sábado, 7 de septiembre de 2024

 





                        MALAS COMPAÑÍAS, Juan R. Barat 


Me ha gustado mucho este libro de poemas de Juan Ramón Barat, que recibió en 2005 el XVII Premio de Poesía “Blas de Otero”, organizado por el Ayuntamiento de Majadahonda. Lo compré en una librería de lance, mientras paseaba con mi hijo por las sombreadas calles del centro de la bella Murcia. De regreso, en el tren me puse a leerlo, y me reafirmé en lo que ya sabía: que este polifacético y prolífico escritor acierta en todos los géneros. Puedo dar fe del éxito que tiene no solo como escritor de novelas juveniles, autor teatral o escritor de novelas históricas, sino también como poeta, pues muchos de sus libros han obtenido importantes premios y muchos de sus poemas gozan de mi sincera admiración.

Malas compañías contiene un ramillete frondoso de buenos poemas. Son versos que sobresalen, unas veces por su concisión expresiva, por el acierto del tono, por su variedad temática muy cercana a su autobiografía (“Las gafas”, un buen ejemplo de poema narrativo pleno de emoción), y otras por una acertada selección de asuntos cotidianos que reflexionan sobre la fugacidad de la vida y la evocación de la niñez (“Pavana para un infante difunto”), entre otros asuntos. Llama mi atención la brevedad de algunos poemas muy hermosos, con títulos originales (“Dirección asistida”, “Agua sin gas”), que expresan muy bien las emociones humanas. Un emotivo poemario.


MALAS COMPAÑÍAS


Cuando la muerte escupe

contra el rostro de alguien a quien amas,

algo de su veneno acaba salpicando

para siempre tu vida.

Desde ese instante el mundo se convierte

en una irrepetible extravagancia,

el tiempo en un expolio,

en un perverso fraude la existencia.



MEDIANOCHE


Acabo de apagar

las luces de la casa.

He cerrado la puerta

y la llave del gas.

He tapado a los niños

con el cálido embozo y tiernamente

he besado su frente candorosa.

Mi mujer se ha dormido

sin apagar el flexo

con el libro entreabierto entre las sábanas.

Un espeso silencio se ha posado

como sombra sutil sobre la casa.

Feliz y desvelado

me he asomado al balcón

a contemplar la noche.

Puedo escuchar la música

lejana de la lluvia,

el murmullo del parque

con hojas amarillas en los charcos.

En el cielo otoñal

resplandece la nieve

redonda de la luna.

La transparente brisa 

de la noche me trae

el ingrávido olor de los jazmines.

Me dejo penetrar

hasta la misma médula del alma.

La hermosa plenitud de este momento

que nunca más habrá de repetirse

me sorprende llorando

frente a la luz azul de las estrellas.



LA PALOMA


Al pie de los rosales,

en medio del jardín 

encontré la paloma desangrándose.

Era blanca y tenía

atrapada en sus ojos

la luz del horizonte.

La tomé entre mis manos con ternura

y sentí que el latido

de su cálido pecho

lentamente escapaba.

Tibio temblor la vida

que mis dedos heló la muerte oscura.

Con la inútil pregunta

en su retina helada,

sus ojos se quedaron para siempre

clavados en los míos.



PAVANA PARA UN INFANTE DIFUNTO


Era un niño. Murió

una tarde lejana

de la que nada guardo

en mis evocaciones.

Recuerdo que tenía una expresión

permanente de júbilo y los ojos

anegados de luz.

Era un niño dichoso por los cuatro

costados cardinales de su alma.

Yo no pude salvarlo.

Lo maté administrándole

pequeñas dosis cotidianas

de sentido común.

Hoy de nada me sirve

dedicarle estos versos.

Ni las lágrimas tontas que he vertido 

sobre la lápida que cubre su memoria.

Sé que nunca mi vida

ha de estar a la altura de su muerte.

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