LAS APARIENCIAS, Antonio Muñoz Molina
Se ha oído hasta la saciedad
que una gran parte de la mejor literatura tiene su origen en los periódicos.
Como todas las generalizaciones tiene algo, solo algo, de verdad. En cualquier
caso, son muchos los textos excelsos que he disfrutado de F. Umbral, M. Alcántara, Pedro G. Cuartango, M.
Vicent, del recientemente fallecido Alvite y de tantos otros. Cada sábado inicio el día
con la lectura de la colaboración de Antonio Muñoz Molina en el diario EL PAÍS,
recorto los que me gustan y los archivo, también practico el copipega y los
dejo dormir en un archivo de mi ordenador para releerlos no sé cuándo ni en qué
tiempo futuro. Pero nada me despista de ese disfrute matinal.
Ahora releo algunos que fueron reunidos en libro Las apariencias (Alfaguara, 1995), un
libro que leí hace años y que reseñé en las páginas de Artes y Letras en
INFORMACIÓN. Estamos ante una colección de artículos periodísticos que su autor
escribió en ABC y EL PAÍS, y en los que Antonio Muñoz Molina insiste en su
pretensión de compaginar el artículo con la novela y el cuento.
En el primero de los artículos, “La manera de mirar”, hay una
declaración de intenciones, algo así como una teoría de la contemplación que
tan bien cuajó en su delicioso libro Ventana
de Manhattan (2004). Supone una declaración del papel del escritor en el
mundo, de cierta defensa de la primacía de la realidad sobre el arte, que de
alguna manera ha servido de guía para el escritor: “Basta de espejos y de
sombras, de melancolía y de literatura, de canciones escuchadas para sufrir más
dulcemente. Procurará mirar ahora las cosas con los ojos tan apasionadamente
abiertos como un pintor de la verdad. Intentará vivir para contarlo” (p.
29).
Quien haya seguido la evolución narrativa de AMM (y quien esto
escribe ha empeñado tiempo y disfrute en hacerlo, hasta pensar que será testigo
del momento en que este autor sea distinguido con el Nobel) advertirá que se ha
ido produciendo un proceso de desliteraturización y cierta renuncia a modelos
narrativos, al tiempo que una afirmación cada vez más constante del valor de la
memoria, del recuerdo y de la contemplación de la realidad más inmediata como
asuntos novelables. A esta conclusión puede llegarse si se ha leído todas sus
obras (no solo novelas), desde la primera, El
Robinson urbano (1984), hasta la última, Como la sombra que se va (2014), y se llega a la conclusión que en
tres décadas AMM ha conseguido elaborar el mayor festín literario de las letras
hispanas.
En la obra que ahora reseñamos, Las
apariencias, el autor jienense cautiva una vez más por su capacidad para
describir ambientes, paisajes y rasgos psicológicos de personajes, por
transmitirnos con una manera nueva de mirar todo cuanto ve. En este sentido,
cabe resaltar la actitud que el escritor adopta ante el origen de su materia
temática: “Quien escribió tantos artículos rabiosamente intelectuales,
hermosamente intoxicados de literatura, quien creó personajes completamente
novelescos, argumentos de género…, reniega ahora de su posible enfermedad
literaria y abre las ventanas de la calle y del recuerdo personal” (Elvira
Lindo, prólogo a Las apariencias p.
17).
Estamos ante un libro de temática miscelánea, pero en el que
advertimos cierta recurrencia en los motivos: las alusiones al mundo de la
pintura y la presencia constante de la literatura como forma de vida que
procura intensidad y verdad son temas desarrollados en varios artículos, pues
como dice Muñoz Molina: “Fatalmente la voluntad de saber lo condena a uno a la
literatura, que es una simulación del conocimiento y no un método para
averiguar la verdad”. Destaca una mirada atenta hacia los desposeídos y el perfil
humano de las situaciones. En “Desconocidos”, quizá el más intenso, plasma el
abandono de una mujer sin nombre que yace en coma en un hospital de Madrid y
que “pertenece a la soledad y la amnesia”. El tono literario se ve reforzado
por citas explícitas de Lorca y un
uso constante de la intertextualidad que nos recuerda al poema “Mujer con
alcuza”, de Dámaso Alonso. En “Soldados” reflexiona sobre la vida cuartelaria,
bucea en la experiencia personal y crea, de este modo, el embrión de su futura novela “Ardor guerrero”.
Frente a esta evolución temática que amplía la óptica de sus
intereses, parece Antonio Muñoz Molina reafirmarse en sus rasgos estilísticos,
aciertos que ya fueron elogiados por Pere Gimferrer cuando dijo que AMM poseía
“unas condiciones expresivas del todo inhabituales, una rotunda capacidad de
invención y una enérgica voluntad de estilo” (prólogo a El Robinson urbano, 1993, pág. 6). No hay duda de que el autor
prefiere las oraciones de período largo con cierto abuso de la polisíndeton
para el engarce del discurso, en la captación poética de la realidad, y en la
sorpresa de la adjetivación innovadora, pero al mismo tiempo ha renunciado,
solo en parte, al uso de referencias literarias común en sus primeros
artículos, pero todavía presentes sutilmente en este libro que reseñamos.
Podríamos servirnos de las palabras de Jorge Luis Borges que recoge Andrés
Soria en la introducción al libro de cuentos de AMM “Nada del otro mundo” para
comprender la evolución que ha experimentado el estilo del autor jienense: “Es
curiosa la suerte del escritor. Al principio es barroco, vanidosamente barroco,
y al cabo de los años puede lograr, si son favorables los astros, no la
sencillez, que no es nada, sino la modesta y secreta complejidad”.
Es quizá el estilo de Muñoz Molina su cualidad literaria más
personal y sobresaliente. Plasma en largas oraciones matices llenos de
plasticidad, nos sorprende con una adjetivación innovadora y poética (“los
paisajes polares de los aeropuertos”) y capta con la misma morosidad las manos
de un ciego, la concentración de un hombre mientras lee y la luz detenida en un
balcón. De ahí que en “El color de los sueños” se aluda a las tonalidades
azules de Vermeer, Van Gogh, Edward Hopper, Joan Miró y Magritte.
AMM no abjura de sus modelos, los cita, abusa de la intertextualidad
y rememora sus lecturas hasta convertir la literatura en un quehacer intrínseco
a su vida: “Desde Cervantes a Faulkner tengo ochocientos padres”, pero son
algunos los escritores en los que suele reconocerse: Borges, Graham Greene,
Onetti, Bioy Casares, Carver, Rulfo, Cervantes, Flaubert, Proust, Chesterton,
Umbral, Conrad, Navokov…
Al margen de sus referentes estético y literarios, no es AMM un
escritor indiferente a la realidad que le rodea, sino que además se sirve del
periodismo para plasmar sus inquietudes, para expresar su visión de la
realidad, sin temer a la disputa que su opinión pueda suscitar. AMM mira la
realidad con ojos comprometidos, pero sin renunciar nunca a la principal
exigencia que debe tener un escritor, esto es, el cuidado del estilo. La
imbricación entre periodismo y literatura tiene en Muñoz Molina a uno de los
mejores escritores: “Estoy convencido de que el escritor lo es en la medida en
que al crecer ha seguido guardando consigo el fuego sagrado de la imaginación,
el impulso antiguo y nunca desfallecido para interpretar el mundo no mediante
el análisis sino mediante la fábula, y de suspender de vez en cuando las leyes
inflexibles de lo evidente para mirar al otro lado y descubrir lo que las
apariencias aceptadas ocultan”.
Julián Montesinos Ruiz
No hay comentarios:
Publicar un comentario