jueves, 23 de enero de 2020









LOS LAGOS DE NORTEAMÉRICA, José Daniel Espejo


Según los miembros del jurado que acordaron conceder a esta obra escrita por José Daniel Espejo el I Premio Internacional de Poesía Juan Rejano-Puente Genil, Los lagos de Norteamérica “es un libro definido por la sinceridad de una voz propia que registra la vida como literatura desde el desgarro y la belleza del realismo de lo cotidiano. Sin artificios, con coraje, el autor construye un relato poético de la supervivencia, el diálogo desnudo con las exigencias del dolor y el compromiso con un amor que se hiere, que tiembla, que resiste y se crece en un enorme ejercicio de entrega y sacrificio”.
         Después de esto, ¿qué decir? Pues sin duda hay que insistir en lo mismo: este libro es un cuajo de vida, el presente de un hombre –el poeta– dedicado a contar su vida, con su mujer ya muerta, y cuidar de su hijo Martín, un niño autista que es la razón de su existir. Un libro que, con su verdad, rompe con la impostura de esa retahíla de la autoficción y del sujeto poético, como si se quisiera alejar al personaje de los versos del autor que los escribe. La verdad poética de este libro se nutre de la verdad vital de su autor, y consigue así un libro íntimo y conmovedor:

En estos días años cuidando a Martín
también me he dedicado a otras cosas
he intentado dedicarme a otras cosas
he pedaleado en un centrifugadora
porque el eje de mi identidad se parecía
a un agujero negro que daba mucho miedo
y yo quería ser cualquier otra cosa
o al menos seguir pedaleando. Escapadas
numerosas: aventuras en la política,
cientos y cientos de artículos no muy sesudos,
sexo aquí y allá, como un turista,
libros que no va a leerse nadie
y mi hijo esperándome en el centro
para ir a pasear (p. 14).

El mundo afectivo gira en torno a su hijo, la madre y el hermano: “Cuando Martín está despierto y gritando / y ya no sé qué hacer en medio de la madrugada…” (p. 26). Y el poeta también extraña la ausencia de la amada: “A veces veo en sueños a la mujer que falta…” (p. 25). Con el siguiente poema se cierra el círculo familiar de los afectos:

En el centro del texto
está Miguel
jugando a videojuegos a deshoras
observando el panorama
buscando una luz
para iluminar la escena
                                    toda su vida
tratará de extraer bondad de estos años
con su hermano y conmigo
amor en el pasado
no demasiado abundante
pero la luz
se irá con él (p. 31).

Aunque el valor del poemario hay que hallarlo principalmente en el latigazo emocional (“podría reencontrarme con vosotros”), hace mención asimismo de algunos poetas que han alumbrado una manera crítica de explicar el sentido de la poesía. Nos dice que “la poesía / es lo opuesto / al márketing”, y cita a Jorge Riechmann (un referente de cierto humanismo crítico y social), a Saharon Olds y a Santamaría, de quien toma el autor la idea de que “el capitalismo malea / nuestros mismos afectos”. Y este sentimiento crítico se concreta en versos así:

Ni una sola vez en los anuncios de cerveza
o las series de la tele sale nunca una pandilla
reunida en un bar con un niño con autismo
incapaz de sentarse como parte de la escena… (p. 46).

Formalmente, también se aleja de lo previsible. Aparecen poemas en los que el léxico cotidiano coadyuva a dotar al poema de verdad:

compra sopa         yogures       cerveza sin alcohol
que no se beberá             preguntan por sus niños
responde que están bien y de repente
experimenta una revelación
en medio del pasillo del fiambre (p. 23).

En ocasiones, el dolor se desboca y el sentimiento de impotencia se concreta en un léxico que condensa la rabia:

Por un instante barajo intentar explicarle algunas cosas
que ocurren en el sótano en el que pasa nuestra vida
y que seguramente él, el ser de luz, no tiene en cuenta.
Visualizo tumbarlo en el suelo y patearle la cabeza
gritarle no tienes ni puta idea decirle me estás culpando
de procesos neuronales que aún no comprendemos
¿qué seguiría a qué? Me concentro en callarme,
tal vez en ponerme las gafas de sol (interior noche),
en apretar los dientes por sobre todas las cosas,
hilar este poema como segunda opción (p.19).


Con un versolibrismo acertado se narran los pormenores de una vida cotidiana. Y al mismo tiempo prevalece una preocupación métrica: son frecuentes los poemas que comienzan con alejandrinos (“Cada varios meses visitamos la consulta”) o endecasílabos (“Una mujer se va, cierra la puerta”); en cualquier caso, en todos los poemas hay una pauta rítmica muy lograda. No abundan esas imágenes previsibles ni el léxico poéticamente manido. Descubrimos una voz que reproduce, como si fuera un diario vital (“Mantengo abierto este texto en un portátil / en el centro de mi cas muchos meses”), una lengua cotidiana y generacional:

A principios de la década volví a la universidad,
me bajé mis discos perdidos y empecé a comprar
ropa por internet y a beber como Chavela.
Fue mi respuesta al diagnóstico
de Martín y a la muerte de su madre.
Por la tarde llevaba al niño a terapias
y me dedicaba a subir poemas a Facebook.
Cuando llegó el 15M tomé la palabra
para hablar de mí, no de mis hijos (p. 11).

         Y más adelante:

Siempre llevo a Martín a los centros comerciales,
(…)    
entramos y salimos como gatos fantasma
visitamos vuestro mundo –oh bravo nuevo mundo–
como si fuese el único
siempre pienso que las cámaras
de vigilancia no nos captan
como mucho una sombra
una irregularidad
 (p. 53).

Hemos leído con gratitud y emoción un libro que muestra un mundo coherente lleno de una poesía “no explícita” pero honda y eficaz. Se trata de un poemario que ofrece también un modo de decir cotidiano, estéticamente a contracorriente, diferente por su dicción novedosa. Aunque sospecho que a José Daniel Espejo no le gustaría leer que su libro ha sido escrito por un “Campeón”, les invito a que lean con calma el poema así titulado. Entenderán por qué hay que darle la enhorabuena a su autor.

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