Las sobras de Dios, Julián Montesinos
Dice mi
hijo que va a hacer una web para vender estrellas. Asegura que hay muchas en el
cielo y que existen lunáticos que están dispuestos a pagar cincuenta euros por
una de ellas o por un certificado que asegure que Casiopea o Caballito cuentan
con un patrocinador aquí en la tierra que las observa y vela por su integridad.
Yo le escucho con atención porque sabe que a mí me gusta mirar la oscuridad de
la noche, y porque muchas veces le he dicho que las buenas personas deambulan
por el universo como si fueran trocitos luminosos de un dios dormido en el
espacio. Sin embargo, mi hijo se siente contrariado porque no comparte la idea
de que todos los hombres sin excepción acaben siendo estrellas correteando por
un universo infinito, ya que su sentido de la justicia le lleva a creer que
debe existir algún tipo de criterio para entrar en el cielo. Y esta idea le
desborda y rápidamente coge los cubiertos para congraciarse con su bendita
cotidianidad.
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