PEDRO
SALINAS, UNA VIDA DE NOVELA,
Monserrat Escartín Gual
Hacía tiempo que no leía un libro con
tanta intensidad. Este ensayo que ha escrito la catedrática Monserrat Escartín
no es sólo un ejemplo de erudición filológica, sino una muestra de rigor en el
manejo de unas fuentes bibliográficas copiosas y muy bien incardinadas en el
discurso.
Como
ella misma expone en la introducción, este “libro no pretende elaborar una
biografía al uso, ni ofrecer un nuevo estudio crítico de las obras de este gran
escritor, sino acercarse a la interioridad del hombre para entender mejor su
producción literaria” (p.17). En efecto, reconoce la autora que solo desde un
conocimiento profundo del itinerario sentimental y vital de Salinas puede
comprenderse mejor su abundante obra poética, narrativa, teatral y ensayística,
pues vida y obra se retroalimentan. A ello contribuye un hecho relevante que ha
modificado la visión que la crítica tenía sobre el decano de los poetas de la
Generación del 27: y ese no es otro que la publicación de las cartas que
Salinas escribió desde 1932 hasta 1951 a Katherine Whitmore, su amante, un ingente
trabajo llevado a cabo por el máximo conocedor del epistolario de Salinas,
Enric Bou.
Sería muy
prolijo referirse a los vaivenes afectivos del poeta, a su casi inigualable
condición de escritor epistolar; a su condición de pionero en la promoción de
los estudios hispánicos en Estados Unidos, a su peregrinaje por mundo –de ahí
su fama de poeta viajero–; a sus estancias prolongadas en Wellesley College
(Massachusetts) y Puerto Rico; a sus inseguridades personales, a su
personalidad polifacética que oscilaba siempre entre el entusiasmo público y
cierta nostalgia de la amada, a la renuencia de la familia –fundamentalmente de
sus hijos, Solita y Jaime Salinas– a
reconocer la importancia de Katherine en la composición de la trilogía saliniana
del amor (La voz a ti debida, Razón de amor y Largo lamento; a su creencia de que la amistad era un valor
incuestionable y necesario para vivir –su relación con Jorge Guillén y otras
personas así lo confirman–; a su llaneza, su facilidad dialógica, su asombro
ante todo; en fin, sería prolijo e innecesario nombrar aquí todo el itinerario
vital y creativo de Pedro Salinas, porque lo pueden leer con fundamentados
argumentos en el libro que reseño. La profesora Escartín revela también
aspectos inusuales de la personalidad dual y proteica de Pedro Salinas:
Es fácil
deducir que la máscara lúdica de Salinas intentaba esconder el miedo a mostrar
sentimientos, incluso ante los seres más cercanos. Por la misma razón y para
vencer su timidez, don Pedro no dudó en utilizar el humor o el dominio léxico;
aunque, en momentos difíciles, emergía el hombre frágil, sin vocabulario, que
expresaba su sentir solo con lágrimas o silencio (p. 100).
Quiero referirme a la originalidad de su
estructura. Organizado en diez capítulos, más una introducción y una conclusión
muy esclarecedoras, la autora plantea en cada capítulo una visión dual de un
aspecto clave en la vida y obra de Salinas, de modo que con esta técnica de
contrapunto ofrece los rasgos esenciales de Salinas. Asimismo, hay una gran
cantidad de citas, más de cien, en cada capítulo, lo que revela el rigor
documental y filológico aplicado por la catedrática Monserrat Escartín. La
autora revela las convicciones, gustos y obsesiones del poeta, su faceta de
padre, esposo y amante; su condición de humanista ilustrado del siglo XX, su
amor al mar, a la familia, sus inseguridades, su pánico a las bajas
temperaturas, su hipocondría excesiva, la amistad inquebrantable hacia tantas
personas y en especial hacia Jorge Guillén; su distante relación con sus hijo
Jaime; sus personalidad polifacética que escondía tras la simpatía y los
aciertos verbales una honda duda y timidez; su capacidad de asombro y de
admirar la belleza del mundo; su obsesión epistolar (“las cartas no son […]
escritos íntimos al margen de su obra, sino paratextos imprescindibles para
comprenderla”, p. 175); su necesidad de Katherine, ese iceberg emocional que va
diluyéndose pero que sirvió al poeta para extraer lo mejor de sí mismo, la
mujer que, a juicio de la crítica, debió destruir las cartas que ella escribió
a Pedro Salinas (p. 207). Comenta Monserrat Escartín que Salinas, en su
condición de transterrado (“un
extranjero en su patria”, decía al final de sus días) defendió el español de
América y el buen uso de la lengua, preocupación que le llevó a escribir El defensor (1948 y 1983), uno de los
libros más interesantes sobre la necesidad de las cartas, la lectura y la
correcta expresión. En esta carta que el poeta escribió a su amada Katherine
Whitmore el poeta se autodefine y plasma su manera de estar en el mundo, un
texto que mantiene toda su vigencia:
[…] vivir
dentro de mí. Y en cuanto pueda, para los demás. Nada de para los demás en
sentido humanitario de la palabra, en
forma de servicio social, no. En sentido humano.
Vivir para los seres con quienes la vida me ha puesto en contacto, desde los
más cercanos en mi alma, a los estudiantes de mi clase. Ejercer mi acción
personal, no a través de teorías abstractas, de partidos o grupos, sino
personalmente, sin buscar a la gente ni evitarla. Cada día creo menos en lo
político. Y casi diría en lo histórico. La historia no es el hombre. Y creo en
otras muchas otras cosas: el amor, en muchos sentidos de esa palabra; la
amistad, la comunicación de las almas; la bondad, el sentido de projimidad, de prójimos, en el mundo; y
la infinita riqueza de posibles que
guarda este universo. Y lo exterior que siga su curso. Es absurdo estar
pensando en la perfectibilidad de los sistemas de gobierno, y abandonarse uno
mismo al descuido, a la inercia, al íntimo desgobierno de sí [Pedro Salinas, Cartas a Katherine Whitmore, 7-3-1940,
Austral, 2018].
Especial
interés despierta el capítulo dedicado a la faceta profesoral de don Pedro
Salinas. Aunque él solía en privado hacer alguna referencia al hastío que puntualmente
le producía el desempeño docente, los testimonios que aporta Monserrat Escartín
contradicen esa visión y confirman que Salinas fue, en palabras lúcidas de
Jorge Guillén, “admirado por sus iguales, adorados por su discípulos” (p. 318).
Sobresalen sus opiniones sobre la necesidad de que la enseñanza de la
Literatura sea algo experiencial para el alumnado, reivindicaba la selección de
textos frente a la lectura global y extensísima de algunas obras, y exigía la
importancia de “rehabilitar la lectura en profundidad” (p. 315), entre otras
cuestiones.
En los
capítulos últimos se abordan las tensiones internas del poeta, la depresión que
le provoca una vida vivida entre la realidad y el deseo, entre las obligaciones
laborales que crecen (conocida era su alta capacidad de trabajo) y su anhelo de
dedicar lo mejor de sí mismo a la creación. Como dice Monserrat Escartín,
“nuestro autor malvivió sin alcanzar el equilibrio, oscilando entre la
neurastenia y la euforia extremada” (p. 329). Las concomitancias que Salinas
establece entre su vida y obra con las de Garcilaso y Cervantes son
interesantes no solo para el investigador que descubre copiosos datos y
conexiones, sino en la medida en que evidencian idénticos mecanismos creativos:
la huida de la realidad quijotesca se asemeja a la huida que Salinas emprende
con la creación de un mundo de amor de papel a través de las cartas que envía a
Katherine. Y en cuanto a Garcilaso de la Vega, el largo lamento de los pastores encuentra identificación en Salinas,
quien ve en la biografía del poeta renacentista no pocas coincidencias con la
suya.
En el último
capítulo del libro, sugiere Monserrat Escartín que la abundante obra inédita
del poeta decano del 27 se debe a múltiples factores: a la inseguridad innata
de Salinas, a las circunstancias personales que vivió Katherine tras enviudar
y, sobre todo, a la coyuntura política que le llevó a silenciar sus opiniones y
críticas a Franco, a quien dedicó un soneto satírico y despectivo (p. 392).
Asimismo, gran parte de su producción inédita revela el interés del poeta por
otros géneros. La novela y el teatro fueron espejos donde reflejó la propia
biografía, sus dudas y sus obsesiones. Así lo demuestra la novela El valor de la vida y muchas piezas de
teatro que escribió a sabiendas de que no serían representadas, pero convencido
de que este género le permitía dialogar, desde un país lejano, con los grandes
temas del teatro español.
Pocas
experiencias lectoras recientes me han reportado tanto interés como este ensayo
de Monserrat Escartín. Este fervor quizá se deba al hecho de que quien esto
escribe siempre ha considerado a Salinas un dechado de intelectual avanzado a
su tiempo: su peripecia vital y académica sí encaja perfectamente en ese
acertado título de su novela Una vida de
novela, una vida que el cáncer truncó tempranamente el 4 de diciembre de
1951.
Leído el
libro, uno tiene la impresión de que, como Pessoa, Salinas fue un escritor
polifacético, múltiple, alguien que
hizo de la escritura, independientemente del género, su razón de vivir, su
instrumento para explicar el mundo y explicarse a sí mismo. En palabras de su
discípulo Claudio Guillén, Salinas fue un hombre “llano, decidor, amenísimo,
hablaba con cuantos le rodeaban y se interesaba por cuanto veía” (p. 145). Pero
al mismo tiempo, fue un hombre inseguro, que demandaba afecto y tenía necesidad
de darlo (“Mi naturaleza está hecha para amar, y a nadie he amado como tú”, p. 188),
obsesivo y exigente en el amor, inquebrantable amigo, convencido de que no hay
instrumento mejor que la palabra para ser y hacer. A quienes consideramos a
Pedro Salinas un poeta esencial y un intelectual referente de la primera mitad
del siglo XX, el libro de la profesora Monserrat Escartín es imprescindible,
porque se trata de una summa sobre el
estado de la cuestión de los estudios salinianos, y muy oportuno si tenemos en cuenta
que 4 de diciembre del 2021 se conmemoran los setenta años de su muerte. Como
dice la autora, para Salinas “convertirse en la mejor persona posible y ser un
gran poeta eran objetivos idénticos, de ahí su autoexigencia, su rigor al
escribir y una concepción del arte basada en lo espiritual que explican su
admiración por Maragall o Unamuno, y la utilización de los versos como
herramientas de autoconocimiento y mejora” (p. 342).
ADENDA
Ojalá este libro sirva para que las
instituciones de Elche reflexionen sobre la conveniencia de crear la Fundación
Pedro Salinas, con el fin de recuperar Lo
Cruz, la casa en la que la familia Salinas-Bonmatí veraneó aproximadamente
desde 1925 hasta 1936, una casa actualmente abandonada. A explicar la relación
de Salinas con Elche y lo Mediterráneo dediqué un artículo publicado en la
revista municipal Festa (agosto de
2018) con el título: Lo Cruz (Elche,
1920-1936): un espacio vital para el poeta Pedro Salinas (pp. 59-71).
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