viernes, 29 de abril de 2016






 
NUNCA LA VIDA ES NUESTRA,  
Miguel  Sánchez Robles

No sé qué tienen los libros de Miguel Sánchez Robles que una vez leídos instilan en el alma un veneno de rabia y una búsqueda de la autenticidad que dura mucho en mi vida. El que reseño y recomiendo ahora, Nunca la vida es nuestra, es un ejemplo de esa literatura hipnótica, una inusual manera de escribir, porque tengo claro que nadie narra como Miguel Sánchez Robles.
El argumento es simple: Herminio, un profesor de Historia que frisa los cuarenta, se enamora, tras un encuentro ocasional durante un paseo en bicicleta, de Esther, una frágil y bella joven que trabaja como química para la General Electric de Cartagena. Ella se convierte en un ángel para él, que lo arrastra, que le lleva a vivir pasionalmente todo lo que nunca ha vivido, a enamorarse, a abandonarse porque son conscientes de que solo el amor los puede salvar:
Un triste profesor con cuarenta y cinco años aficionado a la poesía de la defraudación y a la microfísica de la estupidez humana. (…) Alguien que pasea solo por parques sin encanto o senderos sin brújula a esa hora en que los barrios se quedan sin silencio como una enfermedad que fluye y se detiene. Un profesor enamorado de una muchacha químico de la General Electric que me mordía en los antebrazos cuando hacíamos el amor y me dejaba señales, una hermosa muchacha inteligente y libre que llevaba puñados de adolescencia dentro de sus ojos y escribía en las paredes: “No me gusta mi trabajo”. Una bella muchacha que solía decir cuando estaba abatida: “Odio este puto caos que ha sido siempre mi vida” (p.11-12).
Y muchas páginas después insiste Esther: “Detesto hurgar en cosas que ya han pasado o que no me importan. Quiero vivir hacia delante. Necesito vivir hacia delante” (p. 99).
En Nunca la vida es nuestra se van superponiendo varios niveles narrativos. Sobresale un plano ensayístico, una reiteración de pensamientos que son como saltos en el vacío, como hacer puenting intelectual sin arnés, piedras verbales lanzadas al cielo, pensamientos desgarradores sobre la vida, sobre la muerte lenta que supone no vivir, sobre la muerte lenta que es vivir sin consciencia de la finitud, sobre la muerte lenta que es vivir sin reflexionar sobre nada. Esta dimensión filosófica acaba siendo autodestructiva y transgresora en la medida en que la mirada inteligente que el autor proyecta sobre la realidad (sobre el Sistema y la Cosa, según MSR) solo le devuelve pesimismo, porque para él predomina la falta de autenticidad, todo está contaminado de una verbalidad huera, de una sobreactuación y afán de protagonismo inadmisibles. Y Herminio, el protagonista, asiente ante las palabras de algún personaje secundario:
Es fácil ser feliz lo que pasa es que te cansas de serlo. Nos cansamos hasta de la libertad que tenemos. No me llena ya nada, Herminio. Estoy desganado. Esto de vivir me aburre. La verdad de la vida es importarte todo tres cojones, pero que no sepan eso tus hijos, que no sepa nunca tu familia que te importa tres cojones todo (p. 189).
En ocasiones, el autor reflexiona sobre la educación y las humanidades:
Me dirigí al instituto con el presentimiento en bruto y la conciencia de estar condenado a soportar durante una serie de días consecutivos a grupos de alumnos que no se quieren callar, que te hacen sentir mal cuando tú les sueltas tu metralla, la metralla abstracta y teórica de lo que viene escrito en los libros de texto y que ellos conciben como palabras que enturbian y deterioran la imaginación de cualquiera. Entonces te sueltan a ti su propia metralla, la metralla de su indiferencia, de su hiperactividad, de su azogue, de solo querer que los lleves a ordenadores para conectarse a ‘tuenti’ o a ‘youtube’ y ver cómo paren las tías o un balonazo en las partes de alguien o algo por el estilo; la metralla de sudarle un poco la polla lo que estás diciendo (…). Dar clase en un instituto es una batalla diaria en la que casi siempre te sientes perdedor. A veces, hablarles a los alumnos es como hablarle a alguien en coma. Por desgracia, la Historia y la Filosofía son hoy en día como una especie de artificios teóricos que no interesan a nadie, ni a los mismos profesores, ni a los mismos filósofos y muchísimo menos a la sociedad en su conjunto (p. 33-34).
Junto al plano filosófico, la obra es un homenaje a la importancia de la poesía como manual de vida del protagonista, un hombre que dedica sus días a leer y a memorizar versos que luego comparte con Esther en diálogos inconexos, en retahílas sin sentido y emociones difícilmente explicables aquí y ahora. El protagonista es un ser sensitivo, un hombre que tiene una fina capa que apenas lo protege de los sentimientos, un hombre que ama la emoción y odia la sensiblería de lo previsto y manido. Tanto vive y necesita la poesía que llega a afirmar: “Siempre he creído como Aristóteles en la superioridad de la poesía sobre la Historia” (p.188).
Aparte de la dimensión reflexiva y de la importancia de la poesía y del cine (Heminio, el protagonista nos regala sus referencias cinematográficas y poéticas con versos de César Vallejo, Gil de Biedma, José Hierro y Eloy Sánchez Rosillo), en Nunca la vida es nuestra sobresale el tratamiento que el autor hace de las coordenadas espacio-temporales en la novela (habría que referirse también a las hermosas descripciones del paisaje). Así queda delimitado el itinerario vital de una pasión amorosa que transcurre en el noroeste de Murcia, en Caravaca, Moratalla, Archivel, Calar de la Santa, Campos de San Juan, desciende a Cartagena y concluye en Granada, con el adiós conmovedor de Esther al mundo. Y al final, Herminio concluye con estas palabras:
Me fui de allí con una verdad muy triste escrita con carbón en mis entrañas, con el sentimiento de haber comenzado a entrar en ese muerte que consiste en ir perdiendo la costumbre de vivir y con la sensación de que el mundo no es más que un racimo de candelabros que cuelgan boca debajo de la Nada, escuchando muchas veces en el equipo de música del coche esa canción de Sabina que dice: “y la vida siguió como siguen las cosas que no tienen demasiado sentido” (p. 202).
Acabada la lectura de este libro, no concluye la certeza de haber atravesado un túnel de emoción desgarradora ni la sensación de untuosidad literaria que esta obra desprende. Lean este libro. Léanlo si están hartos de perder el tiempo con tantas obras inanes ensalzadas por periodistas y colegas que se elogian unos a otros de manera endogámica en medios de comunicación públicos y privados. Nunca la vida es nuestra es literatura hipnótica, adictiva, que hiere y sana, pero que sobre todo deslumbra.

Julián Montesinos Ruiz



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