SAPERE AUDE, LEGERE AUDE
Julián Montesinos
El
profesor salió del departamento cargado con treinta libros, recorrió con
dificultad los pasillos del instituto, entró en clase y dejó el rimero de
títulos sobre la mesa. Pensaba en Wilt, ese extravagante profesor de la famosa
novela de Tom Sharpe, quien repartía obras a sus alumnos con la intención de
acallar lo que a su juicio era una jauría humana difícilmente controlable. No
existe comparación posible; su ámbito de trabajo es afortunadamente agradable.
El profesor cree que García Márquez está en lo cierto, que “un curso de
literatura no debería ser mucho más que una buena guía de lecturas”. Ahora está
en clase, se siente satisfecho de creer en su quehacer docente y en una
metodología reflexionada durante varios lustros, y cuyo fin último es el
fomento de la lectura a través del asesoramiento individual de cada alumno.
Pero, al mismo tiempo, está
insatisfecho con los ínfimos niveles lectores que exhiben sus alumnos y con los
datos que reflejan las aleatorias encuestas (la más reciente informa de que un 47,8%
de los valencianos no lee nunca). Descree también de las paupérrimas políticas
de promoción lectora promovidas por el Ministerio (el Plan de Lectura va a
concluir sin haberse notado su presencia en los IES), pues no inciden más que
en campañas de concienciación del valor de leer a través de mensajes
publicitarios de dudoso gusto, y se olvidan de la necesaria formación del
profesorado y de la rehabilitación de las bibliotecas escolares, los dos
pilares básicos para mitigar la actual anorexia lectora de tantos jóvenes.
Una vez repuesto, el profesor enseñó
los treinta libros a sus alumnos, los fue comentando uno a uno, destacó de
ellos los aspectos más interesantes, transmitió el entusiasmo sereno que él
sentía por los títulos, y fue entregando a cada alumno un libro. El profesor
sabe que nunca es tarde para descubrir la lectura; es consciente de que los
alumnos necesitan un asesoramiento individual del acto de leer, que cada joven
requiere un libro concreto, porque cada individuo posee un determinado nivel de
competencia lectora (NCL) y un gusto temático propio. El profesor es feliz con
el método de trabajo que ha elaborado, porque, tras muchos años de leer libros
pensando en el hipotético placer de sus alumnos, ha atesorado un corpus de
lecturas tan amplio como adecuado para ellos. Cada año renueva la lista, e
incorpora nuevos títulos y prescinde de otros. Y así crece su base de datos, en
la que se alojan cientos de guías de lectura, guías que son la memoria viva de
cada libro y que permiten al profesor conocer con detalle el contenido de los
libros leídos, y le garantizan, de paso, una rentabilidad didáctica de cada
lectura realizada. El deseo de este profesor no es otro que conocer
personalmente a sus alumnos para desarrollar a cada uno de ellos un Plan Individual
de Lectura (un PIL), de modo que se pueda construir la Biografía Lectora de un
determinado alumno desde 1º a 4º de la ESO. Ardua es esta tarea, mas el
profesor sabe que ésa es una de sus mayores responsabilidades como docente:
mostrar al alumno el mundo de la lectura, no solo el de la lectura instrumental
entendida como una herramienta para acceder a los conocimientos de los diversos
currículos, sino, sobre todo, fomentar el gusto por la lectura literaria,
placentera, estética, esa otra lectura entendida como fuente de enriquecimiento
personal, tal y como se recoge en los contenidos generales de la etapa de
Secundaria.
El profesor cree humildemente en su
plan, en su modelo de programación favorecedor de la lectura. Pero hasta
concebirlo en su totalidad, el camino ha estado sembrado de dificultades: ha
tenido que demostrar, a no pocos colegas instalados en un trasnochado elitismo
lector, los valores intrínsecamente literarios de muchos de los libros en los
que se apoya su plan de lectura; ha tenido que reivindicar el valor de la
literatura juvenil como un modo peculiar de leer de los jóvenes, peldaño previo
y necesario para acceder a la literatura clásica; ha explicado que los hombres
nacen ágrafos e iletrados y que es lento el proceso de formación de lectora,
mas no existe otro camino para aprender el hábito lector que la práctica y la
frecuentación de la lectura en el aula, por medio de planes lectores en cada
curso de la Secundaria; ha debido organizar su disciplina de tal modo que no
exista la tradicional hegemonía de los contenidos conceptuales, con el fin de
que la lectura no sea una actividad extracurricular, sino una práctica
temporalizada y convenientemente valorada; ha debido de convencer a algunos
padres y profesores de que leer no es una pérdida de tiempo, y de que no hay
mejor manera de enseñar literatura que plantear una buena relación de títulos;
ha reivindicado, en esencia, la lectura como experiencia personal más que como
una práctica para acceder a la historia de la literatura...
Tras muchos años, este profesor cada
vez habla menos en clase, pues sabe que el proceso de aprendizaje lo deben
desarrollar de modo pragmático sus alumnos, por medio de la lectura y de las
propuestas de escritura pertinentes en cada libro. Este profesor ha reunido
también una buena retahíla de textos de ínclitos estudiosos y escritores con
los que fundamentar su proyecto de lectura, pero sabe que esa artillería
erudita está disponible para quienes quieran conocer los entresijos de su proyecto
y también para cuantos pretendan minusvalorar su labor, pues abundan por
doquier quienes practican (atrapados por las exigencias del “programa”) cierto
inmovilismo lector y cierta obsolescencia metodológica. Por eso, lo mejor es
dejarle que desarrolle su trabajo: él se ha aventurado a atravesar la oscura
senda del desencanto que a veces paraliza a tantos docentes, y cree en su plan
de lecturas, una metodología que en estos instantes está acabando de explicar a
sus alumnos con la intención de que lean, con permiso de Forges, algo más que
un mísero código de barras.
(Este
artículo apareció en El País el miércoles el 7 de enero de 2004).
LA RULETA DE LA LECTURA,
un Proyecto Individual de Lectura para la ESO,
Julián
Montesinos
Partimos de la base de
que la oferta de libros ha de ser amplia,
lo que obliga al profesor a seleccionar los libros más idóneos con el fin de
orientar individualmente a cada alumno en función de sus cualidades
psicológicas, de su Nivel de Competencia Lectora (NCL) y de sus gustos
temáticos personales. El lema de “a cada uno según sus necesidades y de cada
uno según sus posibilidades” tiene sentido en lo que a la tarea de leer se
refiere, pues la libertad de elegir se
delega en el alumno, quien dispone de un buen número de lecturas que
previamente el profesor ha explicado. Es imprescindible la creación de una
Biblioteca de Aula, un espacio que anualmente se irá enriqueciendo con las
aportaciones, entre otras, de los alumnos.
Frente
a la habitual inclusión en el programa de cada curso de la ESO de un bloque de
lecturas “obligatorias” con el que se pretende fomentar el gusto por la
lectura, resulta interesante reflexionar sobre una experiencia que he llamado La Ruleta de la Lectura, y que, a mi
juicio, tiene algunos beneficios:
1. Cada alumno compra solamente un libro, que presta durante todo el curso escolar
a la Biblioteca de Aula.
2. El alumno
propietario de ese libro ha de justificar por qué es bueno o malo su libro,
razonar por qué se lo recomendaría a un amigo, etc. Se favorece así la expresión oral.
3. Los alumnos disponen
de treinta títulos y deben leer como
mínimo dos; se deja tiempo de clase para leer. Por leer más libros se les
recompensará con cualquier sistema de
mejora de la nota, pues todo esfuerzo ha de ser valorado. Se consigue así
que la lectura no sea una actividad extraacadémica, sino insertada en la tarea
diaria.
4. Por último, facilita
la disponibilidad inmediata de cada
ejemplar, sin depender de los habituales retrasos en la distribución de libros.
No
se puede olvidar que la obligación de leer un determinado libro produce un
rechazo (en ocasiones a todo tipo de libro) por parte del alumno. No es
aconsejable la obligatoriedad de trabajos documentados sobre lo leído, ni
comentarios de textos, ni consiguientemente una evaluación exhaustiva del libro
leído; bastará con una charla profesor-alumno o con una sucinta redacción. Una
evaluación más completa podría hacerse con la redacción de un Diario de
Lecturas que recoja pequeños resúmenes que el alumnado escribe tras cada sesión
de lectura.
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