IO CHE AMO SOLO TE,
Chiara Civello-Chico Buarque
Querido Miguel:
Leí
tu libro con el entusiasmo de un joven que
descubre en los poemas un mundo que arde, un mundo rebosante de imágenes
hermosas
y sorprendentes. Iba anotando ideas, subrayando versos, componiendo la
más bella y acertada reseña que yo podía escribir sobre tu poesía, sobre
tu originalísima
escritura que en varias ocasiones he elogiado con tanta alegría. Pero no
sé
cómo, trasteando un Ipad regalado, borré el archivo en el que explicaba
las
maravillas de La vida que esperábamos.
Y me cabreé como un niño. Luego miré por la ventana de mi casa que da al río
de vivir, y sonreí. Ahora, en el silencio total de esta mañana de domingo, he decidido
escribirte esta carta que no sé dónde me lleva.
No quiero pensar que fue una travesura
de los duendes, envidiosos por el panegírico que estaba redactando, pero lo
cierto es que por arte de birlibirloque mi texto desapareció de la pantalla del
maldito Ipad (ya no volveré a tocar ese bicho), y de inmediato afloró una
angustia, que dio paso a un consuelo inesperado y sanador. Mientras escuchaba
una música de Chiara Civello y Chico Buarque que me emocionaba, pensé que tu
libro, sabiamente estructurado, analiza al hombre que vive el
presente (“Todos nosotros”), al se adentra en la niebla (“Resistencia al
espanto”) y al que se acerca a la muerte y se resiste a no vivir (“El mundo ha
comenzado a ser ceniza”). Tú, que eres experto en amapolas y corazones, bien lo
expresas: “Mirar hacia el pasado es mi futuro”.
Me entretuve, querido Miguel, en el análisis
del primer poema, “Europa después de haber llovido”, y avanzaba pletórico en la
disección de tus versos, en el gozo privado de saborear e interpretar tantas
bellas imágenes (“Adoro las piscinas con forma de riñón”), en las anáforas tan
sabiamente dispuestas, en las metáforas, en las hermosas comparaciones (“como
el temblor de un pájaro con fiebre”). No sé por qué, pero pensé que ya no
quedan filólogos que tengan tiempo para explicar tus poesías, aunque tu poesía
se explica por sí misma, con la emoción que rezuma. Ya ves, Miguel, quedan
pocos profesores que se conviertan en proselitistas de tu obra, porque están
atrapados en un canon trasnochado que los lleva a proclamar una y otra vez las
mismas palabras, absorbidos por una rutina de exámenes, de lecturas repetidas, perdidos
en un universo textual donde falta la autenticidad. Mientras tanto tu poesía
crece libre en una dimensión social (ya lo vimos en tu extraordinario La sucia piel del mundo) y en un
concepto del sentimiento cada vez más radicalmente humano, lleno de compasión
por el hombre y su finitud.
Tienes que comprender, Miguel, que me
encantaría analizar tu obra en profundidad, ser el hermeneuta que se abandona
en tus textos, pero yo también estoy en el camino y dispongo de poco tiempo y de
escasa luz para “alumbrar” tus hermosos escritos. Pero sé, como sé que esta
mañana de domingo es hermosa y azul, que quien ponga sus ojos en tus poemas
nunca se arrepentirá, saldrá renovado. Por ejemplo, podría empezar a leer y paladear estas
palabras: “La vida es esa cosa silenciosa / que yo intuyo en tu piel cuando te
pienso”; “Llorar porque vivir es no volver”; “Después de haber vivido, / hay
pájaros de fuego / ahogados en el alma”.
Aunque
admiro tu libertad creadora, plena de aciertos estilísticos, del poema que abre
el libro, “Europa después de haber llovido”, quiero reproducir otros más contenidos,
pero igualmente extraordinarios:
MIENTRAS QUE CAE LA LLUVIA
Mirar
hacia el pasado es mi futuro.
Desde
que el Tiempo es mío
y habito
en su nostalgia,
soy un
barco de fuego amarrado a tu espera,
un
triste profesor que vive solo,
ata su
corazón a una amapola
y lo
mira despacio mientras que cae la lluvia.
LA VIDA QUE ESPERÁBAMOS
Dicen
que el mundo entero
ha
comenzado a ser ceniza,
pero hoy
hace sol,
es
domingo en las flores de todas las iglesias,
la luz
es muy hermosa,
el aire
huele a limpio
y da gusto
estar vivo.
No sé si
esta es o no
la vida
que esperábamos.
Pero es
muy probable
que sí
sea el lugar.
Gracias,
Miguel.
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