LAS
INVIERNAS, Cristina Sánchez-Andrade
A veces, en los periódicos leemos alguna recomendación literaria,
luego otra persona nos habla de un libro que por extrañas razones le dejó una grata
huella, y entonces decidimos leerlo no vaya ser que nos perdamos algo. Algo así
me sucedió cuando decidí leer esta novela de una autora para mí desconocida.
Lo primero que sorprende es que
nos adentramos en un microcosmos rural, en un pueblo gallego (Tierra de Chá),
adonde deciden regresar después de una largo exilio en Inglaterra, las
protagonistas de la novela: las hermanas Saladina y Dolores, a quienes se las
conocen como las Inviernas.
Este apodo da título a una obra
que es mucho más que una novela rural; también es una novela de personajes que
guardan un secreto; es una narración bellamente escrita que no sé por qué me ha
recordado esas lecturas tan limpias y primeras de Volvoreta (Wenceslao Fernández Flórez) y de Los gozos y los días (Gonzalo Torrente Ballester), novelas que
fueron perfilando mi querencia hacia la tierra y la cultura gallegas.
En Tierra de Chá, un pequeño
pueblo con forma de raspa de pescado, se sitúa la acción de esta obra. Rodeado
de una fraga, la naturaleza y el peso de las tradiciones le confieren un halo mágico.
Pero es sobre todo una novela
de personajes sabiamente trazados: don Reinaldo, el abuelo de las Inviernas, un
curandero (“arresponsador”, por su capacidad de escuchar a los enfermos) que
compraba los cerebros de sus vecinos; don Rosendo, el maestro que enseñaba a
los niños sencillamente porque quería seguir aprendiendo, un hombre amante de
la poesía, sometido los últimos años de su vida a la tiranía de la Viuda de
Meis, con quien nunca tuvo encuentro carnal, por el temor que sentía de que su
difunto marido tuviera conocimiento de semejante desliz; Tiernoamor, un peculiar
dentista que acostumbra a robar las piezas dentales de todos los fallecidos, además
de ser un mariquita que se disfraza de mujer. Pero si hay dos personajes sobre
los que gira la obra estos son Saladina y Dolores: la primera, con sus rarezas,
se enamora ingenuamente de Tiernoamor y finalmente muere de cáncer; de Dolores,
el asesinato de su marido la persigue tanto como su deseo de acudir a un castin
para ser seleccionada como doble de Ava Gardner. Aunque anhelan vivir sus
propias vidas, las hermanas Saladina y Dolores acaban siempre estando juntas: “Cuando
menos hablen, mejor; las palabras enredan, confunden, engañan y no las necesitan
para sentir. Están a gusto, y el mero hecho de estar juntas, de estar solas, de
compartir la situación, una sopa, el anís, las hace sentir bien. No esperan más
y no desean mas”.
Las protagonistas de esta buena
novela literaria saben que a sus vidas quizá le queden pocos inviernos. Y aun
así deciden volver a sus orígenes, a la sempiterna llamada de la tierra.
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