EL BALCÓN DE INVIERNO, Luis Landero
La Literatura, como otras Artes,
está sometida al devenir del gusto imperante, es susceptible de ser orientada
en uno u otro sentido estético por razones no siempre lógicas. Y ahora que se pone en tela de juicio
el sentido mismo del arte de novelar, hay una reivindicación de la autoficción
(ese buceo autobiográfico y verosímil del autor convertido poco menos que en un
personaje) y también de la autobiografía considerada en sí misma como una
novela. A esta última concepción de la novela entendida como un cajón donde
todo cabe puede adscribirse la obra de Luis Landero que ahora comentamos, pues
no hay que olvidar que el autor declara sentirse “reñido con la literatura,
saturado de ficción”.
El balcón de invierno es
una novela que plantea el regreso al pasado desde un presente observado con la
incertidumbre propia de quien siente que la vida va concluyendo. El balcón
parece convertirse en una atalaya metafórica desde donde avizorar y comprender
el paso del tiempo. El balcón desde que el escritor observa la vida se
convierte en un espacio inhabitado, en un interregno vital entre dos
realidades, la vida exterior con todas sus posibilidades, y la vida interior con
sus rutinas asumidas. Pero plantea asimismo las dudas de no saber qué hacer ni
hacia dónde ir. En este dubitativo presente vital el escritor también nos
muestra sus dudas literarias, es decir, qué debe hacer con una obra de la que
no está satisfecho. Y nos muestra el proceso de construcción de su novela,
confiesa sus titubeos sobre el valor literario de un capítulo que ha escrito, y
decide abandonarla y regresar a su mundo, a su autobiografía. Lo que a partir
de ese momento leeremos no es más que la fabulación verosímil y fiel de su
propia vida, la de su padre muerto prematuramente, la de su madre abnegada, y
las vidas de sus tres hermanas, la huida de Extremadura a Madrid, y otros
pormenores. En este itinerario que
Luis Landero comparte con sus lectores son muchos los que podrán identificarse
con ese tránsito de la infancia a la madurez, y con esa asunción de una vida llena
de estrecheces y de posibilidades de futuro. Es un viaje de ida y vuelta, del
presente al pasado, del pueblo a la ciudad y viceversa, un viaje en el que el
recuerdo reconstruye con fidelidad esa esencia de lo rural que ya ha
desaparecido.
Luis Landero recrea también su aprendizaje vital no exento de dudas
y carencias; se detiene en el análisis de los años predemocráticos, en sus ínfimos
trabajos iniciales; comparte su descubrimiento de la literatura y recuerda los primeros libros que compró (Las
mil mejores poesías de la lengua castellana y El criterio, de Balmes); recuerda asimismo con gratitud a su
profesor de la academia nocturna que le recomendó la lectura obligada de un
canon formado por libros esenciales para su formación. Esta novela transmite
tanta verdad (así lo confiesa el propio autor) que pensamos por un momento que
leemos una autobiografía. La vida de sus hermanas, de su madre, de las tías del
pueblo, de sus primos, la muerte del padre que provoca en el autor una honda reflexión
acerca de la conveniencia de ser alguien en la vida son pormenores que
mantienen un correlato fidedigno con la biografía del propio autor.
Y por encima de este mundo que contagia el entusiasmo del lector,
porque es muy fácil identificarse con los avatares de las vidas que se cuentan,
sobresale la maestría de Luis Landero para escribir con una elegancia y un ritmo
narrativos incomparables. Hay páginas donde la fluidez, la precisión en el
detalle y hasta el humor se convierten en anzuelos que el lector no rehúye, de
tan feliz que se siente atrapado en las redes del libro.
Especialmente interesantes resultan sus referencias a los libros que
ha leído con tal aprovechamiento que han conformado su biografía lectora, el
gusto por la anotaciones en los márgenes de los libros, su deslumbramiento por Madame Bovary y tantos otros, la
nostalgia que le produce pensar que en los libros encontró el sosiego necesario
para leer. Para Luis Landero la literatura es un refugio fértil, pero no niega
la vida. Y esta certeza me hace recordar ahora un libro del mismo autor que leí
hace tiempo (Entre líneas: el cuento o la
vida), donde Landero se refería a esa dualidad complementaria de vida y/o
escritura: “La literatura y la vida. Bueno, un día de éstos escribirá, pero hoy
no, hoy le da pereza, y mira a la calle y vuelve a sentir la invitación de esta
mañana soleada y gentil que, como tantas otras cosas, no ofrecerá una segunda oportunidad
de ser vivida”. Un descubrimiento en los límites de la novela.
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