martes, 8 de septiembre de 2015



EL FINAL DE SANCHO Y OTRAS SUERTES,
Andrés Trapiello



¡Cuántas vidas en una vida! Andrés Trapiello es especialista en imaginar otras vidas posibles: la de Miguel de Cervantes en su conocido ensayo Las vidas de Miguel de Cervantes (1993); la don Quijote, en su novela Al morir don Quijote (2004); y  ahora la de Sancho, en su más reciente El final de Sancho y otras suertes (2014).  El lector de esta magna obra de algo más de 400 páginas sale exhausto tras la batalla lectora a la que se ha enfrentado. ¿Y por qué sucede esto? Porque Andrés Trapiello peca por exceso al acometer una novela sobre la continuación de las vidas de Sancho, el bachiller Sansón Carrasco, Antonia y Quiteria (sobrina y ama de don Quijote, respectivamente), pues esta novela itinerante se inicia con la salida de la aldea, continúa con la llegada a la bulliciosa Sevilla y concluye allende los mares en distintos lugares (Arequipa, Veracruz, Potosí, entre otros).
Lo primero que sorprende al lector que se adentre en esta obra es, por un lado, el festín narrativo basado en largos diálogos y en una estructura narrativa que mantiene no pocas concomitancias con el Quijote. Sancho y Sansón Carrasco recuerdan constantemente la sabiduría de don Quijote: “En esta vida, Sancho –dio Sansón--, no todo ha de medirse en ducados, porque los dineros van y vienen y son siempre los mismos. Pero no este libro. Él viene a ser como un ancla en la pasada edad de oro, y cada vez que lo abra, allí me veré yo en la aldea, hablando con don Quijote y contigo”.  Además, hay reelaboración de pensamientos del proteico personaje manchego, refranes dispersos, un homenaje explícito. Hasta el propio Sancho, que ya sabe leer, escribir y hacer cuentas, da muestras de un juicio ponderado: “O lo que siempre se ha dicho: que el hábito hace el monje –añadió Sancho--, pero todos han de sujetarse a lo que son, y no aparentar más de lo que son, porque no pudiendo luego sostener con la calidad de la persona y su hacienda aquello que aparentan, vendrán a deshonrarse donde creían honrarse más”.
Y, por otro lado, sorprende el dominio del lenguaje que exhibe Andrés Trapiello. Si en el Quijote hay contabilizadas en torno a 23.000 palabras distintas, en la obra que nos ocupa aparecen vocablos específicos para nombrar y recrear la época en la que transcurre la acción de la novela. Nombres que pertenecen al campo semántico de la moda, de la vida del mar, de las costumbres, que obligan a lector a tomar nota de ese léxico. Y este modo de leer es ser conscientes de que leer no supone tener manga ancha y pasear los ojos por palabras sin entender su significado. Leer requiere una actitud activa con una clara intención de comprender. Y este es su mérito y en ocasiones su mayor defecto. Creo que hay un exceso de léxico que lastra el placer de leer. Pero también creo que Andrés Trapiello se siente autorizado a preñar su obra de vocabulario. No en vano ha sido él quien se ha atrevido a “traducir” recientemente al castellano actual el Quijote.

Dios me libre de ser un aristarco al uso, pues sabido es que la misión que persigo es hablar bien solo de los libros que me gustan en su globalidad. Y este que me ocupa es adecuado, solo adecuado, para lectores avezados que disfruten con el maravilloso mundo de Miguel de Cervantes y el Quijote.

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