sábado, 13 de junio de 2020




               POEMAS ESCOGIDOS, Juan Ramón Jiménez




Con esta nueva lectura de la poesía de Juan Ramón Jiménez (Moguer, 23 de diciembre de 1881-San Juan de Puerto Rico, 29 de mayo de 1958), reivindico la necesidad de leer o releer a nuestros clásicos. Y surgen dudas sobre la idoneidad de los actuales programas educativos, que reducen la enseñanza de la Literatura en aras de una excesiva atención a la sintaxis y a la morfología. Y así vamos.  Por eso, hablar de nuevo de JRJ supone reconocer que han existido escasos poetas que tuvieran la Poesía en un altar tan puro.
         Pocos como este escritor han hecho del cultivo de la Poesía una razón de ser. Asumida la herencia becqueriana, inicia la construcción de un mundo poético autónomo, pautado por una alta exigencia de su misión como escritor. De la melancolía y el ensueño románticos evoluciona al simbolismo, esa estética francesa que asumieron, entre otros, los hermanos Machado. Su conocimiento de las ideas de la Institución Libre de Enseñanza y un fugaz compromiso le llevaron al frente de la revista Helios (1903), lo que provocó uno de sus frecuentes altibajos anímicos que le obligaron a regresar a Moguer. Durante ese tiempo de reposo –hubo otros en Burdeos y Madrid–, Juan Ramón amplió su formación con la lectura de los clásicos españoles y la obra de los escritores europeos del momento. El debate entre la acción cultural y la reflexión poética –una constante en su vida– le anima a trasladarse de nuevo a Madrid, donde ingresa en 1912 en la recién estrenada Residencia de Estudiantes, un foro de difusión cultural por el que pasaron los creadores y científicos más relevantes de entonces. Es este un momento clave en su formación y en su vida, porque asume los preceptos ideológicos de la Institución Libre de Enseñanza, que luego cuajarán de alguna manera en Platero y yo (1917), y porque allí conoció a la que será su esposa y verdadero amor, Zenobia Camprubí (Malgrat de Mar, 31 de agosto de 1887-San Juan de Puerto Rico, 28 de octubre de 1956), con quien se casará en 1916.  De nuevo, la realidad social y la realidad personal pugnan en JRJ hasta el punto de decantarse cada más por la escritura de una poesía “pura” guiada por la búsqueda de la “palabra exacta”. Dan muestra de ello sus obras esenciales: Diario de un poeta recién casada (1917), La estación total (1943) y Animal de fondo (1949), entre otras. Como a Pedro Salinas, con quien compartió una profunda amistad, la Guerra Civil lo convirtió en un transterrado, un español de allende los mares, si bien tras su muerte sus restos mortales regresaron a su Moguer natal.
Valga este somero comentario que entrelaza su vida y su obra para comprender por qué en 1956 se hizo justicia con la concesión del premio Nobel a este escritor que ejerció un profundo magisterio en la poesía del siglo XX y para quien la poesía fue siempre su única razón de ser: “Todo para la obra propia, lenta y perfecta. Crearse en la obra. Morir con la confianza de nuestra eternidad en la obra” (1920).
         Requiere mención aparte aludir siquiera a la riqueza métrica y retórica de la poesía juanramoniana. Excede ese cometido el comentario breve que de inmediato concluyo, si bien diré que hay gran variedad de metros y estrofas (romances, cuartetos, sonetos en endecasílabos y en hexadecasílabos, prosa poética y hasta aforismos).
Conviene aludir a la experiencia lectora que ha supuesto esta antología. Leída y releída la poesía de JRJ desde hace ya tiempo, las nuevas aproximaciones tienen para el lector el valor añadido de comprobar cómo se perciben los textos de siempre. Sin duda hay nuevas asociaciones y significaciones, que antaño pasaron inadvertidos. Así sucede con los “poemas” de Diario de un poeta recién casado, que se yerguen con inusitada fuerza.
         Acabada la lectura de esta selección que propone el especialista Richard A. Cardwell, un sentimiento de gratitud experimenta quien ha leído y manoseado el volumen tan bien editado por Viven Vives, una editorial dirigida por el ilicitano Francisco Antón, quien con cada libro realiza una propuesta cultural que debiera transcender el reducido ámbito educativo.

         Ofrezco a continuación algunos textos seleccionados no solo de la presente antología.

I.              REMEMBRANZAS

Para Manuel Reina

Recuerdo que cuando niño
me parecía mi pueblo
una blanca maravilla,
un mundo mágico, inmenso;
las casas eran palacios
y catedrales los templos;
y por las verdes campiñas
iba yo siempre contento,
inundado de ventura
al mirar el limpio cielo,
celeste como mi alma,
como mi alma sereno,
creyendo que el horizonte
era de la tierra el término.
No veía en su ignorancia
mi inocente pensamiento,
otro mundo más hermoso
que aquel mundo de mi pueblo;
¡qué blanco, qué blanco todo!,
¡todo qué grande, qué bello!

Recuerdo también que un día
en que regresé a mi pueblo
después de largos viajes,
me pareció un cementerio;
en su mezquina presencia
se agigantaba mi cuerpo;
las casas no eran palacios
ni catedrales los templos,
y en todas partes reinaban
la soledad y el silencio.
Extraña impresión sentía
buscando en mi pensamiento
la memoria melancólica
de aquellos felices tiempos
en que no soñaba un mundo
como el mundo de mi pueblo.

¡Cuántas veces, entre lágrimas
con mis blancos días sueño,
y reconstruyo en mi mente
la visión de aquellos tiempos!

¡Ay!, ¡quién de nuevo pudiera
encerrar el pensamiento
en su cárcel de ignorancia!,
¡quién pudiera ver de nuevo
el mundo más sonriente
en el mundo de mi pueblo!

(De Alma de violeta).


II.

El cielo rosa muy pálido
es fondo dulce a los árboles
cobrizos que, allá a lo lejos,
bajo la paz de la tarde,

se van velando en la bruma
que sueña el dormido valle
del lado del río muerto
sin barcas y sin cantares.

Los árboles son de cobre,
el cielo de rosa mate,
y es tan dulce esta armonía
en la quietud de la tarde,

que el paisaje se refleja
en el remanso del valle
del corazón, como un sueño
de bosques primaverales.

Entre el misterio lejano
de los troncos de los árboles,
el humo de alguna choza
sube en la paz de la tarde.

(De Arias tristes).

III.        EL VIAJE DEFINITIVO

Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros
cantando;
y se quedará mi huerto, con su verde árbol,
y con su pozo blanco.

Todas las tardes, el cielo será azul y plácido;
y tocarán, como esta tarde están tocando,
las campanas del campanario.

Se morirán aquellos que me amaron;
y el pueblo se hará nuevo cada año;
y en el rincón aquel de mi huerto florido y encalado,
mi espíritu errará, nostáljico.

Y yo me iré; y estaré solo, sin hogar, sin árbol
verde, sin pozo blanco,
sin cielo azul y plácido...
Y se quedarán los pájaros cantando.

(De Poemas agrestes).

IV.

No me tienta la gloria. ¡Sólo una vida en paz,
rica de los tesoros del amor y la lira,
en una estancia dulce, solitaria, serena,
llena de libros bellos, con flores, encendida!

Estancia adonde, a veces, la amistad se llegara,
a llamar a la puerta con mano noble y limpia,
retiro adonde, a veces, se asomara el amor
con la mirada extraviada y conmovida…

Que el lujo el rumor se queden para otros…
¡A mí me basta con mi fe en las armonías,
en una estancia plácida, alejada, callada,
llena de libros bellos, con flores, encendida!

(De Melancolía).

V.          HORA INMENSA

Sólo turban la paz una campana, un pájaro…
Parece que los dos hablan con el ocaso.

Es de oro el silencio. La tarde es de cristales.
Mece los frescos árboles una pureza errante.
Y, más allá de todo, se sueña un río límpido
que atropellando perlas, huye hacia lo infinito…

¡Soledad! ¡Soledad! Todo es claro y callado…
Sólo turban la paz una campana, un pájaro…

El amor vive lejos… Sereno, indiferente,
el corazón es libre. Ni está triste, ni alegre.
Lo distraen colores, brisas, cantos, perfumes…
Nada como en un lago de sentimiento inmune…

Sólo turban la paz una campana, un pájaro…
¡Parece que lo eterno se coje con la mano!

(De El silencio de oro).

VI.
Madrid,
17 de enero de 1916

¡Qué cerca ya del alma
lo que está tan inmensamente lejos
de las manos aún!
                                Como una luz de estrella,
como una voz sin nombre
traída por el sueño, como el paso
de algún corcel remoto
que oímos, anhelantes,
el oído en la tierra;
como el mar en teléfono...

Y se hace la vida
por dentro, con la luz inestinguible
de un día deleitoso
que brilla en otra parte.

¡Oh, qué dulce, qué dulce
verdad sin realidad aún, qué dulce!


VII.

[Tomado del sánscrito, “Saludo del alba” desconcertó, por inesperado y sorpresivo, a los lectores de Juan Ramón Jiménez, porque suponía un acentuado cambio en su trayectoria poética, además de ser una síntesis de una nueva “poética de la realidad”, que, en palabras del estudioso Javier Blasco, significará “la ruptura definitiva con el pasado y la inauguración de un tiempo nuevo para su escritura y -lo que es más significativo- para la totalidad de la lírica posterior en lengua española”].

SALUDO DEL ALBA

“¡Cuida bien de este día! Este día es la vida, la esencia misma de la vida. En su leve transcurso se encierran todas las realidades y todas las variedades de tu existencia: el goce de crecer, la gloria de la acción y el esplendor de la hermosura.
El día de ayer no es sino sueño y el de mañana es sólo una visión. Pero un hoy bien empleado hace de cada ayer un sueño de felicidad y de cada mañana una visión de esperanza. ¡Cuida bien, pues, este día!”.

(Del Sánscrito, Diario de un poeta recién casado)


VIII. AMOR

El olor de una flor nos hace dueños,
por un instante, del destino;
el sol del cielo azul que, por la tarde,
la puerta que se entreabre deja entrar;
el presentir una alegría justa;
un pájaro que viene a la ventana;
un momento del algo inesperado…

No hay en la soledad y en el silencio
más que nosotros tres
–visita, hombre, misterio–.
                                    El tiempo y los recuerdos
no son nudos de atajos.,
sino de luz y aire. Andamos sonriendo
sobre el tranquilo mar. La casa es dulce,
bellas sus vistas…
                           Y, un instante,
reinamos, ¡pobres!, sobre nuestra vida.

(De Belleza)

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