domingo, 2 de febrero de 2020







OBRA POÉTICA COMPLETA (1943-2003),
Rafael Morales


Sobre la mesa, los libros se acumulan esperando turno. Los colores de las portadas, el grosor, el género y las listas revisadas una y otra vez hacen que nunca sepa uno muy bien qué libro va a leer. Por razones que no vienen al caso (tal vez alguna chispa de nostalgia de los tiempos escolares en los que los libros de la editorial Cátedra ejercían cierta hegemonía), escojo la Obra poética completa de Rafael Morales (1919-2005), un libro que recoge toda la producción del  poeta de Talavera de la Reina, quien dio el visto bueno a esta edición.
         En el buen documentado prólogo del estudioso José Paulino Ayuso se hace un recorrido de todas las etapas creadoras y vitales del autor.  Hombre de letras, autodidacta en sus inicios, compartió amistad con los grandes poetas del momento: conocida fue su amistad con Miguel Hernández, Federico García Lorca, Pablo Neruda, Vicente Aleixandre, Blas de Otero, entre otros,  a quienes también dedicó una serie poética titulada “Homenaje”.
         Hombre siempre dedicado a la poesía, a las tareas de creación y participación en las diversas revistas literarias de la época, encontró cierta estabilidad cuando formó parte de la Facultad de Letras de la Universidad Complutense.
         Su primera obra, Poemas del toro (1943), tienen el honor de inaugurar la colección Adonáis y de llevar el soneto a un grado de perfección máxima con unos poemas referidos al toro, y elogiados por José María de Cossío en el prólogo, quien reconoce que se trata más de un tema “táurico que taurino”, pues al poeta no le interesa la fiesta taurina, sino “la fuerza oscura y el impulso cósmico” del toro. Los desterrados (1947), un poemario sucesivamente reducido por el autor, es un libro que rezuma dolor, que busca lo poético en ámbitos oprimidos, porque para Rafael Morales la poesía no sólo está “en las aguas de un arroyo o en los cálidos ojos de una mujer querida”, sino que también se encuentra “en los ojos de los ahorcados o en las manos sucias de los trabajadores”. Ese intento de ampliar el foco de lo poético se irá consumando en sucesivos libros, hasta adentrarse en un profundo sentimiento amoroso en El corazón y la tierra (1946), donde encontramos poemas de este tono:

         LOS AMANTES

          Es el amor quien canta, delira locamente
con sus largos cabellos al viento desprendidos,
con su bella locura planetaria y terrena,
con su dolor ardiente, sonoro, profundísimo.
(…).
    
        Canción sobre el asfalto (1954) es, a mi juicio, un libro desigual, en el que insiste en sus temas recurrentes, si bien hay cierta acumulación verbal y una adjetivación excesiva, como sucede en este cuarteto:

Aquí los vidrios rotos de olvidadas botellas,
que se agrupan en sucios, solitarios rincones,
se convierten en tiernas, derribadas estrellas,
en agrupadas, mansas, leves constelaciones.

Los dos libros siguientes,  La máscara y los dientes (1962) y La rueda y el viento (1971) ahondan, sin dejar nunca de lado ese latido emocional tan característico de la obra de Rafael Morales, en una escritura más libre, con poemas extensos llenos de paralelismos, anáforas y abundantes derivaciones que imprimen a la lectura un ritmo vertiginoso. En este sentido, el poema “La oficina” es un ejemplo de humanización en los estertores del realismo de la Generación de 50. Publicado en 1962, contiene elementos propios de una poética más "visionaria", afines con la poesía humanamente desarraigada, aunque con un cuidado lenguaje, rasgos que difieren tanto del realismo declinante como de la estética novísima que ya apuntaba con la publicación en 1966 de Arde el mar de Pere Gimferrer. 
Puede afirmarse que todos los poemas de Rafael Morales poseen, independientemente de la etapa creativa en que fueron compuestos, un gran cuidado de la métrica. En el poema “Amor. Dolor” (La máscara y los dientes ) ofrece un poema en ocho cuartetos rematado con un romance de cuatro versos. A los excelsos sonetos de su primer libro se añaden los endecasílabos y alejandrinos de su etapa central hasta derivar en unos heptasílabos ligeros que conforman los poemas cortísimos de su última etapa, mucho más acendrados y esenciales. Vale la pena recordar un soneto emotivo, “Presencia de la esposa” (Canción sobre el asfalto) y copiar el conocido “Cántico doloroso al cubo de la basura” del mismo libro:

Tu curva humilde, forma silenciosa,
le pone un triste anillo a la basura.
En ti se hizo redonda la ternura,
se hizo redonda, suave y dolorosa.

Cada cosa que encierras, cada cosa
tuvo esplendor, acaso hasta hermosura.
Aquí de una naranja se aventura
la herida piel silente y penumbrosa.

Aquí de una manzana verde y fría
un resto llora zumo delicado
entre un polvo que nubla su agonía.

Oh, viejo cubo sucio y resignado,
desde tu corazón la pena envía
el llanto de lo humilde y olvidado.

         Son los dos últimos poemarios con los que el autor de esta reseña se siente más identificado, fundamentalmente porque se aprecia un afán de esencialidad y de claridad poéticas muy logrados. Los versos conservan el humanismo y el entusiasmo emocional (ahora vitalmente mitigado) propios de la obra de Rafael Morales, atento siempre a la maravilla que existe en las pequeñas causas de la vida. Entre tantos adioses (1993) y Poemas de la luz y la palabra (2003) ofrecen versos muy cercanos y delicados, que un lector atento podrá valorar. Aunque nombrar solo un poema de Entre tantos adioses (1993) es una reducción inadmisible, en “Transfiguración” se condensa también esa querencia por la naturaleza, por el sentido de la palabra y de la escritura recurrentes en muchos poemas de su última etapa.

PÁJARO

                                            A un jilguero que cantaba
                                            En el patio de mi casa de niño


Cima de lo intangible,
absoluto en la gracia,
quedó libre del tiempo en la memoria.
Nunca en la muerte, nunca.
Vivo siempre en su patria de aire.
Sólo recuerdo el cántico
en su presente exacto.
Ni su luz ni su rama.
Tan sólo la armonía
Sin materia. Tan sólo tú
-pájaro, gracia, neta te perdurable-
cantando en la memoria.


VIVIR

Nadie detuvo el tiempo
en su hermosura.
Efímero es vivir,
breve es el gozo
del presuroso instante,
breve la entrega
del día que derrama
su desnudez triunfal
en nuestros ojos.

De Entre tanto adioses (1993)


     La esencialidad y el tratamiento reiterado de los algunos motivos temáticos (luz, claridad, poema, elementos de la naturaleza, presente y cierto transcendentalismo) caracterizan los poemas últimos.

CREACIÓN

De pronto,
las palabras
con que el poeta habla
a sus amigos
o las que todos dicen
en calles y oficinas
vibran de otra manera,
abren corolas,
alas,
esparcen sus jardines,
sus guitarras,
duelen,
cantan,
brillan como el torrente
o el relámpago,
precipitan su gracia
al papel expectante
y uno sabe de pronto
que aquello es un poema.


ANTE UN POEMA
DE SIGLO XVII

Estos versos
fueron escritos con amor,
por amor.
Firmes en el papel
se obstinan contra el tiempo
en un presente invariable.
La muerte ejercitó
su tiranía
sólo sobre al amante,
pero el amor
arde aún intacto
en las viejas palabras
del poema.

De Poemas de la luz y la palabra (2003)

         En este época vertiginosa, leer la obra de Rafael Morales no puede ser un ejercicio de arqueología poética. Conocer su evolución supone también comprender la de gran parte de la poesía de la segunda mitad del siglo XX. Lo más valioso, a mi juicio, radica en la fidelidad a la métrica, en una panoplia de temas muy amplia (amor, naturaleza, oficios, la ciudad, el amar, el toro como símbolo esencial..), en la plasmación de un sentido de la existencia vinculado con el humanismo cristiano y, sobre todo, en los poemas limpios y esenciales de  Poemas de la luz y la palabra.


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