NO SABE DEL AMOR QUIEN VUELVE VIVO,
Miguel Sánchez Robles
[Palabras para amar la escritura de Miguel Sánchez Robles]
Llevo más de treinta años leyendo a Miguel Sánchez Robles. En concreto, desde que nos conocimos en una antigua biblioteca de Caravaca de la Cruz cuando yo era un joven profesor de instituto con toda la vida por delante. Luego coincidimos en un acto del Premio de Poesía Bahía, que se celebró en Algeciras, organizado por la Fundación José Luis Cano. Desde entonces he sentido una gran admiración por su escritura y su persona.
Con los años me gusta más ahondar en el conocimiento de la obra de unos pocos escritores. En mi nómina de autores preferidos que integran Miguel Delibes, Luis Landero, Eloy Sánchez Rosillo, Antonio Muñoz Molina, Antonio Moreno, por citar solo unos cuantos autores, la proteica producción de Miguel Sánchez Robles me reconcilia con mi condición de lector, de profesor y de escritor aficionado. Con la obra de este autor he disfrutado mucho, y por eso me sorprende la poca amplitud de miras de algunos lectores –y críticos– con cierta atrofia del gusto, que no se deciden a darle una oportunidad. El estilo de MSR es único; en su narración se mezclan la poesía, lo místico, el desgarro existencial, cierta tristeza y una compasión hacia los personajes desamparados. Es un escritor auténtico, con un universo propio, fiel a sus ideas y a su paisaje vital, y así lo ha demostrado con novelas y libros de poemas que han recibido algunos de los más importantes premios.
No sabe del amor quien vuelve vivo es una extraordinaria antología que recoge algunos de sus mejores cuentos. Los dieciséis reunidos mantienen una unidad temática: seres inadaptados que existen en las peripecias de la vida, amores y personajes desorientados, padres insensibles, muchachas de belleza interior que se estrellan contra la cotidianidad… Estos cuentos muestran los rasgos esenciales de su escritura, porque toda su obra, ya sea en prosa o en verso, se nutre de un mismo concepto de escritura: un producto cuyos ingredientes son la belleza, el dolor, la compasión, lo poético, cierto existencialismo, el dolor de la soledad y una visión desgarrada de la vida...
En “Absurdita” muestra una mirada compasiva hacia una muchacha bella y triste a la que le duele vivir. Es el relato que abre el libro y está narrado desde dos puntos de vista. Por un lado, con fragmentos de un diario titulado “Pensamientos que te dicen que existes”, en el que la joven Elena María Débora escribe, al tiempo que va sumando sus días de vida: “Me cuesta mucho estar viva. Cada día más. Cada vez me siento más sola y más estúpida” (p. 23). Y, por otro, usa la voz colectiva en primera persona del plural para agrupar a sus compañeros de clase: “Para nosotros era la muchacha de los calcetines lilas y de los ojos alucinados, unos preciosos ojos verdes que eran todos los ojos (…). Terminó con su vida una mañana lluviosa de domingo, encerrada en el cuarto de baño. (…) Todos supimos en ese instante (…) que hay dos clases de muerte: la muerte de los que se van y la muerte de los que nos quedamos. (…) Esta alegre amargura que experimentamos aquellos que la quisimos tanto y no supimos hacérselo saber” (p. 24).
“La lluvia en nuestras lápidas” es un cuento doliente, que deja un regusto amargo al tratar un asunto tan duro como es el abuso sexual: “¡Odio el olor de mi padre! Cuando papá se acerca a mí por las noches, el corazón me late como si fuera un conejo atrapado en un saco…” (p. 32).
“Paraíso vacío”, cuento con el que obtuvo el Certamen de Relato Breve Gerald Brenan, es un ejemplo que condensa las cualidades de la prosa de MSR: transgresión temática, personajes que viven al margen de lo aceptado, seres zarandeados por la reflexión y por el vértigo que en ellos ejerce la atracción del abismo, digresiones incardinadas en una narración reflexiva, e imágenes y asociaciones inusitadas:
“Yo estaba allí, como un insecto condolido posado sobre un estuche de aspirinas, y él vino hacia mí para pedirme fuego. Sacó un único cigarrillo que llevaba en el bolsillo de su camisa azul y limpia y se lo puso en los labios con la exactitud y el temple que tienen las personas que pintan con pinceles pequeñitos y mucho cuidado. Me miró con unos pequeños ojos de color ámbar, un latido a la poesía, y me sonrió como un ángel después de haber encendido el cigarro solitario y ajado.
–Me gusta pedir fuego a las mujeres interesantes como tú. A mujeres casadas que son hermosas y se sienten solas y visitan los parques y los zoos buscando razones para olvidar lo que se extingue en su vida.
No supe qué decir ni qué cara poner” (pp. 37-38).
“Libélulas que tiemblan” es un originalísimo relato que plantea el sinsentido de la existencia, al tiempo que muestra la progresiva muerte de los diversos yoes que existen en todo ser humano. Una mujer contempla su lento deterioro y lo cuenta con la belleza y precisión de un ser traspasado de poesía: “Fue así como descubrí una relación biyectiva entre las arrugas del cuerpo, las arrugas del alma y la antroponimia que cada uno llevamos dentro” (p. 46).
En “Besos con lengua” un joven que se siente perdido declara ante un juez cómo era la mujer de su vida: “Y entonces sonreía y me besaba con lengua. Me amaba, señor juez. Yo no tenía culpa de que me amase tanto”. Y confiesa que escribe para llenar también ese insoportable vacío existencial que lo paraliza: “Me dedico a pensar y a tratar de poner nota a todo. Esa es mi obsesión, lo que me tiene vivo, mi filosofía existencial y tal vez mi tragedia: ponerle nota al mundo. No sé vivir sin hacerlo” (p. 52).
“Cuento para querer a una muchacha” es un ejemplo, en pocas páginas, de esa singularidad de la escritura de MSR a la que ya nos hemos referido: una sutil nostalgia de las cosas hermosas de la vida, un pulso narrativo firme, unas sorprendentes imágenes poéticas ceñidas a la realidad cotidiana, referencias al cine y también a esa literatura “auténtica”, un relato que conmueve por su honda emoción.
“Habitación sin llave” es un cuento singular, trufado de citas que interpelan la conciencia del lector, un relato que plasma esa nadería pseudofilosófica de quienes teniéndolo todo flotan en la más absoluta superficialidad. Un matrimonio sin hijos, que viven instalados en el bienestar capitalista, se intercambian frases hechas en un distinguido restaurante. Parece que transmitan ínfulas de ser cuando en realidad no son nada. Así lo expresa el narrador: “Ella sonríe sin ganas y comprende que, desde ese instante, no serán más que dos peces en una burbuja de paz, una más de esas pobres parejas tristes que dan pena en los restaurantes de moda. Su sonrisa es ahora patética y postiza. El veneno del tedio ha empezado a torcerles los labios” (p. 84).
En “Angelicos míos” leemos la triste historia de Benita la Náufraga, una vida incomprendida y sometida al vil desprecio de los otros.
Disfruté mucho, hace ya un tiempo, cuando leí “Padre defectuoso”, distinguido con el Premio Gabriel Miró. Percibo ahora matices nuevos y valoro la acertada narración en primera persona que realiza un hijo sobre su padre, un ser deplorable que, en verdad, es defectuoso, entre otras cosas porque no entiende a su hijo ni se esfuerza por comprender una escala de valores más humana. Lo relevante de este cuento es el ajuste de cuentas que lleva a cabo el protagonista-narrador, un discurso de ritmo fluido, salpicado de hondo sentimiento: “No he aprobado todavía ni una sola asignatura de primero de Económicas, pero sé mucho de los mendigos y de la lluvia. La lluvia, con su poderosa sensación de afasia. La lluvia mojándolo todo con precisión quirúrgica. (…) Me encantaban los mendigos. Todos tienen los hombros raros y llevan en el rostro la tristeza de la belleza que se marchita deforma definitiva y prematura. (…) Sigue lloviendo mucho, las gotas rebotan en los cristales.No sé si ya lo he dicho: han pasado diecisiete minutos del dos de noviembre. Mi madre murió hace una semana exacta, de un cáncer de útero que la pudrió poco a poco durante tres años y medio. Yo vivo con mi abuelo. Yo nunca apruebo nada. Y mi padre, si leyera esto, me diría que escribo como un alíen, que siento como un alíen, que vivo como un alíen.
Él no lo sabe, pero siempre será un padre defectuoso” (p. 97-98).
“La vida ciegas”, premiado en el Certamen de Cuentos Villa de Mazarrón, es una síntesis del universo temático y estilístico de MSR. Un personaje extraño, que solo puede salvarse si es capaz de recordar las cosas bellas que ha vivido, teme que su memoria “deje de amar lo que recuerda” (p. 114).
Es imposible elegir un cuento entre tantos extraordinarios como hay en esta antología, pero sí puedo confesar que he sentido una emoción inusitada mientras leía, sentado en la biblioteca de Santa Pola, el relato “Todos mis nietos, rubios como el trigo”, premiado en el Concurso de Narrativa Ciudad de Elda. Y he agradecido que este cuento me llegue ahora, después de que haya pasado un tiempo desde la pérdida de quien me dio la vida. Miguel Sánchez Robles cuenta con delicadeza la despedida definitiva de un mujer que necesita el afecto sincero de sus seres queridos.
Los tres últimos cuentos que cierran este magnífico libro ya los conocía, pero no por ello dejo de recomendarlos.
Acabada la lectura, siento gratitud, admiración y cierta zozobra, porque los cuentos de MSR me conmueven, pero sé también que no son para todo tipo de lectores. Hay que estar dispuestos a dejarse llevar al país de las lágrimas, dejarse arrastrar por la belleza y la compasión. Solo así puede apreciarse que su prosa poética es un artefacto salvaje que desborda el cauce de lo previsible, al tiempo que alerta de las injusticias que sufren muchos seres indefensos e inadaptados. La prosa de MSR nace de la mirada asombrada y generosa hacia un mundo en el que ser auténtico no se premia y conlleva, además, el autoexilio y la incomprensión. Estos cuentos reclaman una amplitud de miras del lector, porque la belleza duele y la indiferencia mata, porque vivir sin dignidad es morir lentamente; porque estos cuentos te ponen los pelos de punta hacia adentro, siempre hacia dentro, y te arañan el corazón.
Aunque sé que esto de la Literatura es algo así como un inmenso panal ingobernable, el azar puede hacer que alguien descubra de repente a Miguel Sánchez Robles, un autor que interpreta la vida desde su rincón en el mundo, Caravaca de la Cruz. Frente a quienes rondan con más o menos méritos ese panal productivo que es el mundo editorial, Miguel Sánchez Robles me parece un escritor libre, un obrero díscolo y original en los márgenes de esa inmensa colmena literaria.
No pierdan el tiempo y léanlo ya. Se sorprenderán.
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