miércoles, 1 de enero de 2020










PEDRO SALINAS, UNA VIDA DE NOVELA,
Monserrat Escartín Gual


Hacía tiempo que no leía un libro con tanta intensidad. Este ensayo que ha escrito la catedrática Monserrat Escartín no es sólo un ejemplo de erudición filológica, sino una muestra de rigor en el manejo de unas fuentes bibliográficas copiosas y muy bien incardinadas en el discurso.
         Como ella misma expone en la introducción, este “libro no pretende elaborar una biografía al uso, ni ofrecer un nuevo estudio crítico de las obras de este gran escritor, sino acercarse a la interioridad del hombre para entender mejor su producción literaria” (p.17). En efecto, reconoce la autora que solo desde un conocimiento profundo del itinerario sentimental y vital de Salinas puede comprenderse mejor su abundante obra poética, narrativa, teatral y ensayística, pues vida y obra se retroalimentan. A ello contribuye un hecho relevante que ha modificado la visión que la crítica tenía sobre el decano de los poetas de la Generación del 27: y ese no es otro que la publicación de las cartas que Salinas escribió desde 1932 hasta 1951 a Katherine Whitmore, su amante, un ingente trabajo llevado a cabo por el máximo conocedor del epistolario de Salinas, Enric Bou.
Sería muy prolijo referirse a los vaivenes afectivos del poeta, a su casi inigualable condición de escritor epistolar; a su condición de pionero en la promoción de los estudios hispánicos en Estados Unidos, a su peregrinaje por mundo –de ahí su fama de poeta viajero–; a sus estancias prolongadas en Wellesley College (Massachusetts) y Puerto Rico; a sus inseguridades personales, a su personalidad polifacética que oscilaba siempre entre el entusiasmo público y cierta nostalgia de la amada, a la renuencia de la familia –fundamentalmente de sus hijos, Solita y Jaime Salinas–  a reconocer la importancia de Katherine en la composición de la trilogía saliniana del amor (La voz a ti debida, Razón de amor y Largo lamento; a su creencia de que la amistad era un valor incuestionable y necesario para vivir –su relación con Jorge Guillén y otras personas así lo confirman–; a su llaneza, su facilidad dialógica, su asombro ante todo; en fin, sería prolijo e innecesario nombrar aquí todo el itinerario vital y creativo de Pedro Salinas, porque lo pueden leer con fundamentados argumentos en el libro que reseño. La profesora Escartín revela también aspectos inusuales de la personalidad dual y proteica de Pedro Salinas:

Es fácil deducir que la máscara lúdica de Salinas intentaba esconder el miedo a mostrar sentimientos, incluso ante los seres más cercanos. Por la misma razón y para vencer su timidez, don Pedro no dudó en utilizar el humor o el dominio léxico; aunque, en momentos difíciles, emergía el hombre frágil, sin vocabulario, que expresaba su sentir solo con lágrimas o silencio (p. 100).

      Quiero referirme a la originalidad de su estructura. Organizado en diez capítulos, más una introducción y una conclusión muy esclarecedoras, la autora plantea en cada capítulo una visión dual de un aspecto clave en la vida y obra de Salinas, de modo que con esta técnica de contrapunto ofrece los rasgos esenciales de Salinas. Asimismo, hay una gran cantidad de citas, más de cien, en cada capítulo, lo que revela el rigor documental y filológico aplicado por la catedrática Monserrat Escartín. La autora revela las convicciones, gustos y obsesiones del poeta, su faceta de padre, esposo y amante; su condición de humanista ilustrado del siglo XX, su amor al mar, a la familia, sus inseguridades, su pánico a las bajas temperaturas, su hipocondría excesiva, la amistad inquebrantable hacia tantas personas y en especial hacia Jorge Guillén; su distante relación con sus hijo Jaime; sus personalidad polifacética que escondía tras la simpatía y los aciertos verbales una honda duda y timidez; su capacidad de asombro y de admirar la belleza del mundo; su obsesión epistolar (“las cartas no son […] escritos íntimos al margen de su obra, sino paratextos imprescindibles para comprenderla”, p. 175); su necesidad de Katherine, ese iceberg emocional que va diluyéndose pero que sirvió al poeta para extraer lo mejor de sí mismo, la mujer que, a juicio de la crítica, debió destruir las cartas que ella escribió a Pedro Salinas (p. 207). Comenta Monserrat Escartín que Salinas, en su condición de transterrado (“un extranjero en su patria”, decía al final de sus días) defendió el español de América y el buen uso de la lengua, preocupación que le llevó a escribir El defensor (1948 y 1983), uno de los libros más interesantes sobre la necesidad de las cartas, la lectura y la correcta expresión. En esta carta que el poeta escribió a su amada Katherine Whitmore el poeta se autodefine y plasma su manera de estar en el mundo, un texto que mantiene toda su vigencia:

[…] vivir dentro de mí. Y en cuanto pueda, para los demás. Nada de para los demás en sentido humanitario de la palabra, en forma de servicio social, no. En sentido humano. Vivir para los seres con quienes la vida me ha puesto en contacto, desde los más cercanos en mi alma, a los estudiantes de mi clase. Ejercer mi acción personal, no a través de teorías abstractas, de partidos o grupos, sino personalmente, sin buscar a la gente ni evitarla. Cada día creo menos en lo político. Y casi diría en lo histórico. La historia no es el hombre. Y creo en otras muchas otras cosas: el amor, en muchos sentidos de esa palabra; la amistad, la comunicación de las almas; la bondad, el sentido de projimidad, de prójimos, en el mundo; y la infinita riqueza de posibles que guarda este universo. Y lo exterior que siga su curso. Es absurdo estar pensando en la perfectibilidad de los sistemas de gobierno, y abandonarse uno mismo al descuido, a la inercia, al íntimo desgobierno de sí [Pedro Salinas, Cartas a Katherine Whitmore, 7-3-1940, Austral, 2018].

Especial interés despierta el capítulo dedicado a la faceta profesoral de don Pedro Salinas. Aunque él solía en privado hacer alguna referencia al hastío que puntualmente le producía el desempeño docente, los testimonios que aporta Monserrat Escartín contradicen esa visión y confirman que Salinas fue, en palabras lúcidas de Jorge Guillén, “admirado por sus iguales, adorados por su discípulos” (p. 318). Sobresalen sus opiniones sobre la necesidad de que la enseñanza de la Literatura sea algo experiencial para el alumnado, reivindicaba la selección de textos frente a la lectura global y extensísima de algunas obras, y exigía la importancia de “rehabilitar la lectura en profundidad” (p. 315), entre otras cuestiones.
En los capítulos últimos se abordan las tensiones internas del poeta, la depresión que le provoca una vida vivida entre la realidad y el deseo, entre las obligaciones laborales que crecen (conocida era su alta capacidad de trabajo) y su anhelo de dedicar lo mejor de sí mismo a la creación. Como dice Monserrat Escartín, “nuestro autor malvivió sin alcanzar el equilibrio, oscilando entre la neurastenia y la euforia extremada” (p. 329). Las concomitancias que Salinas establece entre su vida y obra con las de Garcilaso y Cervantes son interesantes no solo para el investigador que descubre copiosos datos y conexiones, sino en la medida en que evidencian idénticos mecanismos creativos: la huida de la realidad quijotesca se asemeja a la huida que Salinas emprende con la creación de un mundo de amor de papel a través de las cartas que envía a Katherine. Y en cuanto a Garcilaso de la Vega, el largo lamento de los pastores encuentra identificación en Salinas, quien ve en la biografía del poeta renacentista no pocas coincidencias con la suya.
En el último capítulo del libro, sugiere Monserrat Escartín que la abundante obra inédita del poeta decano del 27 se debe a múltiples factores: a la inseguridad innata de Salinas, a las circunstancias personales que vivió Katherine tras enviudar y, sobre todo, a la coyuntura política que le llevó a silenciar sus opiniones y críticas a Franco, a quien dedicó un soneto satírico y despectivo (p. 392). Asimismo, gran parte de su producción inédita revela el interés del poeta por otros géneros. La novela y el teatro fueron espejos donde reflejó la propia biografía, sus dudas y sus obsesiones. Así lo demuestra la novela El valor de la vida y muchas piezas de teatro que escribió a sabiendas de que no serían representadas, pero convencido de que este género le permitía dialogar, desde un país lejano, con los grandes temas del teatro español.
Pocas experiencias lectoras recientes me han reportado tanto interés como este ensayo de Monserrat Escartín. Este fervor quizá se deba al hecho de que quien esto escribe siempre ha considerado a Salinas un dechado de intelectual avanzado a su tiempo: su peripecia vital y académica sí encaja perfectamente en ese acertado título de su novela Una vida de novela, una vida que el cáncer truncó tempranamente el 4 de diciembre de 1951.
Leído el libro, uno tiene la impresión de que, como Pessoa, Salinas fue un escritor polifacético, múltiple, alguien que hizo de la escritura, independientemente del género, su razón de vivir, su instrumento para explicar el mundo y explicarse a sí mismo. En palabras de su discípulo Claudio Guillén, Salinas fue un hombre “llano, decidor, amenísimo, hablaba con cuantos le rodeaban y se interesaba por cuanto veía” (p. 145). Pero al mismo tiempo, fue un hombre inseguro, que demandaba afecto y tenía necesidad de darlo (“Mi naturaleza está hecha para amar, y a nadie he amado como tú”, p. 188), obsesivo y exigente en el amor, inquebrantable amigo, convencido de que no hay instrumento mejor que la palabra para ser y hacer. A quienes consideramos a Pedro Salinas un poeta esencial y un intelectual referente de la primera mitad del siglo XX, el libro de la profesora Monserrat Escartín es imprescindible, porque se trata de una summa sobre el estado de la cuestión de los estudios salinianos, y muy oportuno si tenemos en cuenta que 4 de diciembre del 2021 se conmemoran los setenta años de su muerte. Como dice la autora, para Salinas “convertirse en la mejor persona posible y ser un gran poeta eran objetivos idénticos, de ahí su autoexigencia, su rigor al escribir y una concepción del arte basada en lo espiritual que explican su admiración por Maragall o Unamuno, y la utilización de los versos como herramientas de autoconocimiento y mejora” (p. 342).

ADENDA

Ojalá este libro sirva para que las instituciones de Elche reflexionen sobre la conveniencia de crear la Fundación Pedro Salinas, con el fin de recuperar Lo Cruz, la casa en la que la familia Salinas-Bonmatí veraneó aproximadamente desde 1925 hasta 1936, una casa actualmente abandonada. A explicar la relación de Salinas con Elche y lo Mediterráneo dediqué un artículo publicado en la revista municipal Festa (agosto de 2018) con el título: Lo Cruz (Elche, 1920-1936): un espacio vital para el poeta Pedro Salinas (pp. 59-71).

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