LA SANGRE DE
LOS LIBROS, Santiago Posteguillo
Los seguidores de este
magnífico escritor de novelas históricas (“La trilogía de Escipión” y “La
trilogía de Trajano” ) harían bien en leer esta treintena de pequeños artículos
que recrean momentos intensos y curiosos de los autores y los libros esenciales
de la literatura universal. La sangre de
los libros sigue la senda de otro libro anterior que ya fue reseñado en
este blog, La noche en que Frankenstein
leyó el Quijote, pero hallamos en él más anécdotas y libertad creadora, en
la medida en que tienen cabida ágiles diálogos y perfectas ambientaciones,
rasgos, entre otros, que revelan que estamos ante un escritor dotado del don de
contar historias. Y eso no es nada fácil.
Santiago Posteguillo propone un recorrido a través de la literatura
viva, la que ha leído, recomienda y quiere compartir. Ensalza la labor de
Petrarca no sólo como poeta sino como “salvador” de documentos básicos de la
antigüedad grecorromana; se refiere a la cruenta muerte de Séneca (“como
filósofo digo ahora verdades, mientras que antes, como político, mentía muchas
veces”); recrea la búsqueda por parte de los hijos de Dante de los cantos finales
de la Divina Comedia; se divierte –y
se nota– con las peripecias amorosas del osado Lope de Vega–, para quien “la
poesía es pintura de los oídos, como la pintura poesía de los ojos”–; se
refiere también al atrevido
Quevedo, quien es capaz, a través de un calambur, de inmortalizar un insulto a
la reina consorte Mariana de Austria: “Entre el clavel y la rosa, su Majestad escoja”; vincula las muertes de A.
Punskin en un duelo con el suicidio de E. Salgari; narra la muerte de Bécquer y
la peculiaridad poética de Emily Dickinson; elogia la labor de Fernando Pessoa
y lo sitúa al nivel de Shakespeare al reconocer que los sonetos del portugués
no son inferiores a los del autor inglés; y revela curiosidades sobre Robert Graves,
Dionisio Ridruejo y Blasco Ibáñez, este último contratado por el Presidente de
la República francesa para la creación de una novela –Los cuatro jinetes del Apocalipsis– con la que pretende implicar a
los EE.UU. en la primera guerra mundial a favor de Francia.
Convencido estoy de que queda mucho por hacer para que el libro y la
lectura –avasallados por la tiranía de lo audiovisual– alcancen el lugar que
requieren en la formación integral de los hombres. Ya decía Pedro Salinas que
la mejor forma de contagiar la lectura es poner en contacto a los lectores –a
los jóvenes lectores– con los buenos libros. No cabe duda de que el paso del
tiempo ha seleccionado unos títulos esenciales, y de que pocos como Santiago
Posteguillo sienten vivamente cómo la literatura corre por sus venas.
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