LA TIERRA EN SOMBRA, Alejandro López Andrada
Una grata sorpresa me ha supuesto la lectura de este libro. Cada una de
las cuatro partes en las que se estructura este poemario presenta leves
modificaciones temáticas, y digo leves porque en todo el libro prevalece una
misma mirada de asombro hacia la naturaleza, una contemplación siempre
admirativa, donde el poeta inserta su vivir: “La escarcha teje un lienzo de
armonía / sobre la línea parda / de los campos. (…) ¿A dónde voy / si dentro de
esta luz sólo hay cansancio?”.
Leo este poemario al azar y en
cada página me sorprende una imagen o un tema tratado delicadamente. Mi primer
acercamiento al libro es aleatorio a la esperar de encontrar el momento de leerlo
de manera ordenada, tal y como lo dispuso su autor. Y por eso me alegra
encontrarme el siguiente poema y admirar cuánta delicadeza hay en él:
RESPLANDOR
Se abría un sendero blanco.
Los jazmines
volaban como láminas de nata.
Las niñas, con sus lánguidos diábolos,
saltaban sobre el tiempo.
Olía a esperanza.
Sentado,
como un hortelano gris,
en la ladera, el pueblo descansaba.
Había un dolor
de arcilla en los tejados,
un resplandor de nieve en las campanas.
Todo
tiende a la pureza, concretada en un campo semántico de blancura: “jazmines,
nata, blanco, nieve”. Y con estas palabras cargadas de esperanza, pareciera que
los jazmines y las niñas vuelan sobre el tiempo. Personificaciones y una bella
comparación invitan a una demorada relectura.
En otros poemas, los instantes son
captados con palabras sutiles y fotográficas:
Estar en casa y contemplar la luz
como una aguja de oro
hilando el tiempo,
sentir la bruma dulce
de una voz
dictándome el rumor de la inocencia.
Y en otro momento, afirma:
La niebla baja ya por la cañada
como una gasa tenue.
Hay todo un recital retórico
concretado en bellas metáforas y recurrentes personificaciones. Métricamente, los versos tienden al
clasicismo que se logra con los heptasílabos y los endecasílabos, siempre
rítmicos, aunque también hay versos libres. Sorprende cierta recurrencia de
algunos encabalgamientos, decididos sin duda por la búsqueda de un ritmo personal
siempre conseguido, como sucede en el poema que cierra este magnífico libro:
LAS SOMBRAS
Sólo
nos queda el llanto de la tierra
mordida
por las sombras
y un
sendero
para
volver a casa. Nada más
que un
vértigo de nubes
y el
misterio
de
contemplar la infancia detenida,
dormida
bajo el báculo del tiempo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario