domingo, 20 de julio de 2025

 


                                            MOTHER'S BROOM, Joe Hisaishi





miércoles, 16 de julio de 2025

 




NO SABE DEL AMOR QUIEN VUELVE VIVO, 

Miguel Sánchez Robles


[Palabras para amar la escritura de Miguel Sánchez Robles]



Llevo más de treinta años leyendo a Miguel Sánchez Robles. En concreto, desde que nos conocimos en una antigua biblioteca de Caravaca de la Cruz cuando yo era un joven profesor de instituto con toda la vida por delante. Luego coincidimos en un acto del Premio de Poesía Bahía, que se celebró en Algeciras, organizado por la Fundación José Luis Cano. Desde entonces he sentido una gran admiración por su escritura y su persona.


Con los años me gusta más ahondar en el conocimiento de la obra de unos pocos escritores. En mi nómina de autores preferidos que integran Miguel Delibes, Luis Landero, Eloy Sánchez Rosillo, Antonio Muñoz Molina, Antonio Moreno, por citar solo unos cuantos autores, la proteica producción de Miguel Sánchez Robles me reconcilia con mi condición de lector, de profesor y de escritor aficionado. Con la obra de este autor he disfrutado mucho, y por eso me sorprende la poca amplitud de miras de algunos lectores –y críticos– con cierta atrofia del gusto, que no se deciden a darle una oportunidad. El estilo de MSR es único; en su narración se mezclan la poesía, lo místico, el desgarro existencial, cierta tristeza y una compasión hacia los personajes desamparados. Es un escritor auténtico, con un universo propio, fiel a sus ideas y a su paisaje vital, y así lo ha demostrado con novelas y libros de poemas que han recibido algunos de los más importantes premios. 


No sabe del amor quien vuelve vivo es una extraordinaria antología que recoge algunos de sus mejores cuentos. Los dieciséis reunidos mantienen una unidad temática: seres inadaptados que existen en las peripecias de la vida, amores y personajes desorientados, padres insensibles, muchachas de belleza interior que se estrellan contra la cotidianidad… Estos cuentos muestran los rasgos esenciales de su escritura, porque toda su obra, ya sea en prosa o en verso, se nutre de un mismo concepto de escritura: un producto cuyos ingredientes son la belleza, el dolor, la compasión, lo poético, cierto existencialismo, el dolor de la soledad y una visión desgarrada de la vida...


En “Absurdita” muestra una mirada compasiva hacia una muchacha bella y triste a la que le duele vivir. Es el relato que abre el libro y está narrado desde dos puntos de vista. Por un lado, con fragmentos de un diario titulado “Pensamientos que te dicen que existes”, en el que la joven Elena María Débora escribe, al tiempo que va sumando sus días de vida: “Me cuesta mucho estar viva. Cada día más. Cada vez me siento más sola y más estúpida” (p. 23). Y, por otro, usa la voz colectiva en primera persona del plural para agrupar a sus compañeros de clase: “Para nosotros era la muchacha de los calcetines lilas y de los ojos alucinados, unos preciosos ojos verdes que eran todos los ojos (…). Terminó con su vida una mañana lluviosa de domingo, encerrada en el cuarto de baño. (…) Todos supimos en ese instante (…) que hay dos clases de muerte: la muerte de los que se van y la muerte de los que nos quedamos. (…) Esta alegre amargura que experimentamos aquellos que la quisimos tanto y no supimos hacérselo saber” (p. 24). 


“La lluvia en nuestras lápidas” es un cuento doliente, que deja un regusto amargo al tratar un asunto tan duro como es el abuso sexual: “¡Odio el olor de mi padre! Cuando papá se acerca a mí por las noches, el corazón me late como si fuera un conejo atrapado en un saco…” (p. 32). 


“Paraíso vacío”, cuento con el que obtuvo el Certamen de Relato Breve Gerald Brenan, es un ejemplo que condensa las cualidades de la prosa de MSR: transgresión temática, personajes que viven al margen de lo aceptado, seres zarandeados por la reflexión y por el vértigo que en ellos ejerce la atracción del abismo, digresiones incardinadas en una narración reflexiva, e imágenes y asociaciones inusitadas: 

“Yo estaba allí, como un insecto condolido posado sobre un estuche de aspirinas, y él vino hacia mí para pedirme fuego. Sacó un único cigarrillo que llevaba en el bolsillo de su camisa azul y limpia y se lo puso en los labios con la exactitud y el temple que tienen las personas que pintan con pinceles pequeñitos y mucho cuidado. Me miró con unos pequeños ojos de color ámbar, un latido a la poesía, y me sonrió como un ángel después de haber encendido el cigarro solitario y ajado.

–Me gusta pedir fuego a las mujeres interesantes como tú. A mujeres casadas que son hermosas y se sienten solas y visitan los parques y los zoos buscando razones para olvidar lo que se extingue en su vida.

No supe qué decir ni qué cara poner” (pp. 37-38).


“Libélulas que tiemblan” es un originalísimo relato que plantea el sinsentido de la existencia, al tiempo que muestra la progresiva muerte de los diversos yoes que existen en todo ser humano. Una mujer contempla su lento deterioro y lo cuenta con la belleza y  precisión de un ser traspasado de poesía: “Fue así como descubrí una relación biyectiva entre las arrugas del cuerpo, las arrugas del alma y la antroponimia que cada uno llevamos dentro” (p. 46).


En “Besos con lengua” un joven que se siente perdido declara ante un juez cómo era la mujer de su vida: “Y entonces sonreía y me besaba con lengua. Me amaba, señor juez. Yo no tenía culpa de que me amase tanto”. Y confiesa que escribe para llenar también ese insoportable vacío existencial que lo paraliza: “Me dedico a pensar y a tratar de poner nota a todo. Esa es mi obsesión, lo que me tiene vivo, mi filosofía existencial y tal vez mi tragedia: ponerle nota al mundo. No sé vivir sin hacerlo” (p. 52).


“Cuento para querer a una muchacha” es un ejemplo, en pocas páginas, de esa singularidad de la escritura de MSR a la que ya nos hemos referido: una sutil nostalgia de las cosas hermosas de la vida, un pulso narrativo firme, unas sorprendentes imágenes poéticas ceñidas a la realidad cotidiana, referencias al cine y también a esa literatura “auténtica”, un relato que conmueve por su honda emoción. 


“Habitación sin llave” es un cuento singular, trufado de citas que interpelan la conciencia del lector, un relato que plasma esa nadería pseudofilosófica de quienes teniéndolo todo flotan en la más absoluta superficialidad. Un matrimonio sin hijos, que viven instalados en el bienestar capitalista, se intercambian frases hechas en un distinguido restaurante. Parece que transmitan ínfulas de ser cuando en realidad no son nada. Así lo expresa el narrador: “Ella sonríe sin ganas y comprende que, desde ese instante, no serán más que dos peces en una burbuja de paz, una más de esas pobres parejas tristes que dan pena en los restaurantes de moda. Su sonrisa es ahora patética y postiza. El veneno del tedio ha empezado a torcerles los labios” (p. 84).


En “Angelicos míos” leemos la triste historia de Benita la Náufraga, una vida incomprendida y sometida al vil desprecio de los otros. 


Disfruté mucho, hace ya un tiempo, cuando leí “Padre defectuoso”, distinguido con el Premio Gabriel Miró. Percibo ahora matices nuevos y valoro la acertada narración en primera persona que realiza un hijo sobre su padre, un ser deplorable que, en verdad, es defectuoso, entre otras cosas porque no entiende a su hijo ni se esfuerza por comprender una escala de valores más humana. Lo relevante de este cuento es el ajuste de cuentas que lleva a cabo el protagonista-narrador, un discurso de ritmo fluido, salpicado de hondo sentimiento: No he aprobado todavía ni una sola asignatura de primero de Económicas, pero sé mucho de los mendigos y de la lluvia. La lluvia, con su poderosa sensación de afasia. La lluvia mojándolo todo con precisión quirúrgica. (…) Me encantaban los mendigos. Todos tienen los hombros raros y llevan en el rostro la tristeza de la belleza que se marchita deforma definitiva y prematura. (…) Sigue lloviendo mucho, las gotas rebotan en los cristales.No sé si ya lo he dicho: han pasado diecisiete minutos del dos de noviembre. Mi madre murió hace una semana exacta, de un cáncer de útero que la pudrió poco a poco durante tres años y medio. Yo vivo con mi abuelo. Yo nunca apruebo nada. Y mi padre, si leyera esto, me diría que escribo como un alíen, que siento como un alíen, que vivo como un alíen.

Él no lo sabe, pero siempre será un padre defectuoso” (p. 97-98).


“La vida ciegas”, premiado en el Certamen de Cuentos Villa de Mazarrón, es una síntesis del universo temático y estilístico de MSR. Un personaje extraño, que solo puede salvarse si es capaz de recordar las cosas bellas que ha vivido, teme que su memoria “deje de amar lo que recuerda” (p. 114).


Es imposible elegir un cuento entre tantos extraordinarios como hay en esta antología, pero sí puedo confesar que he sentido una emoción inusitada mientras leía, sentado en la biblioteca de Santa Pola, el relato “Todos mis nietos, rubios como el trigo”, premiado en el Concurso de Narrativa Ciudad de Elda. Y he agradecido que este cuento me llegue ahora, después de que haya pasado un tiempo desde la pérdida de quien me dio la vida. Miguel Sánchez Robles cuenta con delicadeza la despedida definitiva de un mujer que necesita el afecto sincero de sus seres queridos.


Los tres últimos cuentos que cierran este magnífico libro ya los conocía, pero no por ello dejo de recomendarlos.


Acabada la lectura, siento gratitud, admiración y cierta zozobra, porque los cuentos de MSR me conmueven, pero sé también que no son para todo tipo de lectores. Hay que estar dispuestos a dejarse llevar al país de las lágrimas, dejarse arrastrar por la belleza y la compasión. Solo así puede apreciarse que su prosa poética es un artefacto salvaje que desborda el cauce de lo previsible, al tiempo que alerta de las injusticias que sufren muchos seres indefensos e inadaptados. La prosa de MSR nace de la mirada asombrada y generosa hacia un mundo en el que ser auténtico no se premia y conlleva, además, el autoexilio y la incomprensión. Estos cuentos reclaman una amplitud de miras del lector, porque la belleza duele y la indiferencia mata, porque vivir sin dignidad es morir lentamente; porque estos cuentos te ponen los pelos de punta hacia adentro, siempre hacia dentro, y te arañan el corazón.


Aunque sé que esto de la Literatura es algo así como un inmenso panal ingobernable, el azar puede hacer que alguien descubra de repente a Miguel Sánchez Robles, un autor que interpreta la vida desde su rincón en el mundo, Caravaca de la Cruz. Frente a quienes rondan con más o menos méritos ese panal productivo que es el mundo editorial, Miguel Sánchez Robles me parece un escritor libre, un obrero díscolo y original en los márgenes de esa inmensa colmena literaria.


  No pierdan el tiempo y léanlo ya. Se sorprenderán. 



miércoles, 18 de junio de 2025

 


ENCUENTRO CON EL ALUMNADO DE 1º ESO DEL 

IES TIRANT LO BLANC


LEYENDO Tejoqui y Chavalicu, Julián Montesinos Ruiz


Me es difícil encontrar las palabras justas para agradecer la atención con la que el alumnado del IES Tirant Lo Blanc ha leído mi libro Tejoqui y Chavalicu, una novela juvenil con la que me he propuesto realizar un  guiño personal al Quijote. Aprovecho para reivindicar los buenos valores  presentes en la inmortal obra de Cervantes (la humanidad, el amor, el humor…), porque este tiempo en que vivimos es propicio para confundir no solo la realidad con la ficción sino también la locura con la sensatez.


Los trabajos realizados demuestran un alto grado de implicación no solo de los alumnos sino también de los profesores, a quienes quiero trasladar mi agradecimiento.


Da gusto visitar institutos. 


Viva la Educación Lectora.








lunes, 2 de junio de 2025

 


                MOTHER'S BROOM (from Kiki’s Delivery Service), 

                Joe Hisaishi






jueves, 22 de mayo de 2025

 


EN LA BIBLIOTECA DEL IES TIRANT LO BLANC (Elche)




Agradezco a las profesoras Francisca Núñez y María José Martín la invitación para participar en las actividades de fomento de la lectura que se han desarrollado gracias al programa Biblioinnova. Durante las cuatro sesiones que he mantenido con el alumnado de Secundaria, he recitado y leído algunos poemas, microrrelatos y cuentos que considero adecuados para los jóvenes lectores. Sobre todo, he intentado mostrarles el lado más amable de la Literatura. 


Sentir, sorprenderse, reír, cantar… son verbos que resumen muy bien la estupenda experiencia que hemos vivido juntos. Por eso agradezco esta iniciativa, pues me permite insistir, más allá de los consabidos libros obligatorios y de los extensos programas, en el valor de la lectura compartida. Tenemos como docentes y como padres la obligación de mostrarle los textos que creemos esenciales.




viernes, 16 de mayo de 2025

 


ENCUENTRO EN LA BIBLIOTECA DEL 

IES L’ASSUMPIÓ 




El jueves 8 de mayo mantuve un encuentro con los alumnos de 2º ESO C para hablar sobre mi novela Tejoqui y Chavalicu. Por la tarde, leí a un grupo de profesores y amigos poemas de mi libro La vida en ámbar, así como algunos inéditos y un cuento de mi próximo libro Los afectos. Gracias todos por la entrañable acogida. No puedo dejar de referirme a la buena gestión del profesor de Historia José Antonio Serrano y a la magnífica labor que desarrolla el bibliotecario, José Manuel Bolaños. 



Más en: https://bibliotecaiesassumpcio.blogspot.com/?m=1

sábado, 10 de mayo de 2025

 




                VENIR DESDE TAN LEJOS, Eloy Sánchez Rosillo



El último libro de Eloy Sánchez Rosillo (Murcia, 1948) contiene todos los aciertos y singularidades que han hecho de él uno de los mejores y más admirados poetas actuales, pero quizá se vislumbre una menor variedad temática, en favor de un discurso más reflexivo. Venir desde tan lejos contiene el decir pausado y claro, la pureza de un pensamiento transparente, la serenidad y el equilibrio clásicos, los aciertos en la métrica y el ritmo, y muchas otras cualidades que advierto en el hermoso poema que comparto:


CUANTO HE OLVIDADO


MÁS de una vez, sentado yo a la sombra

de aquella acacia de mis años buenos,

mientras leía un libro o intentaba

los primeros poemas, 

vi caer a mi lado desde el árbol,

dando en el aire giros, casi ingrávida,

la pluma de un gorrión.

No sé por qué me acuerdo de esto ahora,

cuando tanto he olvidado.



Pero el último libro de Eloy Sánchez Rosillo –cuya obra contiene, en su coherente evolución, las mejores muestras de lo que ha ser una poesía elegíaca y también celebratoria– añade ahora la honda emoción de quien siente que, después de todo, el ser humano habrá de enfrentarse a la finitud: “La muerte no se va con el que muere: / alienta entre los vivos y los daña” (p. 30). Y apunta también la posibilidad de que el canto de la poesía pueda un día enmudecer: 


“NADA puede afirmarse con certeza absoluta. 

Y sin embargo intuyo que el libro que ahora escribo 

habrá de ser el último que yo alcancé a decir. […] 

Mi vida ha sido larga, pero que corta ha sido. 

Titubea la luz que antes ardía 

con llamar a hermosa en mi pecho y en mis manos. 

Y en el tiempo apagado que tal vez aún me quede, 

qué será de quien soy si no me asiste al canto”. (p. 105).


Al compartir esta nota privada de mis lecturas, siento hoy la misma emoción que sentí hace treinta años cuando comencé a leer los poemas de Maneras de estar solo, Elegías y Páginas de un diario, unos libros que el autor me regaló cuando mi mundo, por aquel entonces, era una hermosa aventura apenas iniciada. Ahora anoto algunos poemas que me han gustado mucho –“Venir desde tan lejos”, “Bajo el arce”, “Confiado y conforme”, “Formas de los lejano”, “Mucho”, “Vislumbres y retazos de un todo”–,  porque sé que algún día volveré a ellos para encontrarme y para agradecer a Eloy Sánchez Rosillo que los haya escrito y que yo haya podido vivir acompañado por esta poesía tan alta, tan humana, tan bella.





miércoles, 23 de abril de 2025

 






            EL VIAJE DE LAS BIBLIOTECAS, Antonio Moreno



Esta nueva entrega de Antonio Moreno (Alicante, 1964) podría considerarse, fundamentalmente, un libro de viajes que contiene hermosas descripciones, algunas referencias literarias y sugerentes reflexiones sobre la vida y sobre el sentido de las bibliotecas en la actualidad.


Cada libro de A. Moreno está vinculado a un momento concreto de su vivir. El autor comparte su fértil mundo menor y su conocimiento de los alrededores que visita. Y el resultado es El viaje de las bibliotecas, unas páginas donde coinciden, por un lado, la realidad exterior visitada y vivida (esto es, unas cuantas localidades próximas a Elche, su epicentro vital) y, por otro, la realidad personal (su sencilla visión del mundo y algunas conversaciones con Bárbara, su compañera de vida). Queda claro que estamos ante un libro que se ha escrito de manera premeditada, es decir, el autor ha convertido en alta literatura sus “viajes de proximidad”, narrados con atención y asombro serenos: “Pero ahora mismo estás convirtiendo estos viajes nuestros en un libro” (p. 178).


El autor nos entrega su visión personal de lo cercano. En cada uno de los doce capítulos del libro, contempla la realidad y reflexiona sobre cuestiones esenciales de la vida. Son tan amenas sus páginas (no por la erudición, sino por la sabiduría) que el lector tiene la impresión de estar ante una sucinta miscelánea, pues, de algún modo, dan cuenta de la pasión de Antonio Moreno por la vida, la literatura, la lectura y el sentido actual de las bibliotecas, entre otros asuntos. Pero aun siendo verdad esta afirmación, no deja de ser parcial, porque este libro de memorias o cuaderno de viajes –lo definiré así, a sabiendas de que es incompleta mi apreciación– es un gran libro, que, por su amenidad narrativa, habría que vincularlo con el extraordinario Estar no estando (un viaje por Extremadura). Unas breves palabras del autor sintetizan su idea de viaje: “Pero viajar no depende tanto de las distancias como de la mirada y el asombro” (p. 75). Por eso creo que a la prosa de este autor le sienta bien la vida al aire libre, ese deambular que, como dijeran Miguel Delibes y tantos otros, coadyuva a que surja un discurso pleno de pensamiento claro y de anecdotario ameno. Destaco los capítulos dedicados a Aspe y Alcoy, donde el lector queda atrapado tanto por las acertadas descripciones –recorremos de la mano del autor los mismos lugares que él visitó– como por la ágil narración.

Antonio Moreno va recogiendo y dejando en cada libro las miguitas de pan de su biografía, un itinerario del que, como lectores, da gusto participar. En este sentido, El viaje de las bibliotecas también puede ser considerado como un libro de memorias, al modo de Azorín y de Juan Gil-Albert, pues el autor reflexiona sobre el dolor de la pérdida (pp. 74-75) y el mutismo de Dios ante ese modo de “oración callada” de los hombres (pp. 38-39); crea bellísimas descripciones de las silenciosas calles de Aspe (quizá uno de los capítulos más agradables, pp.77-94); recrea la biblioteca Gabriel Miró (pp. 14-15), un espacio muy especial en su vida; y comparte, entre otras cuestiones, sus opiniones sobre la poesía y el inevitable olvido que seremos (pp. 66-67).


Como en libros anteriores, el autor sigue fiel a su estilo detallista para insistir en que todo lo minúsculo está pleno de sentido. Y así sucede con esa flor que se obstina en vivir entre dos escalones (p. 47), o cuando concluye algunos capítulos con brevísimos párrafos que dan cuenta de la hermosura del mundo: “Tras el cristal, todo ese orbe asoma como una realidad de luz vivificante, silenciosa” (p. 93). Entonces, la visión propia de la realidad y el estilo personal se retroalimentan en la prosa de Antonio Moreno, lo que podría vincular al autor con esos “primores de lo vulgar” que Ortega y Gasset advirtió en Azorín, con quien comparte nuestro autor no pocos aspectos, algunos de ellos relacionados con la temporalidad y la preponderancia de lo descriptivo. No en vano, Antonio Moreno reflexiona sobre el hecho de que el escritor de Monóvar no congenie con los gustos actuales, debido a que ya no existen la pausa, ni el silencio ni la serena contemplación del mundo, y concluye que, con el tiempo, tal vez vayan reduciéndose sus lectores. Estas reflexiones sobre Azorín también le llevan a compartir la opinión de este escritor sobre los libros: “No más libros, ni más hojas impresas, muertas hojas, desoladoras hojas. Seamos libres, espontáneos, sinceros. Vivamos” (p. 114). Y, a continuación, Antonio Moreno aclara el sentido que tienen los libros en su vida: “Los libros añaden mundo al mundo. Pueden seducir, pero en verdad no sustituyen al mundo. No obstante, a esta edad mía –ni poco ni mucho–, nada de todo eso importa. Sencillamente, los libros están a nuestro lado, dentro de cada día. Sin ellos nuestra vida hubiera sido más pobre, sin duda distinta” (p. 115).


Ese don de mirar que posee el autor para seleccionar elementos de la realidad es una cualidad que ya estaba en sus libros narrativos. Y el resultado estilístico de esa actitud de observación no es una prosa poética (que actúa por acumulación verbal y otros recursos), sino más bien todo lo contrario, la sabia contención de quien embrida su estilo hasta alcanzar un ritmo narrativo elegante y preciso. Sospecho que quien así escribe bebe –literariamente– del manantial sereno de algunos escritores esenciales.


Comparado con otros anteriores, advierto en este libro mayor presencia de un tono bien humorado, aunque existe también una crítica puntual ante ciertos comportamientos o valores que distan mucho del mundo sereno –silencioso– que defiende el escritor.


Esta obra es algo más que un elogio de las bibliotecas, esos espacios que, en su opinión de Antonio Moreno, deben considerarse como una conquista irrenunciable de la sociedad: “Pero en estos días bárbaros y digitales, donde las humanidades y las letras cada vez importan menos, una biblioteca también se parece más a un anacronismo, como los poemas. Por eso es un logro social y un lujo de los pueblos” (p. 52). Es, además, un ejemplo de literatura de calidad, de esa literatura del yo que interpela a todos los lectores, porque habla de nosotros, de nuestros afanes, de nuestra pertenencia a un espacio mediterráneo, de todo lo que nos vincula con la vida verdadera y sencilla. El viaje de las bibliotecas es también un homenaje al valor de la lectura, pero es, sobre todo, un maravilloso viaje.


miércoles, 9 de abril de 2025

 







ALCARAVEA, Irene Reyes-Noguerol



Me han gustado algunos de los cuentos de este libro que acaba de obtener el Premio Andalucía de la Crítica en la modalidad de relato. Irene Reyes-Noguerol (Sevilla, 1997) había escrito con anterioridad Caleidoscopios (2016) y De Homero y otros dioses (2018). Por sus logros literarios, por su cuidado y peculiar estilo, por la querencia poética que rezuma en cada página, por esa recreación de vidas eminentes (Vincent van Gogh, Lope de Vega y Antonio Machado) y otras familiares que reflejan el valor intrahistórico de la vida, por la sabiduría compositiva de unos textos muy elaborados en los que predomina las oraciones de periódico largo, y por tantos otros méritos, Alcaravea es una propuesta literaria inusual.


“Carta a Theo” es un monólogo torrencial que Van Gogh dirige a su hermano para compartir el tormento que siente, con pinceladas literarias que logran crear una atmósfera de pánico. Valga este fragmento: “Aquella nube, el continuo ondular de las espigas, algo que viene de arriba y a la vez de muy dentro de la tierra, el mandato vertical de un Dios que a veces me habla, Theo, me habla y yo lo escucho, tendido sobre la hierba abro los brazos como si volara y lo siento, oigo el zumbido de las abejas entre la lavanda, las campanas balanceándose sobre la torre de la iglesia, el balido de las cabras a lo lejos, palabras de un Dios que me abraza en la soledad de los cultivos, conforme va cayendo la tarde su voz me ilumina los miembros, me deslumbra, me rebosa en los ojos, me hace temblar como un recién nacido, estremecerme ante el sol que se hunde y ya solo alcanza las copas de los árboles, y podría cantar aquí está mi Dios, entre las ramas que miran al cielo, hundido en las raíces de un ciprés centenario, asomado al vértice de su sombra negra y afilada, porque eso es la fe, Theo, un saberse de repente vivo, vivo y lúcido”.


Más si cabe me ha emocionado el segundo, “Petit rat”, donde la pobreza y la belleza juntamente pueden resultar peligrosas para vivir dignamente ante la insaciabilidad de los poderosos. La autora escribe: 


    “La lluvia llama a la ventana como una vecina insistente y mamá te abraza, acaricia tu pelo sobre su regazo que huele a humo, a calle, a frío, te dejas hundir en los perfumes del trabajo y de quién sabe qué clientes, quién sabe nada, mamá te mece lento como cuando eras tan pequeña y aún no sabías, y aún no formabas parte, te arropa con su aliento de jornada larga, qué día tan cansado, hija, hasta ahora no entré en calor, apriétame fuerte”.


“Oír el mar” es una recreación del amor sincero que Lope sintió por Marta, del vano empeño de alcanzar la gloria literaria y, sobre todo, de la aceptación de que el amor todo lo puede: 


“Termino de peinarte y me pongo a tus pies para quitarte la ropa, el ritual de cada noche donde ya no somos hombre ni mujer ni amantes –se agotaron los términos ahora–. No quedan más que los pronombres, tú y yo, y es suficiente, contigo aprendí a no querer nada. No busco tu cuerpo. No te ansío como antes, me basta tenerte cerca, desvestirte y acostarte sin prisas, cantarte al oído, dejar que me aprietes o me arañes o me insultes, porque sé que de algún modo eres mi Marta, la que ardió conmigo, y ahora me enseñas a amar como no supe.

Yo, que tanto he vivido y he pecado, cargado de culpa y de rodillas ante una diosa ciega que llora su desgracia cada noche. Besarte sería vergüenza o sacrilegio. Maldito el hombre que, viéndote desnuda, toda huesos, no sintiera piedad sino deseo. Porque esto eres ahora, amor, un caminar despacioso hacia la nada, un convertirte en filo y en tendones, despojada de todo, ligera como una niña que a veces tomo en brazos para que no estrelle los platos contra el suelo. Para que no se rompa. Así es quererte, Marta”.


Es “El repartío” un relato muy poético que expresa el dolor de la ausencia que deja un amor. Otros, como el “Cascarón de huevo”, abundan en las raíces familiares, que dan sentido a la vida, esa fe en la pertenencia a unos valores, donde también aparece esa envidia cainita tan hispana:


    “Y mientras tanto a aceptar las cosas como son, tú en el fondo también lo sabes: el Hermano es de tiza, suave y blanco, y a ti te corresponde el barro. Él brilla como un relámpago, con el fulgor de lo demasiado breve. Pero tú eres mayor y fuerte y duro, naciste grande. Por eso coges aire y lo retienes y tragas saliva intentando limpiarte por dentro, empujando las lombrices hacia abajo, más abajo, reconociéndote en el barro que no ilumina ni destaca ni recibe aplausos pero que resiste, y eso haces, te aguantas los celos porque él es pequeño, bueno y dulce y cuánto puedes llegar a quererlo, cuánto. Sabes que hay que tratarlo con cuidado, con mimo –ese murmullo en los pulmones siempre–”.


“Bastardo” es una muestra de prosa poética que se desparrama sin concretarse en unas coordenadas de espacio y tiempo precisas: “Llamar a la puerta y que nadie responda. Esperar en el umbral con las manos vacías, el pecho vacío, la boca vacía, imaginar tantas palabras y que ninguna se atreva a asomar la cabeza, saludar, abrazar al otro, palabras silenciadas tras años de labios secos, palabras colmadas de hambruna, de querer decir lo que no pueden, de fingirse hábiles, fuertes, confiadas, enteras”.


En “Alcaravea” nos sumerge la autora en un mundo lorquiano de nanas de gran cadencia lírica: 


“La noche azul en los cristales. El viento de octubre arremolina las horas altas de la madrugada, cuando casi todo sueña, cuando casi todos duermen.

      Alerta en el jergón de paja, tenso el cuerpecillo flaco, abiertos los ojos como lumbre inquieta, Paca espera a que pase lo oscuro –las sombras se desplazan lentamente, cambian de sitio con las rondas de la luna–. Sus ocho años temen el golpeteo en la ventana, ramas que rozan los cristales y suenan como “un siseo, uñas de bruja que acechan a los niños insomnes, dedos largos de pesadilla, todo hueso, llamando con hambre tras los vidrios. Viento malo, viento malo que entra sin permiso por las rendijas, se abraza a sus talones y le deja los pies fríos”.


En fin, un libro de cuentos para un grupo concreto de lectores que quieran zambullirse en lo literario.