ALICIA EN EL
PAÍS DE LAS MARAVILLAS, Lewis Carroll
¿Qué es un clásico? ¿En qué
consiste el placer de leer –o releer, en este caso– un libro que se ha
mantenido vivo durante tanto tiempo? ¿Puede formar parte esta novela de un
corpus de lecturas apto para jóvenes? El espacio mágico, subterráneo, el
descenso al mundo de la imaginación, las imágenes mil y una veces admiradas en
álbumes ilustrados, las versiones en cuentos infantiles, todo ese bagaje previo
no reduce, sin embargo, la fascinación por las situaciones y los diálogos disparatados,
genuinos del nonsense inglés, que
tanta influencia posterior ha ejercido en muchos escritores –recuerdo
ahora Rayuela, de Cortázar–. La interpretaciones y las posibilidades
didácticas y multidisciplinares de la novela son muchas, pero el placer de leer
este clásico queda, tras mi nueva lectura, en entredicho, a tenor de los libros
que actualmente leen los jóvenes.
El viaje de Alicia, tras quedarse dormida, es un sueño, una historia
fascinante que todos conocemos al mismo tiempo en que ella vive momentos de
alegría y desesperación. Despierta confusa, después de haber oído la sentencia
de una reina de naipe: “¡Que le corten la cabeza! –chilló a pleno pulmón la
Reina. Nadie se movió…” (p. 117).
El sueño es un manido recurso para cerrar historias. Pero qué joven
está dispuesto hoy a soñar al abrir las páginas de Alicia en el País de las Maravillas y dejarse seducir por una
historia de imposibles, por una fábula donde los animales cobran vida y actúan
de manera ilógica, con diálogos a veces surrealistas. En esta excesiva oferta de títulos
que tenemos hay mucho donde elegir. Mi duda es, por ahora, la única certeza.
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