jueves, 4 de mayo de 2017





 

EL BALCÓN DE INVIERNO, Luis Landero

La Literatura, como otras Artes, está sometida al devenir del gusto imperante, es susceptible de ser orientada en uno u otro sentido estético por razones no siempre lógicas. Y ahora que se pone en tela de juicio el sentido mismo del arte de novelar, hay una reivindicación de la autoficción (ese buceo autobiográfico y verosímil del autor convertido poco menos que en un personaje) y también de la autobiografía considerada en sí misma como una novela. A esta última concepción de la novela entendida como un cajón donde todo cabe puede adscribirse la obra de Luis Landero que ahora comentamos, pues no hay que olvidar que el autor declara sentirse “reñido con la literatura, saturado de ficción”.
      El balcón de invierno es una novela que plantea el regreso al pasado desde un presente observado con la incertidumbre propia de quien siente que la vida va concluyendo. El balcón parece convertirse en una atalaya metafórica desde donde avizorar y comprender el paso del tiempo. El balcón desde que el escritor observa la vida se convierte en un espacio inhabitado, en un interregno vital entre dos realidades, la vida exterior con todas sus posibilidades, y la vida interior con sus rutinas asumidas. Pero plantea asimismo las dudas de no saber qué hacer ni hacia dónde ir. En este dubitativo presente vital el escritor también nos muestra sus dudas literarias, es decir, qué debe hacer con una obra de la que no está satisfecho. Y nos muestra el proceso de construcción de su novela, confiesa sus titubeos sobre el valor literario de un capítulo que ha escrito, y decide abandonarla y regresar a su mundo, a su autobiografía. Lo que a partir de ese momento leeremos no es más que la fabulación verosímil y fiel de su propia vida, la de su padre muerto prematuramente, la de su madre abnegada, y las vidas de sus tres hermanas, la huida de Extremadura a Madrid, y otros pormenores.  En este itinerario que Luis Landero comparte con sus lectores son muchos los que podrán identificarse con ese tránsito de la infancia a la madurez, y con esa asunción de una vida llena de estrecheces y de posibilidades de futuro. Es un viaje de ida y vuelta, del presente al pasado, del pueblo a la ciudad y viceversa, un viaje en el que el recuerdo reconstruye con fidelidad esa esencia de lo rural que ya ha desaparecido.
      Luis Landero recrea también su aprendizaje vital no exento de dudas y carencias; se detiene en el análisis de los años predemocráticos, en sus ínfimos trabajos iniciales; comparte su descubrimiento de la literatura y recuerda los primeros libros que compró (Las mil mejores poesías de la lengua castellana y El criterio, de Balmes); recuerda asimismo con gratitud a su profesor de la academia nocturna que le recomendó la lectura obligada de un canon formado por libros esenciales para su formación. Esta novela transmite tanta verdad (así lo confiesa el propio autor) que pensamos por un momento que leemos una autobiografía. La vida de sus hermanas, de su madre, de las tías del pueblo, de sus primos, la muerte del padre que provoca en el autor una honda reflexión acerca de la conveniencia de ser alguien en la vida son pormenores que mantienen un correlato fidedigno con la biografía del propio autor.
      Y por encima de este mundo que contagia el entusiasmo del lector, porque es muy fácil identificarse con los avatares de las vidas que se cuentan, sobresale la maestría de Luis Landero para escribir con una elegancia y un ritmo narrativos incomparables. Hay páginas donde la fluidez, la precisión en el detalle y hasta el humor se convierten en anzuelos que el lector no rehúye, de tan feliz que se siente atrapado en las redes del libro.
      Especialmente interesantes resultan sus referencias a los libros que ha leído con tal aprovechamiento que han conformado su biografía lectora, el gusto por la anotaciones en los márgenes de los libros, su deslumbramiento por Madame Bovary y tantos otros, la nostalgia que le produce pensar que en los libros encontró el sosiego necesario para leer. Para Luis Landero la literatura es un refugio fértil, pero no niega la vida. Y esta certeza me hace recordar ahora un libro del mismo autor que leí hace tiempo (Entre líneas: el cuento o la vida), donde Landero se refería a esa dualidad complementaria de vida y/o escritura: “La literatura y la vida. Bueno, un día de éstos escribirá, pero hoy no, hoy le da pereza, y mira a la calle y vuelve a sentir la invitación de esta mañana soleada y gentil que, como tantas otras cosas, no ofrecerá una segunda oportunidad de ser vivida”. Un descubrimiento en los límites de la novela.

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