TREN DE CERCANÍAS, Julián Montesinos
Escribo este artículo apresurado en el tren de cercanías que me traslada de Elche a Alicante. Ha sido una decisión repentina. He sacado el móvil y me he puesto -como otros tantos jóvenes atrapados en sus pantallas- a escribir estas notas que son, en esencia, la denuncia de alguien que todavía cree que el mundo puede mejorar.
Haré un poco de historia. Hace 40 años hice un trayecto en sentido contrario. Era un joven enamorado de una muchacha que con el tiempo fue -y es- el centro de mi vida. Siempre que subía al tren, mi pensamiento estaba en ella, en nuestro inminente encuentro. Éramos muy jóvenes. Hoy también lo somos. Y en verdad no ha cambiado nada: ni el amor que me vincula a ella ni los destartalados trenes, que siguen siendo los mismos.
Pero ¿qué hay que escribir para que mejoren los cercanías? Los vagones siguen siendo antiguos y ruidosos, la línea continúa sin electrificar, a veces huele a gasóil en el interior, y a las 9:00 de la mañana están tan llenos de estudiantes y trabajadores que siempre hay gente que viaja de pie.
Mientras se inauguran líneas de AVE, en los cercanías todo sigue igual: los jóvenes miran sus móviles, yo sigo contemplando el paisaje como entonces, y los políticos –por lo general– siguen preocupados más del beneficio propio que del bien ajeno.
El tren está llegando a la estación. Debo concluir este texto. ¿Hasta cuándo abusarán de nuestra paciencia? La próxima vez lo escribiré, con permiso de Tito Livio, en latín. A lo mejor me entienden.
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