viernes, 9 de enero de 2015







ASÍ EMPIEZA LO MALO, Javier Marías

Elegido por muchos críticos el libro del año, he de reconocer que, aun habiendo leído anteriormente otros títulos que me fascinaron (Corazón tan blanco y Mañana en la batalla piensa en mí), salgo de las páginas de este libro un poco confundido. Y sin embargo el saldo de mi experiencia lectora es altamente positivo, diría que el fiel de la balanza se inclina a favor de reconocer sus méritos y minimizar pequeños desaciertos, achacables más bien a mi concepción de la novela ajustada a un ideal en el que no caben esas digresiones de las que tanto gusta Javier Marías, y que a la vez son una de sus señas de identidad estilística.
Lo diré sin rodeos. Por un lado, he disfrutado con la habilidad del autor para tejer y destejer un entramado argumental en el que el amor y el desamor, la atracción del sexo (algo parecido a una teoría de la seducción encubierta), la defensa del engaño (diría más bien de la utilidad de guardar esos secretos que dañan al ser revelados), el trazado psicológico de unos personajes que se van actuando de manera imprevisible (el Doctor convertido en un donjuán de oscuro pasado franquista que se sirve de la intimidación y el abuso, la incomprensible actitud de Enrique Muriel en su afán de no perdonar a su mujer, Beatriz Noguera, personaje este último de una belleza plena y cautivadora, que acaba abrazada a otros hombres y abocada a un suicidio anunciado). Mención aparte requiere Francisco Rico, el conspicuo estudioso de la literatura que aquí es convertido en un personaje que se muestra con desmesura, tanto por sus saberes como por su forma de actuar impetuosa e irónica. Enredado en estas peripecias el lector siente que el placer de leer consiste más o menos en abandonarse a esa fuerza subterránea de sentimientos y inteligencia narrativa que exhibe el autor.
Y, por otra parte, me cuesta creer la perspectiva narrativa desde la que se cuenta la historia: el personaje protagonista, Juan de Vere, es también el narrador de esta obra, un observador privilegiado que convive con la familia de Muriel y conoce todos los entresijos, hasta convertirse, al final de la novela, en uno de sus personajes principales. Y junto a esta perspectiva que permite al protagonista contar lo que ve y narrar lo que escucha en interminables horas de conversación con los restantes personajes, hay algo que desafina, y son esas digresiones que tanto gustan a Javier Marías, pero que para un lector como el que esto escribe y que valora el estilo, estas “circunvoluciones” (así define el propio autor sus circunloquios) me resultan innecesarias: qué aporta ese afán de indagar en el origen y en la etimología del nombre de Juan de Vere; por qué esa exhibición casi enciclopedística de conocimientos sobre Shakespeare; a qué tantas referencias sobre el mundo de cine (con alusiones a películas y a actores).
Pese a que me hubiera gustado un estilo más embridado, no dejo de reconocer que estamos ante una obra mayor, un paso más en la trayectoria de un autor con un mundo sentimental y un estilo digresivo muy originales.
Cuando leí la última línea de esta novela, me acordé de un texto escrito en la primera página, porque por encima de todo prevalecía en mi ánimo la sensación de haber asistido a unas vidas malgastadas por el amor, el desamor y el engaño: “…una vida, y qué poco es una vida, una vez terminada y cuando ya se puede contar en unas frases y sólo deja en la memoria cenizas que se desprenden a la menor sacudida y vuelan a la menor ráfaga”.

Julián Montesinos Ruiz.

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