LA LLAMADA DE LA TRIBU,
Mario Vargas Llosa
Mario Vargas Llosa
No suele un maniqueísta tener la
curiosidad, la paciencia o la generosidad intelectual de leer a autores cuyas
ideas se sitúan en las antípodas de su propio pensamiento. La necesidad de
verse reconocido lleva a este lector limitado a ahondar en los presupuestos ideológicos que anhela confirmar. No sé cómo le
sentará a la belleza poética en la que me siento cómodo y feliz que yo comente
este tipo de ensayos. Intuyo que bien, máxime después de leer la
reivindicación que Antonio Muñoz Molina hace de la libertad de un lector –libre
de prejuicios– atento a los diversos géneros.
Recoge
este libro la evolución del pensamiento ideológico del escritor peruano desde
sus iniciales convicciones marxistas a la aceptación de los postulados afines al
liberalismo democrático. Y el punto de inflexión lo sitúa el autor en el
desengaño que le supuso la deriva autoritaria del régimen castrista. En su opinión,
el espíritu de pertenencia tribal que siempre ha existido en el nacionalismo y
en todo fanatismo religioso ha ocasionado “las mayores matanzas en la historia
de la humanidad”. Y para argumentar este viaje ideológico se apoya en las ideas
de quienes, a su juicio, son los máximos representantes del liberalismo.
Para Vargas Llosa, la
mentira del marxismo y sus derivados se basa en la creación de un pensamiento
único en el que no existe la disidencia ni la opinión individual, de modo tal
que se reverencia la doctrina del Estado como única. Dicho esto –y sintetizando
sus tesis– el objetivo es luchar por una democracia liberal que garantice los
derechos esenciales y facilite la iniciativa individual para la creación de
riqueza. Esta ideología “flexible” –así se refiere a ella en varias ocasiones–
se mantiene equidistante tanto del conservadurismo como de la socialdemocracia,
si bien tiene aspectos ideológicos coincidentes con ambos. Quienes quedan fuera
de la zona de contacto con el liberalismo son, siempre, los extremismos de uno
y otro lado. Interesante es su defensa de la educación, tanto privada como
pública, porque hay que ofrecer a todo ciudadano el acceso a los estudios,
independientemente de su realidad económica, pues el talento no debe
desperdiciarse por políticas erróneas que no garantizan la igualdad de
oportunidades.
Sería muy prolijo ir
desgranando las ideas de cada uno de los intelectuales que Vargas Llosa
considera sus mentores en el proceso de asimilación del liberalismo democrático.
Baste, pues, con citarlos e invitar al lector curioso a introducirse en este
enriquecedor ensayo: Adam Smith (1723-1790), de quien hace un pormenorizado
recorrido sobre su vida dedicada al estudio e incide en su concepto novedoso de
“la propiedad privada” como motor del crecimiento, al tiempo que recomienda sus
dos obras esenciales, La teoría de los
sentimientos morales y La riqueza de
las naciones; reivindica a José Ortega y Gasset (1883-1955), de quien
resalta su capacidad visionaria para detectar las males de su tiempo y
vaticinar los venideros, en concreto, cuando alude a las ideas de “rebelión de
las masas” y la “España invertebrada” como consecuencia de las demandas
insaciables del nacionalismo catalán y vasco, al tiempo que incide, sin rubor,
que la mayor aportación de España a la humanidad ha sido la idea de
“colonización”, que difiere de la de conquista; de Friedrich August von Hayek
(1899-1992) valora su visión liberal de la economía cuando afirma que “la
ambición en el individuo es la fuerza que dinamiza la economía de mercado, lo
que hace posible el mercado”; considera a Sir Karl Popper (1902-1994) el
pensador más relevante y su mentor principal; de Raymon Aron (1905-1983) resalta
sus posiciones políticas moderadas; de sir Isaiah Berlin (1909-1997) alaba su
humanidad y lucidez de su pensamiento, sin dejar de aludir a su relación con A.
Ajmátova y a la que posteriormente fue su mujer, Aline Halban; y de Jean-François
Revel (1924-2006) incide en el hecho de que fuera un intelectual que se sirvió
de los medios de comunicación para influir en la sociedad.
Al final, Mario Vargas
Llosa afirma que el pensador más interesante del siglo XX y el que más ha
influido en él ha sido Karl Popper, con quien comparte muchas ideas: “El Estado,
dice Popper, es ‘un mal necesario’. Necesario, porque sin él no habría
coexistencia ni aquella redistribución de la riqueza que garantiza la justicia –ya
que la sola libertad por sí misma es fuente de enormes desequilibrios y
desigualdades– y la corrección de los abusos. Pero un «mal» porque su
existencia representa, en todos los casos, aun en los de las democracias más
libres, un recorte importante de la soberanía individual y un riesgo permanente
de que crezca y sea fuente de abusos que vayan socavando las bases –frágiles, a
fin de cuentas– sobre las que fue erigiéndose, en el curso de la evolución
social –difícil saber si para aumentar la felicidad o la desdicha de los
hombres– la más hermosa y misteriosa de las creaciones humanas: la cultura de
la libertad”.
Este libro es, en
esencia, una clara defensa de la libertad del individuo en medio de este mundo
convulso, en el que las ideas orwellianas del control que ejerce el Estado
crecen como telarañas de las que los humanos, esos seres diminutos, apenas pueden
zafarse.
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