jueves, 7 de enero de 2016




LA MUERTE JUEGA A LOS DADOS, Clara Obligado

Dieciocho cuentos como dieciocho perlas que conforman un collar literario que todo lector puede disfrutar si decide adentrarse en el maravilloso mundo bonaerense y a ratos francés, donde ubica esta escritora la acción de sus relatos.
  Como se dice en el último cuento (“Verano”), quizá el más autobiográfico, la autora nos ofrece “la historia de nuestra familia convertida en cuentos”. Clara Obligado rescata de su memoria, y lo hace con un estilo muy literario, una historia que es una casi una saga, en tanto hilvana la vida de varias generaciones.
Asistimos a una exhibición en el dominio de las técnicas para escribir relatos (“La sangre” y “Zoo lógico” son buenos ejemplos de experimentación). Asimismo, sobresale un tratamiento del tiempo más a merced de la trama que de la lógica cronología de los hechos. Y estos saltos en el tiempo y la perfecta selección de los detalles permiten a la autora mostrarse como una auténtica maestra del relato. Bastaría con una lectura atenta del primer cuento (“Un cadáver en la biblioteca”) para conocer cómo se logra escribir un cuento perfecto; o leer “Nada útil” para apreciar la sutileza compositiva de un relato escrito en tercera persona, que se detiene en el miedo de un niño, Teo, quien tras huir de los soldados se refugia en la habitación de un caserón abandonado, donde se entretiene haciendo pajaritas, piezas que conforman un origami y que con su vuelo final sugieren, tal vez, una metafórico anhelo de libertad colectiva. Bastaría también con detenerse en cualquiera de los cuentos para agradecer la maestría de Clara Obligado, quien ha sabido utilizar un modelo compositivo similar al de Rayuela, de Julio Cortázar, en la medida en que sus cuentos pueden leerse de manera lineal (modo novelístico) o de manera alterna (modo cuentístico), pues cada historia es autónoma en sí misma aunque mantenga rasgos temáticos que la vinculan con el resto. Así, de cada personaje se cuenta su peculiar itinerario personal, sin perder su punto de intersección con la trama global de la obra. Un ejemplo de estos vasos comunicantes argumentales se advierte en el cuento “El efecto coliflor”, en el que el detective O’Brien, encargado de investigar el asesinato de Héctor Lejárrega (protagonista de “Un cadáver en la biblioteca”), asiste a un proceso de desesperanza tras ser abandonado por su mujer, quien le dice antes de marcharse de casa: “No quiero pasar la vejez a tu lado”.  A partir de este momento su consuelo será recordar algunas afirmaciones de su mujer (“La vida es puro azar, querido mío, y la muerte juega a los dados”) y encariñarse de su heladera Siam, una sencilla nevera por la que siente un gélido y extraño afecto.
Avanzamos con la certeza de que en cualquier página aparecerá una sorpresa: “Bienaventurados los felices, porque de ellos será la sabiduría”, se lee casi al final. Y más adelante, nos recuerda las palabras que la autora de Lo que el viento se llevó escuchó de su madre: “Vive  siempre como si el mundo fuese a explotar bajo tus pies”.

Dejaremos para otro día un análisis más pormenorizado de este magnífico libro.

3 comentarios:

  1. Muchísimas gracias por tu comentario a mi libro, has hecho una lectura muy inteligente que me ha encantado.

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