UNOS DÍAS DE INVIERNO, Antonio Moreno
Cuando camino con Antonio
Moreno, vuelvo a casa enriquecido: el afecto calmo que desprende se adhiere al
caminante que va a su lado. Unas veces son las palabras que como polen empapan
el alma; otras son los silencios que se pliegan hasta hacerse necesarios.
Hablamos de todo un poco, la mayoría de las ocasiones de cosas
nimias; escucho su juicio ponderado; noto que se alegra de lo que le cuento
tanto como yo me alegro de sus asuntos.
Me gusta que el encuentro surja de manera imprevista, que no existan
fechas señaladas, que la vida ponga la cita cuando quiera. Suelo, así se lo
digo, leer algo suyo antes de verle. Entonces, entro en mi despacho y escojo al
azar un libro. Esta vez releí un texto (“El baño”, de Partes de un todo), que Antonio publicó en 1999 y del que hace años
escribí una reseña que pronto mostraré en esta bitácora. Me gustó leerlo de
nuevo porque mi amiga Carolina me habló de él con entusiasmo mientras compartíamos
un breve paseo por la playa en Santa Pola.
Me despido de Antonio con un abrazo. De vuelta a casa voy leyendo el
libro que me ha regalado, Unos días de
invierno. Son haikús, tres versos que iluminan la vida con una imagen, un
pensamiento, qué sé yo. Son hermosos, frágiles, luz en la penumbra que a veces
nos rodea. En su dedicatoria, me alegra mucho que siempre repita tres palabras:
Reme, Julián y amistad. Y antes de llegar a los poemitas, leo también con alegría
el nombre de Bárbara. La vida se sucede como siempre, como nuestra vieja
amistad de siempre.
TODO el sol tiembla
en la cresta del gallo
que pisa el huerto.
*
RIEGO la planta
que tú me diste un día.
Pero no estás.
*
TABARCA flota
quieta en el horizonte.
Mi tiempo pasa.
*
¡SON tantos cielos
los que contempla un charco
mientras se seca…!
*
CASI te piso,
caracol del camino,
rey de lo frágil.
*
¿A qué jugaba
en su niñez quien hurga
en la basura?
*
UN bien, mi tiempo,
esto que ahora mismo
está ocurriendo.
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