lunes, 2 de noviembre de 2020

 

 

LA HORA DEL JARDÍN, José Luis Parra

 



 

 

La poesía de José Luis Parra te regala, juntamente, el delicado temblor de la belleza y la corrosiva conciencia de la pérdida. Y en medio, un abanico de temas constantes tratados con sutiles variaciones. Esta poesía directa, honda y auténtica no deja indiferente al lector, no puede dejarlo, máxime cuando este intuye la autenticidad que hay en sus versos, escritos con la verdad de quien no concibe otra vida que no sea poética: “él vivía para componer poemas (…), aferrado a su inagotable necesidad de escribir en cualquier pedazo de papel”, dice Susana Benet, responsable de la selección y del prólogo de estos poemas póstumos que edita Renacimiento y que sirven para mostrar la coherencia de la producción de José Luis Parra (Madrid, 1944-Valencia, 2012).

         Estructurado en dos partes –“Diario de un romántico” (1977-2006) y “La hora del jardín” (2006-2012)–, este libro saca a la luz magníficos poemas, que abordan los temas esenciales de su poesía. El júbilo de la dicha (“Duerme ahora; reposa, generoso / amor hasta que el sol esté bien alto, / mientras yo salgo a la temprana calma / de una mañana de domingo”, pág. 18) convive con el pesimismo existencial (“¡Ya tengo todo el tiempo / para el sol de la muerte!”, p. 47); el afán de claridad y la delicadeza (“El vaso de agua fresca, / bebido con fervor poco antes de acostarme, / guarda la luna inocente de una terraza, / los grillos del verano, / un rocío pequeño, una acendrada luz…”, p. 40), la belleza de un canto hímnico por un instante gozoso del día (“Nunca está más presente / la primavera, / ni la vida parece más amable / y entregada, más fértil / en dones y futuro, / que respirando el canto de los pájaros / y oyendo crecer la hierba / un buen día de sol / en pleno invierno”, p. 50), la muerte intuida muchas veces a la vuelta de la esquina (“Y la congoja, / la fiel melancolía, / humedecerán mi alma / cuando a cruzar comience / los pálidos parajes silenciosos / sin la mano en mi mano / de una mujer”, p. 69), y siempre la amistad en la que creyó y tanto necesitó para compartir sus versos (“Navegar con vosotros, mis leales amigos, / ése ha sido mi orgullo, ésa mi gloria”, p. 70).

         Tiene uno la sensación de que la vida sorprende siempre y pone en nuestro itinerario lector, por azares diversos que no vienen al caso, libros como este, que muestran la belleza poética e instalan en el ánimo del lector una cierta zozobra.

 

BUEN PROVECHO

 

DEJEMOS que la vida nos cocine

a fuego lento

y no nos queme.

Si somos un menú para la muerte

que encuentre nuestra mesa dispuesta y ordenada,

servidos y en su punto

el orgullo, la entereza,

y venga cuando quiera la bulímica insaciable

y nos engulla y se enriquezca.


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