NO LEJOS, Antonio Moreno
He leído este libro saboreando cada palabra, sin prisas,
mirando la realidad a través de los ojos de su autor, duchos en el arte de contemplar
la sencilla belleza de los caminos del campo de Elche, ese mundo rural que él frecuenta
con tanta alegría. En el capítulo titulado “Carlos de Haes” se plasma a partir
de un comentario sobre el lienzo “Palmeras de Elche” (1861) una teoría de la
visión pictórica y estilística. La escritura y la pintura exigen la misma
concentración solitaria de vivir, una idéntica manera despojada de mirar la
realidad. Dice así: “El que ahora escribe siente simpatía por este pintor: desde
que era un muchacho, también él se considera un paisajista. Pero no porque
describa paisajes en sus papeles, sino porque él, el que escribe, se parece
bastante a lo que en el argot pictórico se denomina un plenairista, esto es, un
observador de la naturaleza, amigo del aire libre” (pág. 23). El acercamiento
de un pintor y un escritor a sus obras en ejecución responden a un mismo
vitalismo, poseen en esencia un idéntico mecanismo de creación.
Son muchos los temas y asuntos
que nos regala: la amistad celebrada en la plaza del Raval en compañía de sus
amigos; la contemplación de la noche, con su correspondiente divagación filosófica;
una ruta en bicicleta a un monasterio es suficiente para contemplar la belleza
de un paisaje rural muy próximo a la ciudad, con una montaña al fondo que el
sol perfila al ocaso, y que tal vez sea para el autor una de las más hermosas
puestas de sol; una estación vacía le trae el recuerdo de su abuelo
ferroviario. El narrador de este libro de viajes cercanos es un escritor
sensitivo, consciente de que la vida no es más que este aquí y este ahora que
cobran vida ante él: “El que esto escribe es, según se ha dicho, amante de los
caminos y del aire libre, hasta tal punto que cuando acaba un día sin salir y
andar por alguno de ellos lo juzga perdido, porque lo siente incompleto. No
salir ni ver en torno supone una mengua para quien prefiere vivir en contacto
con los seres y las cosas. Son, sí, agradables y necesarios el trato con las
gentes, los saludos, las charlas, la lectura amena de unas páginas, pero para
él resulta tanto o más importante la cercanía de los campos que frecuenta” (p.
39).
Acabado el libro el lector tiene
la certeza de que a Antonio Moreno le gusta vivir caminando, mirando,
escribiendo, viviendo al fin. Por este orden. Y No lejos es una buena manera de conocer el mundo del escritor, pues
nos descubre también una parte de su arqueología biográfica. De Epicuro, elogia
su modo de vivir:
“De todos los antiguos filósofos
griegos, seguramente sea Epicuro –piensa el que ahora escribe– el que más
disfrutaría de los paseos por el campo en bicicleta. Se imagina, de hecho, al
de Samos subido en una, atento al transitorio paisaje, compenetrado con
el sosiego de ese equilibrio sólo posible, sorprendentemente, a partir del
movimiento. Porque quien ama pasear en bicicleta –divaga el ciclista– sin duda
ama la vida, y Epicuro mostró como ningún otro una alegría de vivir cautivada
por el prodigio de la existencia. Es el sabio afable que no sitúa la verdad en
otro mundo, el que no entrega su voluntad ni a sus miedos ni a sus esperanzas,
ni mucho menos a los dioses, pues el hombre que respira con plenitud, aquel que
absorbe el aire con emancipada conciencia, es semejante a las divinidades,
hermano de los dioses” (p. 51).
Parece decirnos que los viajes son algo así
como excursiones cercanas que nutren la vida interior, y para tal fin no es
preciso viajar a lugares lejanos. Su propuesta de conocimiento está contenida
en el título de los poéticos ensayos que componen este libro: no lejos está la
felicidad, está en uno mismo y en su comunión con el paisaje. Si no fuera
tautológico, diría que para el autor el camino es la vida, y la vida, el
camino.
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