domingo, 23 de febrero de 2020







“Caja de herramientas”, La vida en ámbar,
 Julián Montesinos Ruiz
                 

Padre, tengo tu caja de herramientas
para clavar recuerdos
en las paredes blancas de mi casa,
para enmarcar tu risa
en los cuadros vacíos del salón,
mientras veo tus manos
moviéndose en las mías.
Un martillo y una alcayata sirven
para salvar tu mundo.
Son instantes tan tuyos
como todos los versos que te escribo
para no olvidarte.
¡Quién me lo hubiera dicho!
¿Cómo podría haber sospechado entonces
que al abrir tu caja de herramientas
clavaría en mi vida tu recuerdo indeleble?
Tú, que siempre me decías siendo yo muy niño
que creara un mundo con mis manos,
que aprendiera a mirar
los pájaros de cerca –muy de cerca–, decías.
¿Cómo podría haber imaginado hoy
que entre los clavos hallaría tus palabras
dormidas en el tiempo?
Tú, que eras sabio en nubes,
me enseñaste a pintar
y a cuidar de las flores con dulzura
sin saber muchas veces
sus nombres verdaderos.
Tú, que podrías haber sido el rey de mi casa,
que me habrías guiado entre las dudas,
te encuentras en el aliento de este tornillo
que destruye las paredes de la desmemoria.
No sospechaba que al poner un cuadro
entrarían por la ventana tantos recuerdos.
Y luego en las macetas te vi,
la camisa blanca subida hasta los codos,
la música en la radio como siempre,
y el mundo sucediéndose sin prisas.
¡Qué sensación tan extraña sentí!
Parecías un barco entre la niebla,
visible por momentos,
con una luz intermitente en el corazón
y las manos ofrecidas, sonriendo.
Bastó el golpe del martillo sobre la alcayata
para que todo se desvaneciera.
Y fue al cerrar tu caja de herramientas
cuando lamenté, como tantas veces he hecho,
no haberte tenido
      más tiempo a mi lado.

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