LA BUENA SUERTE, Carlos Castán
La
mañana era sucia y medio lluviosa. Ahora daba vueltas a su café sobre el
mostrador de zinc de un bar perdido en cualquier calle. La noche había sido
sudorosa y larga, llena de sueños trabados y vueltas en la cama, y otra vez se
le había metido dentro esa bruma amarga que le impedía pensar con claridad y lo
convertía a sus propios ojos en la figura solitaria de una gris acuarela. La
tristeza se le atrincheraba dentro y le faltaban las fuerzas para hacer frente a
los días, vencido prematuro, propenso a morir.
A través de la
cristalera vio de repente a una mujer joven y bellísima. Debía de estar
embarazada de cinco o seis meses y su mirada estaba hecha de luz. Pensó por un
instante que todo valdría la pena si la tuviese a su lado, envidió con todas
sus fuerzas al padre de aquella criatura que crecía en su vientre, bajo el
vestido azul.
La muchacha parecía
caminar en busca de algo. Cuando lo vio en el interior del bar, se acercó hasta
él, que, sentado en lo alto del taburete, sintió un temblor en su corazón.
"Otra vez lo has hecho, cariño, no
te tomas las pastillas que te dio el doctor para la amnesia, te largas
por ahí sin dejar aviso, un día de estos te perderé".
No hay comentarios:
Publicar un comentario