NOMBRES DEL ÁRBOL, Antonio Moreno, Tusquets,
2010
Con Nombres del árbol,
Antonio Moreno nos regala el octavo libro de su producción poética, y lo hace
de la mano de una prestigiosa editorial, Tusquets, y en una colección donde sólo
se publica a los consagrados. ¿Y quién es este hombre silencioso que se afana
en sus quehaceres y cuida con tanta bonhomía de sus amigos? La respuesta no
importaría, porque aquí comentamos su obra, pero se da la circunstancia de que
ambas facetas (vida y obra) van entrelazadas, son indisolubles en un poeta que
tiene su poesía reunida en la editorial Comares y que ha publicado también cuatro volúmenes de temática memorialística.
Con Nombres del árbol,
Antonio Moreno ofrece una síntesis de su mundo poético, de sus recurrencias temáticas,
si bien en este último poemario advierto un tono hímnico y luminoso muy
acentuado. Invoca al sol, a la luz
de septiembre, a los vencejos… Pero con ser este tono vital (la luz del mediodía)
una cualidad del libro, quisiera destacar la actitud contemplativa de su autor
(o de Antonio, tanto da). El poeta no mira asépticamente la realidad, confluye
con ella. Diría que su destino como hombre es ser testigo emocionado de lo que
ve, porque en su obra mirar es comprender-poseer-emocionarse. Así, unas veces
mira los vencejos que vibran en el aire; otras, se sienta en una cafetería y
contempla a la gente como si percibiera la maravilla de la vida que trascurre,
el regalo del presente, la dicha de existir simplemente. Y lo expresa con un
endecasílabo perfecto: “siento la eternidad en quienes pasan”.
Uno de los aciertos del libro, quizá sea la perspectiva
desde la que contempla el mundo (su mundo), o lo que es lo mismo, esa
conciencia de saber la misión que como hombre y poeta tiene Antonio Moreno.
Entraríamos de lleno en la consideración de que el autor da muestras de ser un
poeta metafísico, sin ser ésta
nada más que una vertiente de su quehacer. Así, en el poema que da título al
libro (“Nombres del árbol”), toma como punto de partida los distintos nombres
que se utilizan para designar al “árbol”, y admite al cabo que lo importante, más
allá de las fronteras lingüísticas, es “ese milagro vegetal que se alza/ como
un templo en la tierra”. Y afirma que el creador de ese milagro es Dios, a
quien también se nombra de modo diferente en cada idioma. A partir de aquí, el
poeta reflexiona sobre su destino y la necesidad de atender a lo nuclear de la
vida y no a la cáscara que la envuelve.
La presencia constante de la naturaleza es consecuencia
de esta contemplación ensimisma e hímnica a un tiempo . En “Geranios” y “Cerca
de unos pinos” la naturaleza es enseñanza, punto de partida para que el poeta
nos ofrezca su lección. Entronca el poemario en esos momentos con una lección
moral no pretendida, sólo inducida a partir de los versos. Así, el poeta frota
suavemente una hoja de geranio, sin dañarla, y al mismo tiempo quisiera que sus
palabras (las de un hombre humilde) fueran más silenciosas y escasas. También
la música ha de ser emoción contenida: “a veces somos una nota más / entre los
signos de la partitura”. Diría que el poeta y el hombre van de la mano, nos
transmiten su verdad, su ejemplo moral. Aquí no existe ese sujeto poemático en
el que se esconde quien escribe. Me atrevería a decir que el quehacer poético
de Antonio Moreno, parafraseando algunos de sus versos, es dar buena cuenta de
su actitud como hombre y poeta preocupado por las cuestiones esenciales de la
existencia. Porque el autor es quien nos regala “las palabras del humilde”,
como a media voz o en sordina, sin que exista disonancia alguna entre el mundo
que contempla y su conciencia. Así, en el poema “Una belleza”, dice que más allá
de las formas consabidas, estereotipadas, existe una belleza natural, que brota
de una verdad honda y callada, que se proclama pero no exige ser advertida,
perceptible sólo para pocos. Esta misma idea puede advertirse en “Castaño”,
cuando el poeta se detiene a oír el rumor de la vida que fluye en un árbol y
allí aprende a escuchar lo sustancial: “en su verdor iluminado aprendo / a ser
mejor y más el ser que quiero”.
La pluralidad temática del poemario se completa con
varias reflexiones sobre el poder de la palabra para explicar su mundo y su
silencio. En “Divagación en el cuarto”, el poeta se sorprende del paso del
tiempo y de la alegría de haber dedicado su vida a la palabra, una entrega válida
como cualquier otra que se haga con amor.
Formalmente, exhibe su autor una expresión elegante en un
formato de métrica clásica, aunque ofrece también dos poemas en prosa y un
haiku sui géneris, que huele, como su título, a pan y compañía. De forma
contenida, muestra un equilibrio perfecto entre pensamiento y emoción, aunque
en sus últimos libros noto que la capacidad emocional y autobiográfica va
acendrándose en poemas cada vez más intensos. Léase como muestra “Nocturno”, un
poema en perfectos endecasílabos que atrapa por su bella narratividad: vuelve
el poeta con su recuerdo a la infancia, junto al padre, paseando por un puerto.
En su recuerdo todavía vive ese instante: “En esta hora siguen caminando/ el
hombre y su hijo por el mismo puerto”.
Caminen, ustedes, a la librería, y adéntrense en la luz.
© Julián Montesinos Ruiz
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