miércoles, 24 de julio de 2019






ORDESA,  
Manuel Vilas


Lo confieso: yo también he leído Ordesa. Y he leído muchas críticas favorables. Mi reseña esta vez será breve, brevísima: el libro me ha gustado, aunque no le habría sentado nada mal alguna dieta de adelgazamiento en sus páginas.
       Consta de 157 entradas numeradas y un epílogo de 11 poemas, cuya temática es afín al contenido de la novela (¿?), de la autoficción o de la biografía novela, pues todo cuando se dice –y así lo ha afirmado su autor en alguna ocasión– es verdad. Y esta verdad no le confiere ningún valor añadido a la novela, si no fuera por el tratamiento estilístico de lo contado. El libro es un homenaje a sus padres, a los que tanto quiso y con quienes siempre estará en deuda. Pero lo importante no es que estemos ante una elegía hímnica  –lo que no deja de ser un extraño oxímoron–, sino que hay que encontrar lo sobresaliente en el estilo, un artificio en el que el autor se regodea, sabedor de sus cualidades. Se trata de una novela acumulativa, que se lee con la misma velocidad vertiginosa con la que se olvida, a no ser que el lector tenga la paciencia de ir subrayando aquí y allá algunos párrafos esenciales. Simplificando mucho mi interpretación, sobresalen varios aspectos: me resulta sugerente la creación de esa Voz que le habla al propio narrador-personaje, algo así como su conciencia; me convence el acierto de referirse a los personajes con los nombres de los grandes músicos de la historia, así Wagner será su madre, Bach, su padre, etc.; me resulta original ese tránsito entre la materialidad de lo narrador (objetos, cosas) y la reflexión filosófica sobre aspectos que el autor elige (muerte, capitalismo, desamparo, educación, la vida…); y me parece acertado el estilo en general, un estilo entre poético y filosófico, que permite al escritor manejarse con absoluta creatividad. Creo, no obstante, que hay más poesía en la prosa –muchos capítulos acaban con alejandrinos y endecasílabos– que en los propios poemas del epílogo, excepto “El Crematorio” y “974310439”. Suele concluir muchos capítulos con versos logrados: “Mi padre fue un artista del silencio (p.60); “La música de mi corazón atolondrado”(p.221); “El Mediterráneo fue su única patria” (p.262); “Bailas conmigo una danza de amor” (p.357).
       Dejaremos al margen las consideraciones temáticas, pues estamos ante una vida fragmentada que nos muestra el itinerario biográfico del propio Manuel Vilas, alguien que después de vivir en los infiernos del alcohol es capaz de amar la luz de la vida, alguien que decidió vivir a beber, es decir, cambió las “bes” por las “uves”, como él mismo explica de manera ingeniosa. Y ahora me pregunto que cómo es posible que alguien que ama tanto la vida hable tanto de la muerte, de la presencia fantasmal de sus seres queridos, del dolor de las ausencias, de los afectos inexplicablemente rotos, de la extinción de todo, de eso que para el escritor es la extinción: la muerte.
       En ocasiones asoma la ironía e incluso el humor. Véase el capítulo 13, referido a esos jóvenes perdidos, al Coliflor, cuya trágica vida llega a conmovernos.


ADENDA

Como  el propio Manuel Vilas dijo en una charla en Elche que era un melómano compulsivo, me atrevo a proponer esta música que sugiere (¡qué simplificación!) el contenido del libro.  
       He aquí unos textos que deseo compartir:
-“Si no sabes alimentar a tus hijos, no tienes ninguna razón para existir en sociedad” (p.15).
-“Mi madre era una narradora caótica. Yo también lo soy. De mi madre heredé el caos narrativo. No lo heredé de ninguna tradición literaria, ni clásica ni vanguardista” (p.22).
-“Cuántas veces llegaba yo a mi casa, cuando tenía diecisiete años, y no me fijaba en la presencia de mi padre, no sabía si mi padre estaba en casa o no. Tenía muchas cosas que hacer, eso pensaba, cosas que no incluían la contemplación silenciosa de mi padre. Y ahora me arrepiento de no haber contemplado más la vida de mi padre. Mirar su vida, eso, simplemente.
       Mirarle la vida a mi padre, eso debería haber hecho todos los días, mucho rato” (p.73).
-“La verdad es lo más importante de la literatura. Decir todo cuanto nos ha pasado mientras hemos estado vivos. No contar la vida, sino la verdad” (p.77).
-“Es lo único que debe hacer un profesor: enseñar a sus alumnos a amar la vida y a entenderla, a entender la vida desde la inteligencia, desde una festiva inteligencia; debe enseñarle el significado de las palabras, pero no la historia de las palabras vacías, sino lo que significan” (p.112).
-“Mi memoria pone en pie una visión del mundo catastrófica, ya lo sé, pero es la que yo siento como verdad” (p.197).
-“Que te espere alguien en algún sitio es el único sentido de la vida, y el único éxito” (p. 236).



UNKNOWN (TO YOU)
Jacob Banks


 

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