UN SIMPLE CONTENDOR DE BASURAS,
Julián Montesinos Ruiz
A veces un simple contenedor de
basuras sirve para explicar la vida.
Los dos amigos caminan desde el centro de la ciudad hasta la rotonda
donde comienza la carretera de Dolores. Hablan de sus cosas, sus vidas se
empapan no solo del frescor de la tarde otoñal, sino de la conversación que
fluye y de los silencios necesarios para escucharse mutuamente. Hay quien
sostiene que una de las mejores maneras de pensar es abandonarse a la tarea de
caminar sin un rumbo fijo. No es esta una cuestión baladí. Existen algunos
libros maravillosos que así lo atestiguan (Frederic Gros, Andar, una filosofía; Henry David Thoreau, Un paseo invernal). Estos libros esperan su momento, pero el tiempo
de la caminata es mucho más enriquecedor que esta reflexión personal,
sencillamente porque los dos amigos danzan sin rumbo ante el asombro de las
cosas y de la imprevista conversación que surge. Solo saben que van hacia el
sur, tal vez hacia la Alcudia o sus alrededores.
De repente, entre la oscuridad que parece cernirse sobre las cosas,
atisban a una persona hurgando en un contendor. Uno de ellos piensa que tal vez
sea un hombre mayor, alguien excluido del sistema del bienestar, un ejemplo
evidente de no que hay ni habrá trabajo para todos, un posible destinatario de
eso que se habla ahora con cierto escepticismo, la renta básica. Pero no. Es un
niño que proyecta la débil luz de su linterna hacia el interior del contenedor.
No es más que una luz en la oscuridad, sin atisbo de esperanza en el futuro. Se
diría que busca un tesoro, pero tan solo remueve la basura. Parece que ha
encontrado algo de valor porque ha sacado una bolsa grande que contiene ropa, zapatos
y otras cosas que no pueden verse bien.
Los amigos siguen su camino. El silencio es ahora más acusado. Uno
de ellos quisiera comentar el hecho, pero el otro, de común más parlanchín,
ocupa el lugar del silencio con un asunto que parece preocuparle. Le pone
ímpetu a la conversación. Al fin hablan de lo que ven, comentan que la sociedad
sigue siendo algo parecido a una pirámide, en cuya base se acomodan como pueden
los despojados, los desprotegidos, los desahuciados, los pobres, mientras que
en la cima apenas hay unos pocos que atesoran casi todo. Uno de ellos comenta
que cuando era niño un profesor en el instituto le contó un cuento de "El Conde
Lucanor" que hablaba precisamente de este asunto: "Lo que sucedió a un hombre que
por pobreza y falta de otra cosa comía altramuces". E incluso es capaz de
recitar de memoria un fragmento de "La vida es sueño" que aprendió de joven:
“Cuentan de un sabio, que un día / tan pobre y mísero estaba, / que sólo se
sustentaba / de unas yerbas que cogía. / ¿Habrá otro, entre sí decía, / más
pobre y triste que yo? / Y cuando el rostro volvió, / halló la respuesta,
viendo / que iba otro sabio cogiendo / las hojas que él arrojó”.
Cuando los dos amigos llegan a las primeras rotondas de la carretera
de Dolores, deciden regresar porque ya es noche cerrada. Ven las luces de una
gasolinera y en frente las de una cadena de supermercados. Los dos siguen pensando en el niño de tez oscura que escarbaba en la basura, pero guardan
silencio. Se acercan al centro de la ciudad y cuando se despiden uno de ellos
está convencido de que va a ser verdad que la imagen de un niño buscando en la
basura de un simple contenedor sirve para explicar la vida y la literatura.
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