INVISIBLE,
Eloy Moreno
Acaba uno de
leer esta novela con el corazón sobrecogido y un nudo en la garganta. Cuando
comencé a leerla, hallaba cierta dispersión argumental, no identificaba bien a
los personajes y las coordenadas espacio-temporales se me superponían. Además,
era consciente de que el estilo se sacrificaba en aras de la eficacia narrativa,
teniendo siempre en cuenta sus potenciales destinatarios juveniles. Pero, qué
importa este inicio titubeante si la novela funciona finalmente como un
perfecto mecanismo de relojería literaria. Poco a poco la suma de escenas
fueron cobrando coherencia, y entonces, mordido el anzuelo de la historia, el
libro se adhirió a mis manos y no ha habido manera de dejarlo, aunque la novela
plantee un hecho triste y duela conocer la historia de un joven estudiante que
se cree invisible para no sufrir, porque no encuentra otra forma de comprender
que tanto acoso como sufre no despierte en los demás la sed de justicia, la
ayuda necesaria.
Los personajes transitan por la novela
sabiamente manejados por el autor: Kiri, la amiga eterna del protagonista, duda
siempre si dar el paso del compromiso amoroso; MM, el agresor, el joven que
necesita la gasolina del miedo que inspira en los demás para sentirse alguien,
un personaje que el autor presenta no solo como culpable, sino también como
víctima de una sociedad y de unos padres que tiempo atrás se equivocaron hasta eliminar
el afecto de sus vidas (p. 167); los padres del Invisible, ajenos al universo
de sufrimiento de su hijo; y su hermana Luna, quien al final lo salva ante el
desenlace trágico que se aproxima, porque el Invisible sabe que ella necesita
que cada noche le cuente cuentos bonitos y no tristes (p. 266), una niña
delicada que pone en el corazón de su hermano “medicinas de mentira y tiritas
de verdad”. Y luego, sobresalen dos personajes: el Invisible, un joven aplicado
en los estudios, que se siente incapaz de denunciar el acoso que sufre; y la
profesora de Literatura, una mujer que también sufrió el acaso y que tiene
tatuado en su espalda un dragón, el símbolo de la justicia y del valor ante los
monstruos que merodean para destruir la dignidad de los hombres.
Esta novela deberían leerla los responsables de
los departamentos de orientación de los institutos, y debería trabajarse en las
tutorías como ejemplo de que el esfuerzo por ser alguien vale la pena, porque
el mundo avanza también gracias a todos esos “empollones” que suelen ser
despreciados por quienes no valoran el mérito.
El acoso es el resultado de la sociedad permisiva
que estamos construyendo entre todos, en la errónea creencia de que las cosas
no existen si no nos afectan personalmente (p. 173). El pensamiento de la profesora
de Literatura es claro: “Sabe también que no es el tren el va a llevarse por
delante la vida de ese chico, ni siquiera es MM el culpable; no, los que van a
acabar con una vida que apenas ha podido estrenarse son todos los que han
mirado pero han preferido no ver; también toda esa gente que ni siquiera ha
querido mirar: Sabe que uno no es invisible si los demás no le ayudan a serlo
(p. 282)”.
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