jueves, 27 de junio de 2013




Las sobras de Dios, Julián Montesinos

Dice mi hijo que va a hacer una web para vender estrellas. Asegura que hay muchas en el cielo y que existen lunáticos que están dispuestos a pagar cincuenta euros por una de ellas o por un certificado que asegure que Casiopea o Caballito cuentan con un patrocinador aquí en la tierra que las observa y vela por su integridad. Yo le escucho con atención porque sabe que a mí me gusta mirar la oscuridad de la noche, y porque muchas veces le he dicho que las buenas personas deambulan por el universo como si fueran trocitos luminosos de un dios dormido en el espacio. Sin embargo, mi hijo se siente contrariado porque no comparte la idea de que todos los hombres sin excepción acaben siendo estrellas correteando por un universo infinito, ya que su sentido de la justicia le lleva a creer que debe existir algún tipo de criterio para entrar en el cielo. Y esta idea le desborda y rápidamente coge los cubiertos para congraciarse con su bendita cotidianidad.

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