sábado, 17 de octubre de 2020

 

 

 

6 SEIS 6, Ramón Bascuñana

 



 

 

Este libro es un poemario valiente, crítico, emotivo, despojado, auténtico. Llevo años leyendo con interés la obra de Ramón Bascuñana, y tanto sus libros de poemas –Los días del tiempo, Apariencia de vida, entre otros– como sus cuentos –Lectores compulsivos y Todas las familias infelices– siempre han dejado en mí un grato recuerdo.

         Despojado del corsé de muchas cosas (retórica, palabras consideradas poéticas, puntuación, mayúsculas…), Ramón Bascuñana se deja llevar, a corazón abierto y sin sensiblería, por la senda de la autenticidad, de su íntimo presente convulso y de los sucesos cotidianos que le afectan.

Estructurado en tres partes, cada una de las cuales contiene a su vez seis poemas, el poeta desarrolla los temas que le acucian: el paso del tiempo, las trampas de la vida, la vejez inexorable y cruel que atenaza al padre, la abnegada entrega de la madre, la denuncia social ante tantas injusticias, el sinsentido de las guerras, el dolor que nunca cesa… Y, al mismo tiempo, la crítica que subyace en este discurso poético posee una contenida y despojada elegancia, que aleja al poema de la plana denuncia.

         En el poema que abre el libro, “Estado de desánimo”, ofrece algo así como un ajuste de cuentas personal:

 

hoy tengo el cuerpo roto en mil pedazos

y ya me da lo mismo cualquier cosa

porque no siento más que la tristeza de estar vivo

y el lento palpitar de un corazón cansado

que ve pasar los días los meses y los años

y no encuentra sentido a casi nada

 

porque la vida es siempre casi nada

 

         En otros poemas R. Bascuñana expresa el desamparo ante la escasa conciencia cívica que observa (“y solo nos queda en la mirada impotencia”); y ante los abusos en un mundo lejano y cruel, lleno de injusticias, que no le es ajeno: “ha muerto el último pediatra de alepo / se llamaba mohammed wasim moaz / y nunca podrá cumplir los treinta y siete años”. Esta solidaridad con el desprotegido le lleva a denunciar el dolor irracional del fundamentalismo religioso que anula la libertad, hasta el punto de solidarizarse con las niñas ultrajadas en África: “mis versos las rescatan a modo de epitafio”. E insiste, como ya se ha dicho, en la desolación que supone la vejez: “nadie les avisó / del precio que se paga por la vida / cuando nos vertimos en despojos”.

         En la aparente sencillez de estos versos se esconde mucho oficio de poeta y una acerba crítica ante la vigencia del odio al diferente, porque el odio “es un material pesado repleto de impurezas”. Y ante tanta incomprensión, el discurso se tiñe de un pesimismo que revela una concepción nihilista de la existencia:

 

porque la vida es un estercolero

somos los desperdicios de la vida

la carroña de un cuerpo que se pudre

mientras el buitre de la muerte espera

devorar nuestros restos

al borde del camino

 

         Ya he aludido al despojamiento verbal, a su decir desnudo y directo, a la agradabilísima lectura de unos rítmicos versos casi siempre heptasílabos y alejandrinos, en los que sorprenden escasas pero logradas imágenes (“morir no es importante / al final solo importa el azul de la vida / … y aceptar la tristeza / la insólita tristeza de vivir como somos”) y algunas comparaciones y anáforas que traigo testimonialmente a colación:

 

o como si se quebrasen ramas secas de un árbol desgajado

o como si la melancolía del porvenir no tuviese importancia

y la sangre no tuviese importancia

y la vida no tuviese importancia

 

         Insisto: este libro es un poemario valiente, crítico, emotivo, despojado, auténtico.


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