martes, 2 de febrero de 2021

 

DICEN LOS SÍNTOMAS, Bárbara Blasco

 

 



 

 

Con este libro la autora valenciana Bárbara Blasco (Valencia, 1973) ha obtenido XVI Premio Tusquets Editores de Novela 2020. Un inusitado interés por la enfermedad y sus insólitas connotaciones vitales y literarias son el móvil que estructura una obra perfectamente escrita. Desde la perspectiva de una narradora protagonista conocemos un mundo inestable, en el que las relaciones familiares están deterioradas: un padre egoísta que oculta un turbio pasado lleno de desafecto, a quien Virginia, la narradora, no duda en insultar mientras el progenitor permanece en coma en el hospital; una madre medicalizada para evitar sus brotes de esquizofrenia, que se niega a descubrir la verdad; Esther, una hermana protegida y tirana; y un extraño compañero de habitación que vive sus últimos días y con quien Virginia llega a una imprevisible complicidad. Con estos elementos Bárbara Blasco elabora una obra inteligente, ácida y llena también de una ocasional ternura.

         En el marco espacial de una habitación de hospital, ese lugar donde las fronteras entre las personas a veces se desdibujan, Virginia hilvana recuerdos y confiesa sus íntimos sentimientos. Ella es, junto con el “extraño” enfermo que también convive en la misma habitación, el único personaje auténtico. Filóloga, trabajadora en un bar, anhela tener un hijo. Para ello recurre a relaciones esporádicas, preocupada principalmente de copular con seres humanos sanos: “Yo sí busco. Unos diminutos, microscópicos espermatozoides, fuertes, sanos, aguerridos. Los mejores espermatozoides del mercado”.

         Atenta al deterioro que vivir ocasiona, considera que la enfermedad es una realidad no puntual sino continua en la vida de los seres humanos. No entiende que las personas no sean conscientes de esos pequeños detalles que la erosión de vivir produce. Su interés por la enfermedad le lleva a estudiar el modo en que otros escritores (Kafka, Molière, Sergio del Molino, Julián Herbert…) abordaron esta cuestión. Para ella la enfermedad es algo así como “una hermosa ciudad en ruinas. Posee la paz de un claro en llamas en mitad de un bosque”.

         Rica en matices expresivos, esta novela es un ejemplo de escritura digresiva, como si se tratara de una amplio monólogo escrito con una gran libertad creadora: “Desperté en el banco un rato después, sin recordar cómo me había quedado dormida. Tres hojas de castaño habían caído sobre mí, como si yo fuera un haiku o una tumba”. En ocasiones, despliega la ironía y un humor negro que hace dibujar en el lector una cómplice sonrisa.

         Apunto el nombre de esta escritora, porque no es fácil –dejemos aparte la sintonía personal con el tema tratado– haber escrito un libro con un final tan sorpresivo y liberador, y con un tratamiento tan acertado de los desafectos familiares.

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