EL ENGAÑO DE LOS DÍAS, Dionisia García
Contiene este libro algunos poemas
que me han gustado mucho. ¿Qué hay en él? Un cuidado de la métrica exquisito y
una serena aceptación de la fugacidad de la vida, de los lugares y personas
queridas. Por eso, y por cuestiones que ahora explicaré, lo incluyo en esta
bitácora en la que voy dando cuenta de mis lecturas, un pantalla en la que también
se desliza lo escrito hacia la inevitable nube del olvido.
Compuesto
en el quicio de la madurez de una autora que empuja la última puerta de acceso
a la niebla, muestra en la primera parte, “Frente al invierno”, poemas que
cuentan la plenitud de vivir con recurrentes evocaciones del pasado.
En
el poema “Huellas perdidas” el azar lleva a un sujeto poemático (digamos
autora) por calles que antaño frecuentaba. La casa que habitó ya no existe y
otra ocupa su lugar. Igual sucede en el emotivo “Heredad”, una tierra que con
el transcurrir del tiempo fue “entregada a otras manos, que no saben / de
susurros y voces en los pinos”. En “Presagios”, un espacio querido y frágil se
ve amenazado por el deterioro que impone el paso del tiempo. Y en “Oscura
noticia” se lee:
El día que supimos que era cierta la muerte,
nuestros cándidos ojos cambiaron de mirada.
Vivimos desde entonces con la verdad más triste,
resignados, al fin, a pasar como el agua.
Hay una constante
reflexión sobre las secuelas de esta erosión inevitable que es haber vivido,
tal y como puede leerse en los versos finales de “Paseo escondido”:
El sol sale y se oculta entre los árboles.
Vuelve el cuco y su eco persistente.
Todo será lo mismo en otros años.
Quien lo presencia ahora ya es olvido.
Son
muchos los poemas que anhelar captar un instante de plenitud (“Inmanencia en el tiempo” o “Salvación por el instante”),
si bien otros que participan de esta cualidad añaden además un sutil y poco
habitual hilo narrativo, que, a mi juicio, proporciona al poema cierta cercanía
y mayor emoción, tal y como puede apreciarse en “El cuadro” o “Feria junto al
mar”.
En la segunda parte, “La
cierta referencia”, se alude a la vida venturosa del presente, sin obviar, una
vez más, “la insolencia del tiempo”.
RUEGO
ATRÁS, tiempo, no invadas aquello que hoy es mío
y al destino responde:
convivir todavía con las palabras claras.
Es pronto, no apresures la hora de mi ausencia.
Tiempo, tiempo…, parece que fue ayer
cuando alertabas de los sueños.
Con el amor más cierto
y más apasionado, luego.
No renuncio a este espacio que dice del presente
(ya eclipsaste al pasar el fulgor de la vida).
Que la sombra de ti no me acompañe,
sea el claro pasar única guía
hasta la luz postrera.
Otros poemas dan cuenta
de la gratitud por la vida, por los amigos (“Bien mayor”), por esa realidad que
salva porque es querida y cierta, como se advierte en el siguiente poema
dedicado a Eloy Sánchez Rosillo:
DOMINGO
PASÓ tímidamente
con atuendo de fiesta.
Su caminar, esquivo,
incómodo quizá.
Menguada parecía su figura,
entre quienes poblaban el paseo.
Sin saber hacia dónde
(sus ojos lo decían),
atravesó la calle.
Vi cómo se alejaba,
amparado en la luz de sus poemas.
Y sigue intacto el aliento por la
vida y por el gozo del presente cuando se siente cumplida la existencia y
próximo el fin:
TEMORES
ES el amor pausado, la ternura,
el duradero tacto
que aún encuentra sus bienes
en la piel que conoce.
Se funden las miradas
y en las claras pupilas
hay un verde cristal
que el tiempo dulcifica.
No se sabe hasta cuándo
esta fiesta secreta
de los canosos años.
En la tercera parte, “A
pesar de las ruinas”, se ofrecen poemas donde es grata la espera. El poema que
abre, “Como se huye del frío”, es una reivindicación de la vida y muestra
algunos matices temáticos nuevos, con un afán de aferrase a “la dignidad del
gesto” y al “haber sido”. También se alumbra una nostálgica evocación de un
mundo rural ya extinguido pero vivo en la poeta, como sucede en los poemas “Exequias
por un mundo” y “Huertos”. Y la conciencia de que vivir ha sido hermoso se
plasma en este poema:
CANTO NECESARIO
LA vida, que es paciente y es la misma,
dejará el paraíso de las horas,
el misterioso origen y los sueños.
Ignorado y distinto será todo,
también la rosa roja con su aroma
como milagro abierto a los sentidos,
a su nombre mortal que nos invita.
Nos duele que la luz nos abandone
y pasemos a ser meros escombros,
olvido nada más de la existencia,
lentamente extinguidos en la niebla.
Sin embargo, compensa la aventura
de entregar a los otros el testigo.
Como síntesis, podemos
decir que la engañosa sencillez de este poemario esconde un dominio absoluto de
los recursos literarios: hay anáforas que vinculan sus versos con un ubi sunt contemporáneo (“¿Dónde están
los vestidos…?”); una querencia clásica de verbos al final del verso; la
adjetivación precisa y justa; un lenguaje sencillo, de palabras habituales,
salpicado de vocablos propios del mundo rural (“aljuma, lavajo, revoleo,
arcilla color de greda…”); sugerentes metáforas (“Pendientes amarillos aquí y
allá sus hojas”); sutiles hipérbatos (“… aguardaban / del ansiado calor el roce
leve”); y un predominio del alejandrino, el endecasílabo y el heptasílabo,
rasgos todos ellos que hacen de El engaño
de los días un libro logrado.
Resta, pues, compartir el
último poema:
PRESENCIA
NO dejo las sandalias,
simplemente me aparto del camino
para ver quién transita.
Aquí cuento las horas
mirando la planicie y el viñedo,
los almendros en flor, el cielo rosa.
Mi corazón aún siente el dulce aroma
que al impulso acompaña.
Son los días en paz, tan apreciados,
el regalo que llega necesario,
antes que otro destino me arrebate,
y haga de mí noticia póstuma.
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