domingo, 18 de diciembre de 2016




UN SIMPLE CONTENDOR DE BASURAS,
Julián Montesinos Ruiz

A veces un simple contenedor de basuras sirve para explicar la vida.
     Los dos amigos caminan desde el centro de la ciudad hasta la rotonda donde comienza la carretera de Dolores. Hablan de sus cosas, sus vidas se empapan no solo del frescor de la tarde otoñal, sino de la conversación que fluye y de los silencios necesarios para escucharse mutuamente. Hay quien sostiene que una de las mejores maneras de pensar es abandonarse a la tarea de caminar sin un rumbo fijo. No es esta una cuestión baladí. Existen algunos libros maravillosos que así lo atestiguan (Frederic Gros, Andar, una filosofía; Henry David Thoreau, Un paseo invernal). Estos libros esperan su momento, pero el tiempo de la caminata es mucho más enriquecedor que esta reflexión personal, sencillamente porque los dos amigos danzan sin rumbo ante el asombro de las cosas y de la imprevista conversación que surge. Solo saben que van hacia el sur, tal vez hacia la Alcudia o sus alrededores.
     De repente, entre la oscuridad que parece cernirse sobre las cosas, atisban a una persona hurgando en un contendor. Uno de ellos piensa que tal vez sea un hombre mayor, alguien excluido del sistema del bienestar, un ejemplo evidente de no que hay ni habrá trabajo para todos, un posible destinatario de eso que se habla ahora con cierto escepticismo, la renta básica. Pero no. Es un niño que proyecta la débil luz de su linterna hacia el interior del contenedor. No es más que una luz en la oscuridad, sin atisbo de esperanza en el futuro. Se diría que busca un tesoro, pero tan solo remueve la basura. Parece que ha encontrado algo de valor porque ha sacado una bolsa grande que contiene ropa, zapatos y otras cosas que no pueden verse bien.
     Los amigos siguen su camino. El silencio es ahora más acusado. Uno de ellos quisiera comentar el hecho, pero el otro, de común más parlanchín, ocupa el lugar del silencio con un asunto que parece preocuparle. Le pone ímpetu a la conversación. Al fin hablan de lo que ven, comentan que la sociedad sigue siendo algo parecido a una pirámide, en cuya base se acomodan como pueden los despojados, los desprotegidos, los desahuciados, los pobres, mientras que en la cima apenas hay unos pocos que atesoran casi todo. Uno de ellos comenta que cuando era niño un profesor en el instituto le contó un cuento de "El Conde Lucanor" que hablaba precisamente de este asunto: "Lo que sucedió a un hombre que por pobreza y falta de otra cosa comía altramuces". E incluso es capaz de recitar de memoria un fragmento de "La vida es sueño" que aprendió de joven: “Cuentan de un sabio, que un día / tan pobre y mísero estaba, / que sólo se sustentaba / de unas yerbas que cogía. / ¿Habrá otro, entre sí decía, / más pobre y triste que yo? / Y cuando el rostro volvió, / halló la respuesta, viendo / que iba otro sabio cogiendo / las hojas que él arrojó”.

     Cuando los dos amigos llegan a las primeras rotondas de la carretera de Dolores, deciden regresar porque ya es noche cerrada. Ven las luces de una gasolinera y en frente las de una cadena de supermercados. Los dos siguen pensando en el niño de tez oscura que escarbaba en la basura, pero guardan silencio. Se acercan al centro de la ciudad y cuando se despiden uno de ellos está convencido de que va a ser verdad que la imagen de un niño buscando en la basura de un simple contenedor sirve para explicar la vida y la literatura.

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