lunes, 22 de octubre de 2018










LA TIERRA EN SOMBRA, Alejandro López Andrada

Una grata sorpresa me ha supuesto la lectura de este libro. Cada una de las cuatro partes en las que se estructura este poemario presenta leves modificaciones temáticas, y digo leves porque en todo el libro prevalece una misma mirada de asombro hacia la naturaleza, una contemplación siempre admirativa, donde el poeta inserta su vivir: “La escarcha teje un lienzo de armonía / sobre la línea parda / de los campos. (…) ¿A dónde voy / si dentro de esta luz sólo hay cansancio?”. 

      Leo este poemario al azar y en cada página me sorprende una imagen o un tema tratado delicadamente. Mi primer acercamiento al libro es aleatorio a la esperar de encontrar el momento de leerlo de manera ordenada, tal y como lo dispuso su autor. Y por eso me alegra encontrarme el siguiente poema y admirar cuánta delicadeza hay en él:

RESPLANDOR

Se abría un sendero blanco.
Los jazmines
volaban como láminas de nata.
Las niñas, con sus lánguidos diábolos,
saltaban sobre el tiempo.
Olía a esperanza.
Sentado,
como un hortelano gris,
en la ladera, el pueblo descansaba.
Había un dolor
de arcilla en los tejados,
un resplandor de nieve en las campanas.

      Todo tiende a la pureza, concretada en un campo semántico de blancura: “jazmines, nata, blanco, nieve”. Y con estas palabras cargadas de esperanza, pareciera que los jazmines y las niñas vuelan sobre el tiempo. Personificaciones y una bella comparación invitan a una demorada relectura.

      En otros poemas, los instantes son captados con palabras sutiles y fotográficas:

Estar en casa y contemplar la luz
como una aguja de oro
hilando el tiempo,
sentir la bruma dulce
de una voz
dictándome el rumor de la inocencia.

      Y en otro momento, afirma:

La niebla baja ya por la cañada
como una gasa tenue.

      Hay todo un recital retórico concretado en bellas metáforas y recurrentes personificaciones.  Métricamente, los versos tienden al clasicismo que se logra con los heptasílabos y los endecasílabos, siempre rítmicos, aunque también hay versos libres. Sorprende cierta recurrencia de algunos encabalgamientos, decididos sin duda por la búsqueda de un ritmo personal siempre conseguido, como sucede en el poema que cierra este magnífico libro:

LAS SOMBRAS

Sólo nos queda el llanto de la tierra
mordida por las sombras
y un sendero
para volver a casa. Nada más
que un vértigo de nubes
y el misterio
de contemplar la infancia detenida,
dormida bajo el báculo del tiempo.

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