domingo, 16 de diciembre de 2018







LA SEMILLA DEL ÓXIDO, José Luis García Herrera



Este poemario obtuvo el Premio Internacional de Poesía Miguel Hernández-Comunidad Valenciana de 2017. 
Cedo la voz a otros que han analizado como mucho acierto la hondura de pensamiento y la belleza estilística de este libro intenso.


-“Nos encontramos ante una poesía testimonial, el autorretrato de unos precedentes que se arrastran. (…) La semilla del óxido es poesía intensa, rica en imágenes de una contundencia y una belleza muy logradas”. Javier Puig.


-“Hay una persistente indagación sobre la identidad y sobre la función que ejerce el lenguaje en la construcción de dicha identidad, y hablo de persistencia porque, a veces de manera explícita y otras de forma más solapada, ese conflicto está presente en todos los poemas del libro y, sin embargo, José Luis García Herrera (Esplugues de Llobregat, 1964) ha conseguido ofrecer una multiplicidad de puntos de vista que en ningún momento resultan monótonos, algo que no resulta fácil conseguir en un libro de la solidez de La semilla del óxido. Carlos Alcorta.


-“El poemario se debate entre varias vetas temáticas, empezando por la experiencia vital. El programa de vida del poeta, aparentemente sencillo pero ambicioso en realidad (“amar, ser amado y escribir”), se enuncia desde el primer momento en “Acta de fe”. La vida es una búsqueda permanente y siempre insatisfecha (“En la cruz del silencio”), marcada a veces por la desazón y el desengaño (“Tiempo de óxido”), a veces por las incertidumbres (“Funámbulo de la noche”) y a veces por los dolores de la existencia (“Existencia”) y la herida del vacío (“Fui”), que puede explicar la necesidad de la reivindicación identitaria (“D.N.I.”). El poeta comparte con el lector una poesía sentida, empática, conmovida y no solo conmovedora, que late entre otros poemas en “Accidente” y en la sección “Huellas sobre el agua”, de especial intensidad y hondura”.
Santiago López Navia.


ACTA DE FE

No pretendo ir más allá de donde he venido.
Que sean otros quienes jueguen su fortuna
en saltos de acrobacia y búsquedas sin norte
en el amplio claustro de las huellas lejanas.
Sólo sé que anhelo conocerme a mí mismo
desde los roquedales de la soledad y desde el mar
que tiñe de azul la sal de mis palabras.
Quede la eternidad en el mármol rojo de la ira
y en la placa oxidada de la envidia. No deseo
beberme la pócima secreta de la inmortalidad
ni dejar en mis versos el perfume agreste
que despliegan las hierbas en el camposanto.
Al fin, soy nada más que alma en pena
con tiempo hipotecado, deudor
de un amor de mujer que no merezco,
afortunado aprendiz de poeta
que halló felicidad haciendo lo que más quería:
amar, ser amado y escribir.


VOZ EN LA TIERRA

Al final del camino, con los tejados de las casas
tiñendo de rojo el horizonte,
me arrodillo y recojo un terrón de tierra.
Es tierra tan sólo. Y a la vez, lo es todo.
Es ley de vida y de muerte,
de ayer y de futuro, de este ruin presente
que se escapa de las manos como un pez de oro.
Amo esta tierra. Seré parte de ella un día.
También mis desvelados poemas,
mis cicatrices y el vigor de mis huellas
serán testamento mudo bajo la tierra.
En ella se funde el sudor y la sangre,
de quienes recogieron el fruto del esfuerzo
y la perseverancia por extraer de la nada
la esencia de lo eterno.
Y al final nada somos.
Sólo firme voluntad férrea
por reafirmar en tinta la memoria de nuestro paso,
por derrocar a las huestes del tiempo
y seguir viviendo en el corazón
de quienes llegarán, tiempo después,
a pisar este terrón de tierra que sostengo en mi mano.
Cae la noche, alguien nos espera y el camino es largo.



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