EL FINAL DE SANCHO Y OTRAS SUERTES,
Andrés Trapiello
¡Cuántas vidas en una vida! Andrés
Trapiello es especialista en imaginar otras vidas posibles: la de Miguel de
Cervantes en su conocido ensayo Las vidas
de Miguel de Cervantes (1993); la don Quijote, en su novela Al morir don Quijote (2004); y ahora la de Sancho, en su más reciente El final de Sancho y otras suertes
(2014). El lector de esta magna
obra de algo más de 400 páginas sale exhausto tras la batalla lectora a la que
se ha enfrentado. ¿Y por qué sucede esto? Porque Andrés Trapiello peca por
exceso al acometer una novela sobre la continuación de las vidas de Sancho, el
bachiller Sansón Carrasco, Antonia y Quiteria (sobrina y ama de don Quijote,
respectivamente), pues esta novela itinerante se inicia con la salida de la
aldea, continúa con la llegada a la bulliciosa Sevilla y concluye allende los
mares en distintos lugares (Arequipa, Veracruz, Potosí, entre otros).
Lo primero que sorprende al
lector que se adentre en esta obra es, por un lado, el festín narrativo basado
en largos diálogos y en una estructura narrativa que mantiene no pocas
concomitancias con el Quijote. Sancho
y Sansón Carrasco recuerdan constantemente la sabiduría de don Quijote: “En
esta vida, Sancho –dio Sansón--, no todo ha de medirse en ducados, porque los
dineros van y vienen y son siempre los mismos. Pero no este libro. Él viene a
ser como un ancla en la pasada edad de oro, y cada vez que lo abra, allí me veré
yo en la aldea, hablando con don Quijote y contigo”. Además, hay reelaboración de pensamientos del proteico
personaje manchego, refranes dispersos, un homenaje explícito. Hasta el propio
Sancho, que ya sabe leer, escribir y hacer cuentas, da muestras de un juicio
ponderado: “O lo que siempre se ha dicho: que el hábito hace el monje –añadió
Sancho--, pero todos han de sujetarse a lo que son, y no aparentar más de lo
que son, porque no pudiendo luego sostener con la calidad de la persona y su
hacienda aquello que aparentan, vendrán a deshonrarse donde creían honrarse más”.
Y, por otro lado, sorprende el dominio del lenguaje que exhibe Andrés
Trapiello. Si en el Quijote hay contabilizadas en torno a 23.000 palabras
distintas, en la obra que nos ocupa aparecen vocablos específicos para nombrar
y recrear la época en la que transcurre la acción de la novela. Nombres que
pertenecen al campo semántico de la moda, de la vida del mar, de las
costumbres, que obligan a lector a tomar nota de ese léxico. Y este modo de
leer es ser conscientes de que leer no supone tener manga ancha y pasear los
ojos por palabras sin entender su significado. Leer requiere una actitud activa
con una clara intención de comprender. Y este es su mérito y en ocasiones su mayor
defecto. Creo que hay un exceso de léxico que lastra el placer de leer. Pero también
creo que Andrés Trapiello se siente autorizado a preñar su obra de vocabulario.
No en vano ha sido él quien se ha atrevido a “traducir” recientemente al
castellano actual el Quijote.
Dios me libre de ser un
aristarco al uso, pues sabido es que la misión que persigo es hablar bien solo
de los libros que me gustan en su globalidad. Y este que me ocupa es adecuado,
solo adecuado, para lectores avezados que disfruten con el maravilloso mundo de
Miguel de Cervantes y el Quijote.
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