lunes, 19 de agosto de 2024

 




                    SABIDURÍA DE UN POBRE,  Éloi Leclerc



He intentado, en la medida de mis posibilidades, ser un lector de amplia visión, sin ideas preconcebidas, y predispuesto a leer libros de distintos géneros y de diversa calidad literaria, desde los títulos de culto que me han deslumbrado durante mi carrera docente hasta otros libros carentes de aciertos estilísticos, esos que llaman best sellers y andan en boca de todos. No es una virtud, es una forma de curiosidad intelectual, una proclamación de la libertad y del goce de leer.

Y he aquí que me he sumergido, con los calores del estío, en un libro que indaga en la serena espiritualidad de Francisco de Asís (il poverello d’Assisi). Y lo he leído, fundamentalmente, por dos razones. Primero, porque durante la EGB fui alumno del colegio Franciscanos de Alicante, y esos años han dejado en mí un imborrable poso formativo, quizá una forma de estar en el mundo. Y, segundo, porque mi tío Pedro Ruiz –un gran aficionado a la poesía mística– pertenece a esa orden, que entre otras cosas alienta una idea de armonía del hombre con la naturaleza y el resto de los seres vivos. Con esta lectura he querido tributarle un sencillo homenaje y acercarme un poco a los principios que rigen esa orden antaño mendicante y hoy en vías de extinción. Además, recuerdo que en alguna ocasión me habló de este libro escrito por Éloi Leclerc, un franciscano nacido en la Bretaña francesa, pero ha sido ahora cuando he decido incorporarlo a mi bitácora de lecturas. 

Leído a estas alturas de mi vida, me parece un libro muy sencillo, sin pretensiones literarias, que refleja con una narración lineal las vicisitudes de Francisco de Asís para poner en pie su incipiente orden. La figura de Clara será un apoyo determinante para que el futuro santo no desfallezca de su noble propósito. Pero ¿qué se propone el autor con su empeño de narrar un momento esencial en la vida de Francisco de Asís? En esencia, demuestra que el franciscanismo es una opción de vida que ha de estar regida por unas pocas ideas: procurar el bien y la paz; vivir sin opulencias, más bien en la pobreza y en la renuncia de los bienes materiales; practicar la noble amistad y defender la naturaleza, porque en toda ella hay signos de la grandeza de Dios.

Acabo de escribir este nombre en mayúsculas y reconozco que esas ideas tan nobles y humanas son, en gran parte y desgraciadamente, incompatibles con los valores dominantes en la sociedad actual.

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