sábado, 13 de octubre de 2018







LA SUCIA PIEL DEL MUNDO, Miguel Sánchez Robles

Me gusta la poesía de Miguel Sánchez Robles porque es una síntesis original de muchas fuentes: su fuerza emocional y metafórica es fruto –tal vez– de una personalísima suma de poesía rehumanizadora (Hierro y Rosales), de algunos poetas del 50 que atienden al aquí y al ahora, y de otros que desde la generación del 27 hasta el presente no desprecian el valor de la imagen. Para MSR toda la realidad es canto y dolor al mismo tiempo, y toda la realidad es materia que puede convertirse en poema. Diría que la de MSR es una poesía total que poetiza sobre todo. Solo así puede entenderse que sus cuentos, novelas y ensayos respondan a una concepción poemática del acto de escribir.
      Con este libro, el escritor caravaqueño Miguel Sánchez Robles ha obtenido el VI Premio Internacional de Poesía José Zorrilla. Cada nuevo libro de MSR despierta en mí un inmediato deseo de adquirirlo. Enjaulado entre mis manos, noto que el libro se siente feliz mientras deslizo el lápiz debajo de cada verso, sabedor de su valor sensitivo y sapiencial. Sirva esta anécdota para afirmar que después de tanto leer la poesía Miguel Sánchez Robles –toda su obra, diría–, creo que uno de los aspectos más relevante es su acierto  al plasmar con un estilo pleno de belleza literaria el deseo de vivir más intensamente la vida, consciente de que esta hermosa travesía resulta demasiado breve:

“La vida es casi siempre
como un copo de nieve
que se deshace triste
o un extraño viaje
en que tus pies caminan
desnudos sobre el frío” (p. 31).

      Me gusta la poesía de MSR porque expresa magistralmente en una imagen un mundo lleno de emociones:

“Si no fuera tan cierto
este cariño triste de verme en el espejo
como mirando un barco perdiéndose en la niebla,
yo nunca lloraría,
a solas,
por la tarde,
igual que a veces tiemblan los sismógrafos” (p. 35).

      Me gusta la poesía de MSR porque entre la conciencia de la pérdida el poeta encuentra la salvación precisamente en la poesía:

“La poesía es mi iglú de la vigilia
y también compasión
(…)
La poesía te salva.
La poesía te dice:
“Soy tu propio dolor.
Déjame amarte” (p. 13).

      Me gusta la poesía de MSR porque la escritura puede llegar a ser un instrumento terapéutico que aporta sentido a la existencia:

“Escribo para que me quieran
y quererme a mí mismo yo también,
porque es como enviar mensajes en una botella
o estar tocando un oboe en medio del desierto.
(…)
Escribo para saber cómo funciona el ser humano
y porque la vida sin escribir me parece un desperdicio
y porque la vida en general
se parece mucho a paseos en línea recta
que no llegan a ninguna parte.
(…)
Escribo para ser” (p. 44).

      Los dos últimos versos del libro expresan el sentido que concede al acto de escribir poesía: “Y es por ello tal vez / que escribir un poema se parece a salvarnos” (p. 79).

      Me gusta la poesía de MSR porque ofrece una hermosa síntesis de elegía y celebración, como si los versos brotaran de la tristeza y la alegría juntamente (“Adoro esta elegía de vida sin porqué”):

“Es algo que sucede muchas veces:
Una zona de ti se vuelve pena.
(…)
Una parte de ti quiere llorarte.
Una parte de ti te besaría.
Es un ángel de sed,
parece lluvia
o un  eclipse parcial del corazón” (p. 36).

      Me gusta la poesía de MSR y en especial La sucia piel del mundo porque es un libro atrevido, necesario, diferente, contemporáneo, con el que su autor manifiesta el desencanto (“desistimiento”) con el mundo, expresa con emoción cómo viven los desheredados (en magníficos poemas como “Para que el mundo duerna”, “Oblación de la carne” o “Martini”) o cómo vivimos todos nosotros muriendo un poco cada día, viviendo algo cada día…
      Me gusta la poesía de MSR porque es un faro que señala la tristeza que existe en el mundo, una conciencia moral ante las injusticias, un “compromiso social” y poético que no renuncia jamás a la belleza literaria:

“Dios te salve, criatura,
cuyos ojos me miran
como azules palomas espantadas.
(…)
Yo lloro por la nada
de tu carne tan blanca,
ninfa de carretera,
muchacha a quien escribo
estas breves palabras
como un beso en la frente,
muchacha que respiras
como a un animal triste
que no redimirá la humanidad” (p. 41).

      También dirige la mirada a una mujer africana: “Tienes la piel muy negra / y las piernas delgadas. / Vendes cosas baratas / arrastrando tu alma por la arena” (p. 46).
      Me gusta la poesía de MSR porque elabora versiones coetáneas de los tópicos literarios. El “vanitas vanitatis” se expresa impecablemente en el poema que contienen estos versos: “Nada ocurre en la vida / que no esté destinado al fuego de los fósforos”. El “tempus fugit” se cifra en versos así: “Las semanas, los días / son como burbujas / de un refresco carbónico”. Y el amor, cómo no, también asoma: “Y yo pienso en tu boca / como un mapa de luz / sobre la niebla”.
      Lean estos versos de belleza impura, de compasivo humanismo. Y léanlo a sabiendas de que nadie escribe como Miguel Sánchez Robles, porque tiene una voz y un mundo propios, una voz poética hermosa y emotiva, una voz necesaria.

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