LA SUCIA PIEL DEL MUNDO, Miguel Sánchez
Robles
Me gusta la poesía de Miguel Sánchez Robles porque es una síntesis original
de muchas fuentes: su fuerza emocional y metafórica es fruto –tal vez– de una
personalísima suma de poesía rehumanizadora (Hierro y Rosales), de algunos
poetas del 50 que atienden al aquí y al ahora, y de otros que desde la generación
del 27 hasta el presente no desprecian el valor de la imagen. Para MSR toda la
realidad es canto y dolor al mismo tiempo, y toda la realidad es materia que
puede convertirse en poema. Diría que la de MSR es una poesía
total que poetiza sobre todo. Solo así puede entenderse que sus cuentos, novelas
y ensayos respondan a una concepción poemática del acto de escribir.
Con este libro, el escritor
caravaqueño Miguel Sánchez Robles ha obtenido el VI Premio Internacional de
Poesía José Zorrilla. Cada nuevo libro de MSR despierta en mí un inmediato
deseo de adquirirlo. Enjaulado entre mis manos, noto que el libro se siente
feliz mientras deslizo el lápiz debajo de cada verso, sabedor de su valor
sensitivo y sapiencial. Sirva esta anécdota para afirmar que después de tanto
leer la poesía Miguel Sánchez Robles –toda su obra, diría–, creo que uno de los
aspectos más relevante es su acierto
al plasmar con un estilo pleno de belleza literaria el deseo de vivir más
intensamente la vida, consciente de que esta hermosa travesía resulta demasiado
breve:
“La vida es casi siempre
como un copo de nieve
que se deshace triste
o un extraño viaje
en que tus pies caminan
desnudos sobre el frío” (p. 31).
Me gusta la poesía de MSR porque
expresa magistralmente en una imagen un mundo lleno de emociones:
“Si no fuera tan cierto
este cariño triste de verme en el espejo
como mirando un barco perdiéndose en la niebla,
yo nunca lloraría,
a solas,
por la tarde,
igual que a veces tiemblan los sismógrafos” (p. 35).
Me gusta la poesía de MSR porque entre
la conciencia de la pérdida el poeta encuentra la salvación precisamente en la
poesía:
“La poesía es mi iglú de la vigilia
y también compasión
(…)
La poesía te salva.
La
poesía te dice:
“Soy tu propio dolor.
“Soy tu propio dolor.
Déjame
amarte” (p. 13).
Me gusta la poesía de MSR porque
la escritura puede llegar a ser un instrumento terapéutico que aporta sentido a
la existencia:
“Escribo para que me quieran
y quererme a mí mismo yo también,
porque es como enviar mensajes en una botella
o estar tocando un oboe en medio del desierto.
(…)
Escribo para saber cómo funciona el ser humano
y porque la vida sin escribir me parece un desperdicio
y porque la vida en general
se parece mucho a paseos en línea recta
que no llegan a ninguna parte.
(…)
Escribo para ser” (p. 44).
Los dos últimos versos del libro
expresan el sentido que concede al acto de escribir poesía: “Y es por ello tal
vez / que escribir un poema se parece a salvarnos” (p. 79).
Me gusta la poesía de MSR porque
ofrece una hermosa síntesis de elegía y celebración, como si los versos
brotaran de la tristeza y la alegría juntamente (“Adoro esta elegía de vida sin
porqué”):
“Es algo que sucede muchas veces:
Una zona de ti se vuelve pena.
(…)
Una parte de ti quiere llorarte.
Una parte de ti te besaría.
Es un ángel de sed,
parece lluvia
o un eclipse parcial del
corazón” (p. 36).
Me gusta la poesía de MSR y en
especial La sucia piel del mundo
porque es un libro atrevido, necesario, diferente, contemporáneo, con el que su
autor manifiesta el desencanto (“desistimiento”) con el mundo, expresa con
emoción cómo viven los desheredados (en magníficos poemas como “Para que el
mundo duerna”, “Oblación de la carne” o “Martini”) o cómo vivimos todos
nosotros muriendo un poco cada día, viviendo algo cada día…
Me gusta la poesía de MSR porque
es un faro que señala la tristeza que existe en el mundo, una conciencia moral
ante las injusticias, un “compromiso social” y poético que no renuncia jamás a
la belleza literaria:
“Dios te salve, criatura,
cuyos ojos me miran
como azules palomas espantadas.
(…)
Yo lloro por la nada
de tu carne tan blanca,
ninfa de carretera,
muchacha a quien escribo
estas breves palabras
como un beso en la frente,
muchacha que respiras
como a un animal triste
que no redimirá la humanidad” (p. 41).
También dirige la mirada a una
mujer africana: “Tienes la piel muy negra / y las piernas delgadas. / Vendes
cosas baratas / arrastrando tu alma por la arena” (p. 46).
Me gusta la poesía de MSR porque elabora
versiones coetáneas de los tópicos literarios. El “vanitas vanitatis” se
expresa impecablemente en el poema que contienen estos versos: “Nada ocurre en
la vida / que no esté destinado al fuego de los fósforos”. El “tempus fugit” se
cifra en versos así: “Las semanas, los días / son como burbujas / de un
refresco carbónico”. Y el amor, cómo no, también asoma: “Y yo pienso en tu boca
/ como un mapa de luz / sobre la niebla”.
Lean estos versos de belleza
impura, de compasivo humanismo. Y léanlo a sabiendas de que nadie escribe como
Miguel Sánchez Robles, porque tiene una voz y un mundo propios, una voz poética
hermosa y emotiva, una voz necesaria.
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