizada en pequeños capítulos,
que transcurre en el Ampurdán y en otros pueblos de camino a Barcelona. Es una
obra itinerante –diría que es un viaje interior del escritor–, en la que vemos la
captación que el autor ha realizado de ese mundo. Según Daniel Alcoba, Pla “nunca
se consideró un novelista, y no lo fue de manera convincente, en efecto, aunque
publicara varias novelas. Como Montaigne (1533-1592), el clásico francés que le
sirviera de modelo, cuya obra comenta en la suya, Pla emplea la escritura no
para inventar historias y caracteres, sino para reflexionar acerca de cuanto ve
y lee, con tono y gesto de filósofo estoico apegado a las tradiciones de su
tierra ampurdanesa y al pasado” (p. 9).
El
procedimiento narrativo se repite en cada capítulo: una leve acción –reanudación del viaje de un pueblo a otro–,
una pequeña anécdota –la necesaria espera del autobús para recoger un bidón de
leche que trae con retraso un payés– y la posterior reflexión del escritor sobre
los beneficios de vivir en un tiempo lento. Idéntica estructura se advierte en otros
capítulos. Sirva de ejemplo uno en el que Pla describe física y psicológicamente
al maestro Garreta, un hombre de vivos ojos azules, relojero, dotado para la
música y ciertamente simpático, porque “casi todos los hombres que tratan de
evadirse de sí mismos suelen ser simpáticos. Son simpáticos por necesidad” (p.
19).
Se
trata de un libro de viajes por una geografía muy concreta (Palafrugell y
alrededores). Sin embargo, el autor se muestra desde el principio escéptico
sobre los beneficios de viajar, pues considera que todo movimiento o separación
duelen. Como dice Pla: “Todas las cosas esenciales de la vida son lentísimas”
(p. 25). Y al mismo tiempo, en su atento deambular sobresale una mirada
admirativa ante la belleza del paisaje: “El campo, el verdadero campo, con sus
aires puros, sus efluvios vegetales, el olor de la tierra, su geórgica elocuencia,
está cada vez más lejos” (p. 34).
A lo largo de la obra hay
constantes referencias a la importancia de captar el paisaje porque en él se
encuentra la esencia de un pueblo. Reconoce, con Unamuno, las cualidades descriptivas
del escritor catalán Joaquín Ruyra (pp. 142-143), y en verdad son recurrentes
los momentos en que se detiene en la descripción de un matiz cromático del atardecer,
en una sombría callejuela, en un aroma, en la belleza de una seta (pp. 193-194)
descrita con una belleza literaria inusual, o en unas becadas que cruzan el
Ampurdán camino de África (p. 183). La mirada contemplativa de Pla capta
instantes de plenitud como si se sintiera agradecido de vivir: “Es agradable
andar por el campo en este tiempo. La atmósfera húmeda tiene una gran riqueza
de matices: azules fugitivos, aguas verdes, rosados endebles irisados, puntos
de carmín. Uno siente en la cara el vaho fresco y suave de las telas de Renoir.
Las lejanía se difuminan vagamente”.
Habitualmente
pasa de descripciones a diálogos muy cordiales con gentes que se encuentra en
el autobús, en fondas, calles y casinos…, y a veces se detiene en análisis algo
costumbristas. Los retratos de amigos o personalidades con las que se encuentra
o recuerda son sobresalientes, como la evocación del maestro Vives (p. 56), una
oronda figura de fácil palabra. En esos momentos sorprende con reflexiones
sobre los beneficios de la plácida vida que proporciona el ámbito rural frente
a la tendencia irreflexiva de huir a la ciudad (p. 92); también insiste en la
calidad de la gastronomía de la zona y en cierta filosofía de vida que entraña
el buen comer (p. 68); regala, coherente con sus ideas conservadoras y
liberales, algún dardo a quienes defienden cierto socialismo improductivo (p.
94); y no olvida sabrosas alusiones a sus libros preferidos, a sus clásicos
latinos, sin dejar de reconocer su dispersa formación lectora: “¡Qué poco ha
leído uno y cuánta frivolidad he puesto en mis lecturas! Uno se afana,
atosigándose, en conocer las cosas más falaces y más absurdas y aquí están
estos libros tan sólidos sin leer, sin abrir, empacados en sus lomos terribles,
encerrados en esta baluerna hermética (p. 33)”. En ocasiones, muestra cierto pesimismo
ante el desinterés de la juventud para valorar la sencillez y la esencialidad que
existe en el campo, un mundo al que el escritor siempre regresa, como sucede al
final de la obra, porque la sabiduría de la vida consiste en saber volver: “la
felicidad está en el regreso, en volver atrás” (p. 194)
Los
adjetivos precisos, la fluidez y sencillez narrativas, la belleza de las descripciones,
un fino humor –basta fijarse en los diálogos que mantiene con unas jóvenes que
regresan del cine–, un vitalismo sosegado que contagia el ánimo del lector…,
son algunos rasgos que convierten a Josep Pla en un escritor ameno, en un
abrevadero donde hay que volver para saciar la sed de lecturas con “esos libros
imperecederos y sin fecha de caducidad”.
Quisiera recomendar el
programa que Imprescindibles dedicó a
este escritor (https://www.youtube.com/watch?v=fT7JVzAYTsw),
así como la entrevista de Joaquín Soler Serrano en el programa A fondo (https://vimeo.com/23087462).
A
continuación, dos fragmentos donde Pla describe el paisaje:
“…Los almendros en flor –rosa y leche–, el
pistilo trémulo, ponen un intimidad cándida sobre la cruda lividez del cielo.
Las mimosas, de un verde amarillento, a punto de estallar, despiden un olor de
sacarina. Los robles, de hoja bronceada,
de sombreados rojizos, parecen un avinagrado aguafuerte. Las viejas
hojas doradas se acaban de pudrir sobre la tierra incendiada, bajo los castaños
de copa soberbia. Los menudos sembrados tienen, tocados por un poco de aire,
como un estremecimiento fugitivo. Pasa una nube sobre la tierra, dejando una
sombra clara, errante e imprecisa (p. 68)”.
“Respirar esta pequeña brisa cargada
de ligeros perfumes, que pasa sobre la piel de una manera tan tierna, que da la
vuelta a las hojas de los álamos, y riza los estanques dormidos, esta pequeña
brisa en la que flotan, ingrávidos, perfumes de la tierra y de las hierbas
floridas o de los arbustos secos, es una de las cosas más agradables que pueden
hacerse en la vida (p. 70)”.
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