“Caja de
herramientas”, La vida en ámbar,
Julián Montesinos
Ruiz
Padre, tengo tu caja de
herramientas
para clavar recuerdos
en las paredes blancas de mi
casa,
para enmarcar tu risa
en los cuadros vacíos del salón,
mientras veo tus manos
moviéndose en las mías.
Un martillo y una alcayata
sirven
para salvar tu mundo.
Son instantes tan tuyos
como todos los versos que te
escribo
para no olvidarte.
¡Quién me lo hubiera dicho!
¿Cómo podría haber sospechado
entonces
que al abrir tu caja de
herramientas
clavaría en mi vida tu recuerdo
indeleble?
Tú, que siempre me decías siendo
yo muy niño
que creara un mundo con mis
manos,
que aprendiera a mirar
los
pájaros de cerca –muy de cerca–, decías.
¿Cómo podría haber imaginado hoy
que entre los clavos hallaría
tus palabras
dormidas en el tiempo?
Tú, que eras sabio en nubes,
me enseñaste a pintar
y a cuidar de las flores con
dulzura
sin saber muchas veces
sus nombres verdaderos.
Tú, que podrías haber sido el
rey de mi casa,
que me habrías guiado entre las
dudas,
te encuentras en el aliento de
este tornillo
que destruye las paredes de la
desmemoria.
No sospechaba que al poner un
cuadro
entrarían por la ventana tantos
recuerdos.
Y luego en las macetas te vi,
la camisa blanca subida hasta
los codos,
la música en la radio como
siempre,
y el mundo sucediéndose sin
prisas.
¡Qué sensación tan extraña
sentí!
Parecías un barco entre la
niebla,
visible por momentos,
con una luz intermitente en el
corazón
y las manos ofrecidas,
sonriendo.
Bastó el golpe del martillo
sobre la alcayata
para que todo se desvaneciera.
Y fue al cerrar tu caja de
herramientas
cuando lamenté, como tantas
veces he hecho,
no haberte tenido
más tiempo a mi lado.
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