MANERAS DISTINTAS DE AMAR (O DES-AMAR),
Carlos Javier Cebrián
Hace unos años, con motivo de la
publicación de Estragos (2012), escribí
en el prólogo del mencionado libro: “La inmensa mayoría de sus versos
desazonan, conmueven por su tristeza asumida, cautivan por el desaliento
superado solo por la fe en el amor, y, sobre todo, sobrecogen por la belleza
literaria que rezuman. Tras leer a Javier Cebrián nadie sale indemne ni
indiferente, porque con este poemario, nuestro autor parece abrir una nueva fase,
se reinventa poéticamente con un discurso menos áspero, más auténtico y muy
ceñido a su biografía”. Ahora, con Maneras distintas de amar (o des-amar), Cebrián
se cimbrea de nuevo como un funambulista sin importarle el vértigo, sin reserva
alguna, y muestra su yo más íntimo. Unas pocas veces, de una manera entusiasta
y agradecido con la existencia; y, casi siempre, descreído ante las maneras de
la vida.
En ocasiones, el yo
omnipresente del autor se decanta por el tono cáustico e irónico (Necrológica), y en otras apela a un
sentimiento radical del amor (Contiendas):
“Ama sin piedad, / como si te fuera la vida / en el envite, / como si te fuera
la muerte / en ello”. También son frecuentes las alusiones a motivos musicales
–como hiciera en su libro Estragos–,
en los que el amor se erige como el único sentimiento que ordena la existencia,
y así alude a Danza invisible y a Mark Knopler, en un poema (Tunnel of love), que, en el fondo, es
una reflexión sobre las secuelas que deja el paso del tiempo. La segunda persona
dota al poema de un ritmo perfecto.
TUNNEL OF LOVE
Ya posees en tu memoria
viejas canciones
y nuevas lágrimas.
Te has sorprendido
llorando
mientras escuchabas esa
canción.
te empieza ya a pesar
sobre los hombros,
sobre tus lágrimas,
el paso del tiempo.
Te creías o más bien te
suponías
inmune al devenir
rastrero
y furioso del tiempo.
Así tan crédulo y
estúpido
ofrecías tu pecho
descubierto
al filo cruel del sable
que blande la figura
retórica
de cada día que se va.
Los días y las noches se
aúnan
y pasan como una suma
descabalada y fatal.
Ya posees en tu memoria
viejas canciones
y nuevas lágrimas.
Cada canción es otra
imagen perdida,
cada nota otro rostro
difícil de recordar.
Te has sorprendido
llorando
mientras escuchabas esa
canción,
y esa emoción te ha
parecido
extraña y placentera.
A veces no hay pérdida en
el recuerdo,
es más, a menudo el
recuerdo
es únicamente intención,
la alegría de
mencionarlo,
soltar lastre por encima
de la baranda.
Llorar, a veces, es una
bendición.
A lo largo del poemario
va leyendo el lector alusiones al desamor y la tristeza: “amor donde solo resta
odio”, “pero el amor no conoce la compasión”, “otra vez la frontera del
desastre”, “soy un hombre muerto / que respira...”. Hay poca luz y
epifanía en este poemario –excepción hecha de un poema casi salmódico,
“Sobrevivir”–, en el que, sin embargo, prevalece un inclemente ajuste de
cuentas del poeta consigo mismo. De este modo, los poemas no son canto, sino
constatación realista de la lucha por la vida. Y esta reincidencia en la
derrota va marcando el poemario de zozobra. Intuyo que el poeta es consciente
de este confesionalismo radical e impúdico (“sé que soy un pobre diablo /
acepto tu diagnóstico) y de que desde la desolación afectiva, amorosa y sexual (“en
pleno orgasmo silenciado / creo que he llorado”) aspira a construir su universo
poético, tal y como sucede en “Asepsia”, “Séptica” y “No busques en mí”.
NO BUSQUES EN MÍ
No busques en mí
a aquel niño inquieto
y descuidado que fui
o al adolescente que
intentaba ser feliz
o al adulto doméstico que
sufría por amor.
Nada de ellos queda en mí
sino residuos.
Cómo magulla la propia
vida,
cómo hiere, cómo
erosiona.
Nada queda de mí,
apenas un tipo sombrío
que llora
con solo rozarle un
recuerdo nimio
o el impacto inmediato de
la emoción.
No soy siquiera cicatriz.
Soy heridas abiertas,
sangre y pus,
infección de lo que un
día fui.
Un hombre que sobrevive
sin sentir
el saludable temor a la
muerte,
que de bien, al ser
humano
siempre acompaña.
No soy alma,
solo soy humana mecánica
porque, de manera
efectiva,
muerto ya estoy.
Soy un hombre muerto
que respira.
Desde
el punto de vista estilístico, la poesía de Cebrián, que nunca ha estado
atenazada por la retórica, se ofrece desinhibida y clara. Y en esta línea transparente
pero de sentimientos encontrados (no antitéticos) se inserta el decir directo y
desnudo de Cebrián, un tono que, por otra parte, se aviene bien con el verso
libre en que están dispuestos los poemas. Así, el ritmo brota al devenir del
sentimiento, es decir, del valor semántico de los poemas más que del incómodo
corsé de metros y rimas.
Libro
a libro, Cebrián va construyendo su personal poética de la zozobra, es decir, la
expresión de una manera poética de vivir o des-vivir. Su arriesgado poemario está
lleno de logros y diabluras, que a nadie deja indiferente:
Y que les den
a la poesía, a la elegancia en el
decir,
a la contención poética,
al pensamiento
y al amor que debo a los seres
humanos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario