LOS LAGOS DE
NORTEAMÉRICA, José
Daniel Espejo
Según los miembros del
jurado que acordaron conceder a esta obra escrita por José Daniel Espejo el I
Premio Internacional de Poesía Juan Rejano-Puente Genil, Los lagos de Norteamérica “es un libro definido por la sinceridad
de una voz propia que registra la vida como literatura desde el desgarro y la
belleza del realismo de lo cotidiano. Sin artificios, con coraje, el autor
construye un relato poético de la supervivencia, el diálogo desnudo con las
exigencias del dolor y el compromiso con un amor que se hiere, que tiembla, que
resiste y se crece en un enorme ejercicio de entrega y sacrificio”.
Después
de esto, ¿qué decir? Pues sin duda hay que insistir en lo mismo: este libro es
un cuajo de vida, el presente de un hombre –el poeta– dedicado a contar su vida,
con su mujer ya muerta, y cuidar de su hijo Martín, un niño autista que es
la razón de su existir. Un libro que, con su verdad, rompe con la impostura de
esa retahíla de la autoficción y del sujeto poético, como si se quisiera alejar
al personaje de los versos del autor que los escribe. La verdad poética de este
libro se nutre de la verdad vital de su autor, y consigue así un libro íntimo y
conmovedor:
En estos días años
cuidando a Martín
también me he dedicado a
otras cosas
he intentado dedicarme a
otras cosas
he pedaleado en un
centrifugadora
porque el eje de mi
identidad se parecía
a un agujero negro que
daba mucho miedo
y yo quería ser cualquier
otra cosa
o al menos seguir
pedaleando. Escapadas
numerosas: aventuras en
la política,
cientos y cientos de
artículos no muy sesudos,
sexo aquí y allá, como un
turista,
libros que no va a leerse
nadie
y mi hijo esperándome en
el centro
para ir a pasear (p.
14).
El
mundo afectivo gira en torno a su hijo, la madre y el hermano: “Cuando Martín
está despierto y gritando / y ya no sé qué hacer en medio de la madrugada…” (p.
26). Y el poeta también extraña la ausencia de la amada: “A veces veo en sueños
a la mujer que falta…” (p. 25). Con el siguiente poema se cierra el círculo familiar
de los afectos:
En el centro del texto
está Miguel
jugando a videojuegos a
deshoras
observando el panorama
buscando una luz
para iluminar la escena
toda su vida
tratará de extraer bondad
de estos años
con su hermano y conmigo
amor en el pasado
no demasiado abundante
pero la luz
se irá con él (p. 31).
Aunque
el valor del poemario hay que hallarlo principalmente en el latigazo emocional
(“podría reencontrarme con vosotros”), hace mención asimismo de algunos
poetas que han alumbrado una manera crítica de explicar el sentido de la poesía.
Nos dice que “la poesía / es lo opuesto / al márketing”, y cita a Jorge
Riechmann (un referente de cierto humanismo crítico y social), a Saharon Olds y
a Santamaría, de quien toma el autor la idea de que “el capitalismo malea /
nuestros mismos afectos”. Y este sentimiento crítico se concreta en versos así:
Ni una sola vez en los
anuncios de cerveza
o las series de la tele
sale nunca una pandilla
reunida en un bar con un
niño con autismo
incapaz de sentarse como
parte de la escena… (p. 46).
Formalmente,
también se aleja de lo previsible. Aparecen poemas en los que el léxico
cotidiano coadyuva a dotar al poema de verdad:
compra sopa yogures cerveza
sin alcohol
que no se beberá preguntan por sus niños
responde que están bien y
de repente
experimenta una
revelación
en medio del pasillo del
fiambre (p. 23).
En
ocasiones, el dolor se desboca y el sentimiento de impotencia se concreta en un
léxico que condensa la rabia:
Por un instante barajo
intentar explicarle algunas cosas
que ocurren en el sótano
en el que pasa nuestra vida
y que seguramente él, el
ser de luz, no tiene en cuenta.
Visualizo tumbarlo en el
suelo y patearle la cabeza
gritarle no tienes ni
puta idea decirle me estás culpando
de procesos neuronales
que aún no comprendemos
¿qué seguiría a qué? Me
concentro en callarme,
tal vez en ponerme las
gafas de sol (interior noche),
en apretar los dientes
por sobre todas las cosas,
hilar este poema como
segunda opción (p.19).
Con
un versolibrismo acertado se narran los pormenores de una vida cotidiana. Y al
mismo tiempo prevalece una preocupación métrica: son frecuentes los poemas que
comienzan con alejandrinos (“Cada varios meses visitamos la consulta”) o
endecasílabos (“Una mujer se va, cierra la puerta”); en cualquier caso, en todos
los poemas hay una pauta rítmica muy lograda. No abundan esas imágenes
previsibles ni el léxico poéticamente manido. Descubrimos una voz que reproduce,
como si fuera un diario vital (“Mantengo abierto este texto en un portátil / en
el centro de mi cas muchos meses”), una lengua cotidiana y generacional:
A principios de la década
volví a la universidad,
me bajé mis discos
perdidos y empecé a comprar
ropa por internet y a beber
como Chavela.
Fue mi respuesta al
diagnóstico
de Martín y a la muerte
de su madre.
Por la tarde llevaba al
niño a terapias
y me dedicaba a subir
poemas a Facebook.
Cuando llegó el 15M tomé
la palabra
para hablar de mí, no de
mis hijos (p. 11).
Y más adelante:
Siempre llevo a Martín a
los centros comerciales,
(…)
entramos y salimos como
gatos fantasma
visitamos vuestro mundo
–oh bravo nuevo mundo–
como si fuese el único
siempre pienso que las
cámaras
de vigilancia no nos
captan
como mucho una sombra
una irregularidad
(p. 53).
Hemos
leído con gratitud y emoción un libro que muestra un mundo coherente lleno de una
poesía “no explícita” pero honda y eficaz. Se trata de un poemario que ofrece también
un modo de decir cotidiano, estéticamente a contracorriente, diferente por su
dicción novedosa. Aunque sospecho que a José Daniel Espejo no
le gustaría leer que su libro ha sido escrito por un “Campeón”, les invito a
que lean con calma el poema así titulado. Entenderán por qué hay que darle la
enhorabuena a su autor.
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