No me mueve otro afán que compartir
esta breve reseña
de Francisco Caro.
Gracias por tus palabras.
DOS POEMAS DE Julián Montesinos,
Francisco Caro
Francisco Caro
Respuesta pública
a Julián Montesinos,
poeta en Elche
Querido poeta.
He tenido oportunidad de leer en estos días tu libro La vida en ámbar que viene a significar
otro paso, tan sencillo y valioso a la vez, en tu andar poético. El hecho de
que esté editado por la valenciana Pre-Textos supone un valor añadido a su
difusión. Es una edición primorosa en donde los poemas no se ven sofocados por
la página. Me ha gustado especialmente su caja y tipografía, tan próxima a la
colección de Obras Completas. Pero lo significativo es cómo he disfrutado, en
estos días varios y uniformes, su contenido, los poemas que te permitieron
obtener el premio Villa de Cox. Es la tuya poesía trazada con pausa
celebrativa, con luz cordial, con mirar pausado. Son poemas –es tu manera de
sentir– que atienden a las cosas y sus mensajes, que espabilan nuestra
capacidad de observación para extraer lecciones, si no morales, sí de vida. Sin
que tú pretendas ni fuerces. Todo se desarrolla en los alrededores de la
normalidad, del existir cotidiano: hijos, familia, sol, campo… sin rebuscar en
los abstractos ni rebuscarse en las incógnitas. Admiro mucho el tono sereno,
sin demasías, de tu decir, ese buscar el concilio con el asombro por el que
discurren tanto el fondo como la forma del verso. Creo que en algo, en mucho,
participas de ese aroma levantino que también atraviesa a tu paisano Antonio
Moreno; de esas maneras que descubrí con el malogrado Antonio Cabrera, de las
palpitaciones que conmueven a José Iniesta, con quien he intercambiado libros,
opiniones y afectos. Querido amigo, queda en mí el susurro de la luz filtrada
por el ámbar, ese “hermoso enredarse” de tu palabra en la bondad que nos salva,
ese saber que el hombre no es sino un elemento más del abrazo del mundo.
Y tu capacidad para decirlo, para
hacerlo llegar en hermosura.
Permíteme que elija dos de tus poemas
para los lectores de “Mientras la luz”
Niño en la playa
El viento de levante arrastra la arena.
Es temprano. No hay barcos en la playa,
solo un niño corriendo
y unas pocas nubes en el cielo.
Un niño corre y salta
y se aproxima lentamente a unas gaviotas
que alzan quejumbrosas un vuelo desordenado.
El niño se para, respira hondo,
pero al instante se recupera
y las ve en otro lugar de la playa.
Repite su juego, grita feliz,
pinta de luz la mañana dormida.
No es consciente de su alegría
ni del sentimiento de libertad que inspira,
pero yo le observo con la mirada limpia
de un hombre asombrado
ante el milagro breve de la vida.
Tijeras
De él solo recuerdo unas grandes tijeras,
una escuadra y un
cartabón roto,
un baúl con libros del veintisiete
y el gusto de mirar los campos a lo lejos.
Y recuerdo también
nuestra unión al contemplar la inmensidad
del cielo aquel verano cuando yo advertía,
acostado en la mesa de cortar,
las rayas temblorosas que trazaba
sobre un paño casi siempre oscuro.
A veces cuando miro las estrellas,
descubro que nada puede medir
el alma de un hombre
ni abarcar toda la dimensión de su amor.
Mientras crece su ejemplo de bondad,
escucho el ruido de sus tijeras
en la sastrería cortando telas y olvidos.
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