LA MALA
ENTRAÑA, Elena
Alonso Frayle
Conocía el nombre de Elena Alonso Frayle
por ser la ganadora de diversos certámenes de cuentos. El hecho de que este año
su libro La mala entraña haya recibido el Premio Setenil, que se concede
al mejor libro de cuentos editado en España, me ha llevado a adquirirlo. Lo he
leído de un tirón y puedo decir que he disfrutado mucho. Sin duda, el aspecto
que más me interesa es la capacidad para narrar las historias con una agilidad
casi inusitada y una incuestionable facilidad para indagar en la materia
psicológica y conductual de los personajes. Acabado el libro, tiene uno la
sensación de que Elena Alonso es una escritora que aborda cuestiones cotidianas
–turbias pasiones y extraños pensamientos– y las narra impecablemente. Diría
que sabe capturar al lector con las primeras líneas y llevarlo hasta las últimas.
Esta era –y recuerdo de memoria– una de las más eficaces cualidades que debía
poseer un cuentista, según el maestro Horacio Quiroga. Y Elena Alonso sabe
hacerlo.
Bastaría
con leer el cuento “La buena hija”,
ganador del LXVI Concurso Literario de “La Felguera” –certamen de
incuestionado prestigio–, para comprobar por qué vale la pena leer estos
relatos. No sin cierto temor, me atrevo a decir que este cuento es un relato
excepcional, un cuento que plantea el sinsentido del terrorismo etarra y cuestiona
el valor de los afectos en un mundo destruido por los odios. Es el cuento
perfecto para expresar las secuelas de la violencia etarra, así como Patria
de Aramburu es la obra que desvela esa anomalía histórica que muchos han
padecido.
Con
una mayor ambición constructiva, en “La mujer promiscua”, la autora recrea dos
mundos: por un lado, el declive creativo de un escritor que acude a Zagreb para
dar una charla en el Instituto Cervantes; y, por otro, el impacto que su
intérprete (Silvija) le produce: una mujer que aúna entereza y sensualidad,
belleza y misterio, y que poco a poco le va descubriendo el origen de un
secreto que oculta, un material narrativo que descubre las violaciones de todo
tipo cometidas durante la guerra de los Balcanes, porque se trata de un dolor que
necesita ser narrado.
En
“Misericordia” se combinan varios elementos temáticos: la exuberancia corporal
de una bella mujer que amamanta a su hijo; sus fantasías sexuales en las que
tienen cabida una extraña compasión hacia un discapacitado, que llega incluso a
excitarla y a sentir que la culminación de ese deseo sería algo así como un
ejemplo de misericordia y generosidad; y la tensión y el miedo que ella siente
también ante la imprevisible obsesión de Jonás (el joven discapacitado), quien
la desea. Estos aspectos, perfectamente encajados, van tensionando el argumento
de un relato que se cierra con un final abierto.
En
“La calle de Mary Quant”, quizá uno de mis preferidos, asistimos a la
frustración que siente una mujer al descubrir que un antiguo amante no la
reconoce, o tal vez sea todo una confusión o un error de Mabel, una mujer casada
y con dos hijas que aprovecha un fin de semana sola para invitar a su antiguo
amante, un relevante filósofo. Ella asiste a escuchar la conferencia que Horacio
va a impartir y decide invitarle a su casa a tomar un vino francés
especialmente comprado para la ocasión. Pero Horacio no la reconoce ni recuerda
nada, mientras al otro lado de la puerta se escucha la parada del ascensor que
anuncia que Juan, el marido de Mabel, ha regresado de manera inesperada. Un
final sugerente en un cuento en el que las palabras de Mabel pueden ser
certeras: “A lo mejor todos vivimos equivocados con nuestros recuerdos y con la
trama de añoranzas con la que fraguamos nuestros anhelos” (p. 167).
El
cuento que da título al libro, “La mala entraña”, es un ejercicio narrativo sobresaliente,
pero basado en un argumento ciertamente vacuo: la conciencia del mal acaba
apareciendo en unos personajes que se cuestionan el dolor que provocan sus reiteradas
bromas y maldades.
Con
un estilo limpio y cuidado, ajeno a ciertas florituras estilísticas, desenreda
los argumentos de sus relatos con una gran maestría. En el cuento que cierra el
volumen, “El ojo de Dios”, se crea una atmósfera inquietante que sugiere un
final trágico, si bien el elemento mágico de un “ojo” en el techo del baño
introduce cierta polisemia en un final otra vez abierto. Además, desliza
también algunos aciertos expresivos: “Enseguida se formaba una cordillera de
espuma algodonosa sobre el lecho del agua, y a Irene le gustaba sumergirse
hasta que le brotaban arrugas en las yemas de los dedos” (190).
Para
quienes quieran saber más de esta escritora tan premiada, les recomiendo que
consulten su cuidada página web: http://www.elenaalonsofrayle.com/
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