jueves, 1 de octubre de 2020

 

 



 

EL NÁUFRAGO METÓDICO (Antología), Luis Rosales

 

He leído esta amplia antología de la obra poética de Luis Rosales y me resulta complejo decir unas palabras convincentes sobre su poesía. Ínclitos estudiosos han dedicado su vida ello, y las mías quedarán, sin querer, en un inadmisible reduccionismo, si bien las alienta un afán de reivindicar su magna y ambiciosa obra. En cualquier caso, la poesía de Luis Rosales, creada con la lentitud y reelaboración propias de quienes entienden la Obra Poética como un todo en marcha (al modo de Juan Ramón, Pedro Salinas y tantos otros), se caracteriza, temáticamente, por un realismo transcendente y emotivo, que ahonda en lo humano, lo familiar y en el valor salvífico del recuerdo. Formalmente, la evolución es más acusada: si su primer libro (Abril, 1935) se incluye en la nómina de posguerra vinculada al clasicismo, La casa encendida (1948, 1967) y La carta entera (1984) muestran una libertad formal que ya anticiparon Rafael Alberti (Sobre los ángeles) y Pablo Neruda (Residencia en la tierra), hasta llegar a El contenido del corazón (1969), obra que se inserta en la tradición de la mejor prosa poética. Esta evolución formal y temática responde a la alta exigencia poética que manifiesta Rosales, hecho que le lleva crear una poesía fronteriza, que transciende la tradicional clasificación estanca de los géneros. De ahí, que las figuras retóricas estén al servicio de una poesía que tiende al desbordamiento formal y afectivo: prosopopeyas (“Mientras los barcos llevan tu ternura en el ancla”), abundantes comparaciones (“Mi palabra será como un golpe de arado”, “cuando la noche comenzaba a cerrarse como un párpado sobre el / mundo”), imágenes (“vivir es asombrarse  / ante el cielo y la espiga…”), un uso de estrofas de metros clásicos (décima clásica, silvas, etc.) y también un discurso poético cercano a los postulados formales de las vanguardias.

Es completísimo el mosaico poético que ofrece esta antología. Familiarizado con los poemas narrativos de La casa encendida (1949 y 1967), la lectura de Rimas (1951) y las prosas de El contenido del corazón (redactado en 1940 y publicado con ampliaciones en 1969 y 1978) me descubren facetas muy interesantes de un poeta al que siempre he vuelto con lecturas fragmentarias e incompletas. También me sorprenden los poemas de Canciones (1973), cercanos a la sentencia y a la greguería (no en vano el libro está dedicado a Antonio Machado y a Ramón de la Serna), así como una nueva intensidad poética reconocible en su último libro Diario de una resurrección (1979), donde sobresalen poemas narrativos que son, a mi juicio, tan desvaídos como ambiciosos, y en los que se acentúan el sentimiento, lo narrativo y cierto surrealismo humanístico.

         El documentado prólogo escrito por Luis García Montero no solo sitúa la obra de Luis Rosales entre las más importantes del siglo XX, sino que, sobre todo, explica su coherente evolución creativa: “Lo que conviene señalar es que Luis Rosales cumple en su poesía un itinerario de rehumanización. Este es el impulso que tensa el arco de su obra a lo largo de los años, los momentos históricos, las realidades personales y los matices de sus libros (p. 50)”. 

         Una poesía, por lo general, acumulativa en lo formal, y humanamente desbordante en lo temático; una poesía donde se renuncia a la concisión para dar cabida a otros hallazgos expresivos; una propuesta poética que pudiera ser el abrevadero para nuevas voces y, tal vez, para nuevos enfoques estéticos. Una obra interesante para quienes estén dispuestos a adentrarse en un mundo poético intenso y desigual.

Mas llego al final de libro con un sentimiento antitético de entusiasmo y duda tras la lectura de un antología desigual, que muestra poemas excelsos y otros en los que “lo poético” se desvanece. Confío en que un lector atento disfrute dejándose llevar por su gusto, pero quiero recomendar –aparte de los que a continuación copio– algunos de los poemas que prefiero: “El mundo es nuestra herencia”, “Ciego por voluntad y por destino”, “La fisura” y “Palabras para algo más que un dolor”, entre otros muchos. En cualquier caso, la obra de Luis Rosales sigue teniendo para mí un enorme atractivo.

 

AUTOBIOGRAFÍA

 

Como el náufrago metódico que contase las olas

que faltan para morir,

y las contase, y las volviese a contar, para evitar

errores, hasta la última,

hasta aquella que tiene la estatura de un niño

y le besa y le cubre la frente,

así he vivido yo con una vaga prudencia de

caballo de cartón en el baño,

sabiendo que jamás me he equivocado en nada,

sino en las cosas que yo más quería.

 

 

SOMBRAS

 

A Francisca Aguirre

 

Quizás la perfección no se completa

sin olvidar.

                  El labio

está diciendo un beso como el ciego

no tiene en el mirar más luz que el llanto.

Ya ha atardecido el corazón.

                                            Las sombras

son altas. Van despacio,

maternales, ¿recuerdas?

como llevando al cuerpo de la mano.

Ya la sonrisa está en su puesto; sabe

que era un don y pasó;

sabe que estamos

más cerca cada vez de destruirnos,

más juntos, maniatados,

a un sueño en que se llora,

                                       en que descansa

el corazón llorando.

 

(De Rimas, 1951)

 

 

 


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