AGITACIÓN. (Sobre el mal de la impaciencia). Jorge Freire
“Todos tenemos un amigo que trabaja de sol a sol por cuatro perras y que, en cuanto dispone de semana y media de vacaciones, se marca un viaje exprés a Kuala Lumpur, se apunta a tres días de puenting en Camboya so pretexto de que hay que moverse y, peor todavía, perseguir tus sueños”. Este es el tono del libro distinguido con el XI Premio Málaga de Ensayo José María González Ruiz, cuyo autor (Jorge Freire, Madrid, 1985) acredita, pese a su juventud, una prolífica producción: Edith Wharton (2015), Hazte quien eres (2022), La banalidad del bien (2023), Los extrañados (2024).
No se trata de una crítica superficial sobre la rapidez infructuosa que nos atenaza, sino fundamentalmente de una reflexión sobre la conveniencia de que el modus vivendi del hombre contemporáneo debería ser algo más pausado. Parece decirnos su autor que la mayoría de la gente vive en “una sociedad hedonista”, en “una bufonada euforizante”, atrapados en una “ética del divertimento” como única forma de acercarse a la “soteriología” (es decir, un modo de acceder a la salvación personal).
Al parecer son muchos ciudadanos los que no saben estarse quietos, que viven en continuo movimiento; incluso cuando están físicamente parados sus mente son un torbellino de proyectos. Si es cierto, como decía Pascal, que muchos de los males del hombre provienen de su incapacidad para permanecer quieto en una habitación disfrutando de su soledad, esta obra demuestra el error de muchos jóvenes –y no tan jóvenes– que no saben vivir con serenidad, sino más bien en una “insaciabilidad” constante. Anhelan vivir experiencias nuevas sin momentos de reflexión sobre el sentido de tanto movimiento, y huyen hacia adelante inmersos en un torbellino de propósitos.
Alguien diría –al menos quien esto escribe– que tuvo razón ese antiguo Cervantes cuando dijo que el hombre es lo que hace. Pero, ¿y si no hiciéramos mucho? ¿Y si no hacer mucho fuera –como escribió A. Muñoz Molina– una forma de hacer? No sé. Lo cierto es que el mundo se ha convertido en un tránsito de hordas en movimiento. Y eso tiene consecuencias. Además, los movimientos no son solo físicos, hay también itinerarios intelectuales insospechados debidos a la pérdida de un firme centro de gravedad basado en ideas más o menos sólidas. Ahora hay muchos ingenuos que abrazan las más irracionales supercherías con tal de huir de los valores que defiende cualquier religión, y se entregan inocentemente –por poner solo un ejemplo– a modos de vida más o menos naturistas donde reina los efectos alucinógenos de la ayahuasca.
Y frente a la agitación que se apodera de todos los recodos de la vida, conviene, según el autor, aprender a aburrirse: “Quizá haga falta toda una vida para entender la sabiduría / inmortal de quedarse quieto, como dice un poema de Bousoño. Yerran quienes piensan que el exceso de información y estímulos que nuestro tiempo nos ofrece es un avance. Como ha escrito Byung-Chul Han en La sociedad del cansancio, el multitasking, ampliamente extendido entre los animales salvajes de la selva, no es para los humanos una ventaja, sino a todas luces una regresión”.
No es menos pertinente su alusión a ese innato pesimismo cultural y político que ha sido y es una seña de identidad de España, y que lleva a los políticos al enfrentamiento y a la extrema polarización. Estos diversos puntos de vista, que deberían impulsar una acción transformadora, se convierten en una rémora paralizante.
Al final, el autor confiesa que la mejor manera de comprender este mundo acelerado es tener en cuenta las opiniones de los antiguos filósofos, porque como dijera Antonio Machado: “Bueno es escuchar / las palabras viejas / que han de volver a sonar”. Y el modo de interpretar el variado pensamiento del pasado, de ese inmenso caudal de saber acumulado, no es otro que ofreciendo una doxografía, es decir, una antología de las opiniones de los pensadores de la antigüedad. Esto es lo que Jorge Freire ofrece en un libro en el que usa una prosa culta trufada de abundantes referencias librescas y sólidos argumentos de autoridad que sirven para apuntalar su discurso. No obstante, este ensayo corre el riesgo de que –como desea quien esto escribe– solo esté al alcance de una inmensa minoría de lectores.
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