LA COSA, Juan
José Millás
De pequeño tuve una caja de zapatos que llegó a ser mi juguete
preferido, entre otras cosas porque no tenía otro. Pero envejeció más deprisa
que los zapatos que había llevado dentro, de manera que a mi caja se le cayó un
día la primera a y se quedó en una cja, que así, a primera vista, parece un
juguete yugoslavo. Busqué entre las herramientas de mi padre una a de repuesto,
pero no había ninguna y tuve que sustituirla por una o. De este modo, sin
transición, tuve que olvidar la caja para hacerme cargo de una coja, lo que es
tan duro como pasar directamente de la niñez a los asuntos.
Jugué mucho con
aquella coja, todavía la recuerdo, pero se fue haciendo mayor también y un día se
le cayó la jota. Hay quien piensa que las vocales se estropean antes que las
consonantes, pero yo creo que vienen a durar más o menos lo mismo. El caso es
que tampoco encontré entre los tornillos de mi padre una jota en buen uso, así
que la sustituí por una pe que estaba prácticamente sin estrenar. La coloqué en
el lugar de la jota y me salió una copa estupenda, con la que he bebido de todo
hasta ayer mismo, que se me cayó al suelo y se rompió.
A decir verdad, se
rompió justamente por la pe, y como es muy antigua no he encontrado en ninguna
ferretería una igual. Ayer fui a casa de mis padres, y después de mucho
rebuscar en el trastero di con una ese que no desentona con el conjunto. O sea,
que ahora tengo una cosa, pero no sé qué hacer con ella. La caja, la coja y la
copa eran muy útiles para guardar secretos, jugar o emborracharse. Pero la cosa
me da miedo; además, la escondí en el bolsillo interior de la chaqueta, de
manera que desde ayer tengo una cosa aquí, en el pecho, que me llena de
angustia. Lo peor de todo es que, como no sé qué es, tampoco sé cómo se rompe.
Qué vida, ¿no?
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