VIAJE A LA ALCARRIA, Camilo José Cela
En ocasiones, las excentricidades biográficas de un autor pueden sepultar sus méritos literarios. Algo de eso le sucede a Camilo José Cela (1916-2002). Que en cada entrevista tuviera alguna salida de tono ha contribuido a que se tenga de él una visión deformada, y a que no se ponga el acento en lo realmente importante: su obra. Cada cual tendrá sus preferencias, pero recuerdo las cinco novelas que me gustaron: Viaje a la Alcarria, Pabellón de reposo, Mrs Caldwell habla con su hijo, La familia de Pascual Duarte y La colmena.
Esta obra apareció en 1946, muy cerca de la siniestra guerra civil, que en ningún momento menciona el autor, pues su propósito es otro: crear una novela de viajes. Releída ahora en la misma edición que compré cuando tenía dieciocho años, advierto que no solo ha pasado el tiempo, sino que la valoro como un documento fidedigno y hermoso, aunque sospecho que para un joven lector no avezado pueda ser algo parecido a un documento arqueológico. Sin embargo, hay que insistir en sus cualidades: el detalle realista de cuanto se narra; el ocasional lirismo en la descripción de los paisajes; algún análisis de costumbres; la recurrente alusión a los niños, tratados con cariño y, a veces, con cierta mirada compasiva (p. 73); los ágiles diálogos y una gran variedad de personajes que confieren amenidad.
Abro al azar mi deteriorado ejemplar de la Colección Austral y copio uno de los muchos párrafos que hace años subrayé:
El viajero prefiere dormir bajo el recuerdo de una última sensación agradable: una cigüeña que vuela, un niño que se chapuza en el restaño de un arroyo, una abeja libando la flor del espino, una mujer joven que camina, al nacer del verano, con los brazos al aire y el pelo suelto sobre los hombros (p. 40).
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