jueves, 6 de mayo de 2021

 


 

 

GAVIERAS, Aurora Luque

 

 



 

Decía Philip Larkin que un poema era algo así como un artefacto verbal para cuya existencia se necesita de un creador y de un receptor activos, conscientes. Pero ese poema ha de estar anclado en unas coordenadas semánticas transitivas, es decir, que su significado –extrañado obligatoriamente por los recursos de la literatura y la intertextualidad– no se oculte con capas superfluas (¿?) de artificio formal y cultural. Viene a cuenta esta digresión inicial por la extraña sensación que ha dejado en mí el último libro de Aurora Luque, de quien guardo en mi antología personal de poemas queridos “Eau de parfum”, de Problemas de doblaje, por poner un ejemplo más allá de su conocido libro Carpe noctem

    En este mundo difícil en el que la ponderación en el juicio es poco menos que un fracaso anunciado, son muchos quienes denostan eso que se ha llamado “poesía a corazón abierto” (predominio de los sentimientos), mientras otros se empecinan todavía en defender el gastado “brillo de la forma”. La poesía, esa imprevisible luz que traza el vuelo errante de una mariposa en la noche oscura del poeta, se nutre por igual de ambos principios.

Gavieras es un libro tan interesante y extraño que es difícil decir algo sin errar. ¿Me ha gustado? No lo sé. Premio Loewe 2020, viene con un persistente perfume poético atrapado en hojas de seca poesía. Diría que está escrito con el corazón de la cultura, que es ejemplo de una tendencia que actualiza la tradición clásica, que reivindica los ejemplos femeninos de la cultura, que explora nuevas formas compositivas (prosa poética en “Decálogo de la flâneuse”), que reafirma la intertextualidad (“Tuneando al pirata cojo de Joaquin Sabina”) y que demuestra un dominio exquisito en el uso de la métrica y en las  acertadas figuras retóricas. Y, sin embargo, me deja frío. Valga el siguiente poema en prosa como ejemplo.

 

 

DECÁLOGO DE LA FLÂNEUSE

 

 

Ver construirse el tiempo.

 

Chantal Maillard

 

Flâneuses… su papel en cuatro observadoras, poetas y, sobre todo, ensayistas de la ciudad (…) reivindicar la flâneuse puede ser la manera de denunciar las falacias que hacen del espacio urbano la más férrea plasmación del orden social, cultural, político y económico.

 

Anna Maria Iglesia

 

 

Juramento inicial. Por mis antepasadas, no aceptaré más límites, cancelas en umbrales ni candados. Haré mi ciudad mía, mi laberinto al sol, mi casa grande. Los dedos de los pies sonríen al bajar de la acera. primero de flâneuse: salir sin móvil. Curar la nomofobia.

 

Descubrir el placer de no comprar. Tres excepciones: zapatos de andariega con su nube interior. un libro de flâneuse para leer en bancos, terrazas, céspedes o pretiles. Santificarás al sol sobre las páginas bendecidas y abiertas. Y la moneda para el músico y la música que embellecen las calles. ¿Son los nuevos altares? ¿Oyes cómo esa flauta te facilita claves de vuelo figurado sobre las palmeras?

 

Salvar tus librerías y amar a tus libreros y libreras. Es tu pagana misa semanal: pecado es muy mortal no entrar en ellas. Recordar: el Antihéroe de la nueva flâneuse es aquel Magistral de La Regenta, que mira posesivo la ciudad desde una torre alta, avariciosa, inmóvil.

 

Deambularás. Harás las calles. Preguntarás el nombre de los árboles o los bautizarás si se hallan huérfanos. Preguntarás los sueños a los viejos artistas rotulados en lápidas. Y los saludarás: ¿tu compañera?

 

Amarás una lentitud nueva cada día. Te detendrás a leer la irrepetible escritura de esa frase fucsia de la buganvilla. Te dejo andar, olfato, a ver qué encuentras. Volad, oídos míos, traed ruidos y músicas. Coleccionarás olores diferentes del mar y de las plazas. Los irás bautizando. Oh, lexicografía nueva de la flâneuse.

 

Métodos de paseo: probar los autobuses hacia ninguna parte. Las últimas paradas de las líneas, allí donde se vuelca del plato la miseria. Periferias: bodegas, lecherías, colmenas. Comer fruta llegada de esos huertos cercanos.

 

Hablarás con una anciana los días impares. hablarás con un anciano en los días no impares. Que fluyan sus memorias. Hallarás, como gemas, palabras para tu colección, palabras que jamás estrenaste en tu boca. Qué sabrosas las palabras rodadoras, rodantes, confitadas en tiempo. Será como pescar en plena calle peces secretos, caracolas envueltas en algas, restos de buques, escamas de sirenas.

 

¿tertulias, foros, clubs, ágoras vivas, ateneos? ¿Micromuseos vacíos, amigos de la música, patios frescos, talleres de escultoras, tabladillos, verbenas diminutas, títeres y minúsculos teatros? Con una condición: no aparezcan en las sumisas guías.

 

Los cementerios narran el temperamento arcano de la polis. No desdeñes sus voces. Poemas semiescritos en las tumbas que tú completarás. Plagia a Banksy, deja en aquellas tapias tu grafiti.

 

Y si te invade el ansia de la fotografía, hazla con tus palabras: regresa con un haiku y cuélgalo en el vaho del espejo. Ciudad, aforo libre. Espigarla a lo Varda. Buscar lo infraordinario de Perec. Reavivar los fuegos a lo Woolf. Olvidar los decálogos.

 

 

De Gavieras (2020)

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