OBRA
POÉTICA COMPLETA (1943-2003),
Rafael
Morales
Sobre la mesa, los libros se acumulan esperando
turno. Los colores de las portadas, el grosor, el género y las listas revisadas
una y otra vez hacen que nunca sepa uno muy bien qué libro va a leer. Por razones
que no vienen al caso (tal vez alguna chispa de nostalgia de los tiempos
escolares en los que los libros de la editorial Cátedra ejercían cierta
hegemonía), escojo la Obra poética
completa de Rafael Morales (1919-2005), un libro que recoge toda la
producción del poeta de Talavera de la
Reina, quien dio el visto bueno a esta edición.
En
el buen documentado prólogo del estudioso José Paulino Ayuso se hace un
recorrido de todas las etapas creadoras y vitales del autor. Hombre de letras, autodidacta en sus inicios,
compartió amistad con los grandes poetas del momento: conocida fue su amistad
con Miguel Hernández, Federico García Lorca, Pablo Neruda, Vicente Aleixandre,
Blas de Otero, entre otros, a quienes
también dedicó una serie poética titulada “Homenaje”.
Hombre
siempre dedicado a la poesía, a las tareas de creación y participación en las
diversas revistas literarias de la época, encontró cierta estabilidad cuando
formó parte de la Facultad de Letras de la Universidad Complutense.
Su
primera obra, Poemas del toro (1943),
tienen el honor de inaugurar la colección Adonáis y de llevar el soneto a un
grado de perfección máxima con unos poemas referidos al toro, y elogiados por
José María de Cossío en el prólogo, quien reconoce que se trata más de un tema
“táurico que taurino”, pues al poeta no le interesa la fiesta taurina, sino “la
fuerza oscura y el impulso cósmico” del toro. Los desterrados (1947), un poemario sucesivamente reducido por el
autor, es un libro que rezuma dolor, que busca lo poético en ámbitos
oprimidos, porque para Rafael Morales la poesía no sólo está “en las aguas de
un arroyo o en los cálidos ojos de una mujer querida”, sino que también se
encuentra “en los ojos de los ahorcados o en las manos sucias de los
trabajadores”. Ese intento de ampliar el foco de lo poético se irá consumando
en sucesivos libros, hasta adentrarse en un profundo sentimiento amoroso en El corazón y la tierra (1946), donde
encontramos poemas de este tono:
LOS AMANTES
Es
el amor quien canta, delira locamente
con sus largos cabellos
al viento desprendidos,
con su bella locura
planetaria y terrena,
con su dolor ardiente,
sonoro, profundísimo.
(…).
Canción sobre el asfalto (1954) es, a mi juicio, un libro desigual, en el que insiste en sus temas recurrentes, si bien hay cierta acumulación verbal y una adjetivación excesiva, como sucede en este cuarteto:
Aquí los vidrios rotos de
olvidadas botellas,
que se agrupan en sucios,
solitarios rincones,
se convierten en tiernas,
derribadas estrellas,
en agrupadas, mansas,
leves constelaciones.
Los dos libros
siguientes, La máscara y los dientes (1962) y La rueda y el viento (1971) ahondan, sin dejar nunca de lado ese
latido emocional tan característico de la obra de Rafael Morales, en una escritura más libre, con
poemas extensos llenos de paralelismos, anáforas y abundantes derivaciones que
imprimen a la lectura un ritmo vertiginoso. En este sentido, el poema “La
oficina” es un ejemplo de humanización en los estertores del realismo de la
Generación de 50. Publicado en 1962, contiene elementos propios de una poética
más "visionaria", afines con la poesía humanamente desarraigada, aunque con un
cuidado lenguaje, rasgos que difieren tanto del realismo declinante como de la
estética novísima que ya apuntaba con la publicación en 1966 de Arde el mar de Pere Gimferrer.
Puede afirmarse que todos los poemas de Rafael Morales poseen, independientemente de la etapa creativa en que fueron compuestos, un gran cuidado de la métrica. En el poema “Amor. Dolor” (La máscara y los dientes ) ofrece un poema en ocho cuartetos rematado con un romance de cuatro versos. A los excelsos sonetos de su primer libro se añaden los endecasílabos y alejandrinos de su etapa central hasta derivar en unos heptasílabos ligeros que conforman los poemas cortísimos de su última etapa, mucho más acendrados y esenciales. Vale la pena recordar un soneto emotivo, “Presencia de la esposa” (Canción sobre el asfalto) y copiar el conocido “Cántico doloroso al cubo de la basura” del mismo libro:
Puede afirmarse que todos los poemas de Rafael Morales poseen, independientemente de la etapa creativa en que fueron compuestos, un gran cuidado de la métrica. En el poema “Amor. Dolor” (La máscara y los dientes ) ofrece un poema en ocho cuartetos rematado con un romance de cuatro versos. A los excelsos sonetos de su primer libro se añaden los endecasílabos y alejandrinos de su etapa central hasta derivar en unos heptasílabos ligeros que conforman los poemas cortísimos de su última etapa, mucho más acendrados y esenciales. Vale la pena recordar un soneto emotivo, “Presencia de la esposa” (Canción sobre el asfalto) y copiar el conocido “Cántico doloroso al cubo de la basura” del mismo libro:
Tu curva humilde, forma
silenciosa,
le pone un triste anillo
a la basura.
En ti se hizo redonda la
ternura,
se hizo redonda, suave y
dolorosa.
Cada cosa que encierras,
cada cosa
tuvo esplendor, acaso
hasta hermosura.
Aquí de una naranja se
aventura
la herida piel silente y
penumbrosa.
Aquí de una manzana verde
y fría
un resto llora zumo
delicado
entre un polvo que nubla
su agonía.
Oh, viejo cubo sucio y
resignado,
desde tu corazón la pena
envía
el llanto de lo humilde y
olvidado.
Son
los dos últimos poemarios con los que el autor de esta reseña se
siente más identificado, fundamentalmente porque se aprecia un afán de esencialidad
y de claridad poéticas muy logrados. Los versos conservan el humanismo y el entusiasmo
emocional (ahora vitalmente mitigado) propios de la obra de Rafael Morales,
atento siempre a la maravilla que existe en las pequeñas causas de la vida. Entre tantos adioses (1993) y Poemas de la luz y la palabra (2003) ofrecen
versos muy cercanos y delicados, que un lector atento podrá valorar. Aunque nombrar solo un
poema de Entre tantos adioses (1993)
es una reducción inadmisible, en “Transfiguración” se condensa también esa
querencia por la naturaleza, por el sentido de la palabra y de la escritura recurrentes en muchos poemas de su última etapa.
PÁJARO
A un jilguero que cantaba
En
el patio de mi casa de niño
Cima de lo intangible,
absoluto en la gracia,
quedó libre del tiempo en
la memoria.
Nunca en la muerte, nunca.
Vivo siempre en su patria
de aire.
Sólo recuerdo el cántico
en su presente exacto.
Ni su luz ni su rama.
Tan sólo la armonía
Sin materia. Tan sólo tú
-pájaro, gracia, neta te
perdurable-
cantando en la memoria.
VIVIR
Nadie detuvo el tiempo
en su hermosura.
Efímero es vivir,
breve es el gozo
del presuroso instante,
breve la entrega
del día que derrama
su desnudez triunfal
en nuestros ojos.
De Entre tanto adioses (1993)
La esencialidad y el tratamiento reiterado de los algunos motivos temáticos (luz, claridad, poema, elementos de
la naturaleza, presente y cierto transcendentalismo) caracterizan los poemas
últimos.
CREACIÓN
De pronto,
las palabras
con que el poeta habla
a sus amigos
o las que todos dicen
en calles y oficinas
vibran de otra manera,
abren corolas,
alas,
esparcen sus jardines,
sus guitarras,
duelen,
cantan,
brillan como el torrente
o el relámpago,
precipitan su gracia
al papel expectante
y uno sabe de pronto
que aquello es un poema.
ANTE UN POEMA
DE SIGLO XVII
Estos versos
fueron escritos con amor,
por amor.
Firmes en el papel
se obstinan contra el
tiempo
en un presente
invariable.
La muerte ejercitó
su tiranía
sólo sobre al amante,
pero el amor
arde aún intacto
en las viejas palabras
del poema.
De Poemas de la luz y la palabra (2003)
En
este época vertiginosa, leer la obra de Rafael Morales no puede ser un
ejercicio de arqueología poética. Conocer su evolución supone también
comprender la de gran parte de la poesía de la segunda mitad del siglo XX. Lo
más valioso, a mi juicio, radica en la fidelidad a la métrica, en una panoplia
de temas muy amplia (amor, naturaleza, oficios, la ciudad, el amar, el toro
como símbolo esencial..), en la plasmación de un sentido de la existencia
vinculado con el humanismo cristiano y, sobre todo, en los poemas limpios y
esenciales de Poemas de la luz y la palabra.
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